jueves, 30 de enero de 2020

certezas...

... del corazón.



Junto con el palpitar nuestra alma logra descifrar la presencia de quienes nos emocionan, nos entusiasman... nos enamoran. En un camino de vida lleno de encrucijadas que nos abre los senderos hacia el amor verdadero. Hacia ese único ser que nos corresponde. Algunos lo llaman alma o llama gemela. Los caminos del buen amor son distintos para cada persona. A veces, necesitamos conocernos de múltiples formas a nosotros mismos a través de otros rostros hasta descubrir a nuestro compañero o compañera de vida. Es cuando amamos que experimentamos una de las más grandes libertades: la posibilidad de inventarnos a dúo. Como una melodía inédita. Como el canto exótico de un ave irrepetible. Otra veces, la fortuna nos hace fracasar una y otra vez en todos nuestros intentos, extraviar el camino de todas las formas posibles, con el único propósito de ayudarnos a crecer para convertirnos en esa persona que queremos ser y, cuando el momento sea propicio, entregarnos con el alma entera.

En todas estas travesías se esconde siempre cierto misterio indescifrable. Se acumulan las interrogantes inconclusas. Las esperas se nutren de silencios. Escuchamos a lo lejos el eco de alguien que nos llama. Nos escuchamos a nosotros mismos llamando sin cesar el cumplimiento de nuestros deseos. Y queda intacto el espacio vacío que algún día podremos en par ocupar. Son tan profundas las razones del corazón que una parte de nosotros guarda dentro de sí la certeza de saber quién ha sido reservado para nosotros: para quien es que hemos hecho nosotros todos nuestros esfuerzos. Sin comprender muy bien cómo las cosas ocurren ni cuándo. Sin tener mucho control. Quizá eso nos asusta un poco al enamorarnos. Finalmente, es una invitación ciega. Y a la mayoría de nosotros nos gusta caminar sabiendo bien por dónde pisamos, qué podemos esperar al dar la vuelta en una esquina. Pero el amor no es así. No es predecible, no tiene una sola forma definida, no nos pertenece sólo a nosotros. No es tampoco un capricho de nuestra voluntad. El amor es algo más íntimo, más mágico, más cómplice y simplemente se siente.

Quizá lo más difícil de la travesía en pos del amor verdadero es aprender a vivir con el espacio vacío de la persona ausente... un espacio suspendido en una línea en blanco. Un espacio sin rostro. Y no sentir ansiedad por eso. No llenar de espejismos ni fantasías tal lugar. No inventar fantasmas que lo habiten. Y tampoco sentir carencia o tristeza. Simplemente convivir en armonía con nuestra otra mitad aún por llegar y dejarnos sorprender. Sin predisponernos a forzar alguna otra imagen para que quepa en nosotros. Porque cuando te encuentras cara a cara con quien te corresponde... algo simplemente pasa. Esa persona simplemente te habita con tanta familiaridad y normalidad que uno siente, incluso, el instinto de replegarse. Caemos en negación por momentos. Porque cómo alguien puede ser simplemente tan nuestro y tan para nosotros. Es casi inexplicable. Tanto es así que muchas almas prefieren seguir de largo su camino en soledad. Resistiéndose a amar y a ser amadas. Como si de este modo pudiesen tener el absoluto control sobre su propia vida.


Y tú... ¿huyes al amar?


Feliz jueves...
y fuerte abrazo
lleno de magia de tortuga.


No hay comentarios: