martes, 29 de junio de 2021

ciudadanía...

... y sociedad (civil).



El asombro no alcanza cuando escuchamos la nueva batalla desde palacio. Eliminar y recrear la (las) clase(s) media(s)... La cantidad de adjetivos acumulados cada mañana durante las semanas recientes. Por dónde empezar. Quizás por la argucia y la manipulación que buscan recrear falazmente una polarización indignante e inútil. Parece que no hay otra estrategia de gobierno que la de una comunicación basada en la narrativa del enemigo, el chantaje y la emoción visceral como formas de penetración en los complejos profundos. 

No perciben la derrota como una alerta para la reflexión sobre tales formas arbitrarias del engaño masivo. Por el contrario. Se insiste en difamar la integridad de cada una de las personas que habitamos nuestro país.

Si bien hubo un tiempo en donde se podía trazar líneas claras entre castas, bajo el dominio de monarquías aristocráticas; en donde la herencia de sangre determinaba el lugar en el mundo que cada ser humano ocupaba; estamos ya lejos de tales esquemas de concepción de la convivencia humana. Tales modelos nos heredaron desigualdades de todo orden. La conquista en América dotó de tales valores el nuevo esquema social instaurado con barbarie y sometió las culturas originarias (las cuales tampoco estaban exentas de una estructura social basada en castas). Conforme el feudalismo se instauró como una nueva forma de dominio se conservó la "nobleza", vinculada al rédito económico y la propiedad. Ya no se trataba de ser poseedor de la sangre, ahora era quien poseía la tierra quien determinaba el lugar que cada persona ocuparía en el mundo. Esclavitud mediante. El auge comercial dio luz al plusvalor y nacieron los comerciantes como los nuevos poseedores del dominio social. Se instaura la burguesía... llena de aspiraciones encaminadas al "progreso" y enraizada en la promesa de la modernidad (siempre con la reminiscencia de una aristocracia que nunca pudo acariciar por la sangre pero que ahora era suya bajo el signo del "lujo y la elegancia"). Y la acumulación del capital se convirtió en la nueva medida de valor para ocupar un lugar en el mundo. Aparejada de una clase obrera también pujante e incesante en la lucha por su derecho de existir al margen de su condición social. Una vez concebida la industria a gran escala. La educación se socializó a medida que se otorgó a cada individuo su definitiva humanidad. Y hoy vivimos una especial, y casi exquisita, combinación que llamamos trabajo, profesionalización, academia, asociaciones civiles, oficio, emprendimiento, pequeñas, medianas y grandes empresas, servicios públicos y privados, medios de comunicación, la informática y el mundo cibernético, espacios políticos, nichos financieros... etc. Lamentablemente, todo ello atravesado por el mal hábito de antaño de la concepción de castas. Y marcado severamente por el sello de la desigualdad desmedida. La injusticia y la suma de las discriminaciones, estigmas y estereotipos. Todavía una mujer no es plenamente libre de elegir su lugar en el mundo. Y la vida sexual y amorosa de las personas sigue siendo motivo de censura moral y dominio público. La esclavitud velada se reproduce en tanto el ingreso es insuficiente para construir una vida digna. La educación carece de impacto suficiente para sabernos una sociedad constituida por una ciudadanía en igualdad de condiciones. En mayor medida porque no vivimos en igualdad de condiciones. A mayor conocimiento, mayor frustración acerca de la imposibilidad de ocupar un lugar digno en la vida social. El estatus sigue siendo una medida de valor para ocupar un lugar más "honorable" en la sociedad. Las apariencias siguen marcando la pauta de nuestra vida social con el mismo rigor y recato que siglos atrás. Los pueblos originarios siguen sin ocupar un espacio digno dentro de un modelo hegemónico cultural... heredado. Pero tan nuestro como el mestizaje del cual todos somos hijos. El trabajo no se paga como se debe. Y la plusvalía se volvió insignificante ante el poder bursátil de la especulación monetaria. En este contexto, el Estado ha perdido toda su identidad. La inercia social es más fuerte que su esfuerzo por preservarse como el ejecutor de la vida comunitaria. Conserva en su seno todas estas formas de dominio y se resiste a asumirse como la suma de todos aquellos a quienes representa. La guerra sigue siendo el último resquicio para ensalzar su fuerza y su poder. 

Frente a todo esto: ¿qué es la clase media? ¿cuál es el motivo de ser de la sociedad civil? 

Insisto, es preciso aventurarnos a recrearnos como seres humanos y asumir otra forma de interpretar nuestra realidad para ser capaces de construir soluciones acertadas y asertivas. La sola idea de "clase media" está totalmente fuera de contexto. Prefiero hablar de vida digna. Beber del amplio marco que nos regala la narrativa de los derechos humanos. En donde se supera la herencia de castas que ha abatido a la humanidad a lo largo de toda su historia. Y libres elegir el modo en que cada quien quiere vivir con la certeza de que todos tenemos un lugar digno en el mundo. En términos económicos, en específico tomando como medida el ingreso vital, sí... hay un amplio estrato dentro del cual, sin ser poseedores de inmensas riquezas y sin vivir bajo el sometimiento de necesidades precarias: todos aspiramos a desarrollarnos con dignidad. Pero tal espacio social está delineado con disímiles márgenes y se constituye con múltiples medidas relativas de valor. En definitiva, es el constructo más basto. Porque da cabida a la posibilidad de todos existir y convivir en paz. De la dicha y del goce. De sentirnos plenos, felices y satisfechos con quienes somos y aquello que poseemos. Con aquello que conforma nuestra cotidianidad toda. Y es importante desmitificar este espacio de cualquier mínimo resabio de culpa. Con mayor ahínco, destronarlo de todos los complejos que se acumularon a lo largo de la historia y que siguen teniendo un impacto en nuestra convivencia entre pares. Dejar de santificar la carencia tanto como dejar de postular el estatus como triunfo. Darnos la libertad de vivirnos a nosotros mismos con aceptación y disfrute total. Con sentido del humor transitar las inmensas diferencias que nos conforman. Sin ofensa alguna. Abrazarnos. Respetar el credo particular de cada ser y comprender que nadie tiene derecho a decirnos cómo debemos vivir y menos aún juzgarnos moralmente a causa de nuestra invaluable identidad. Somos seres éticos y es en nuestro fuero interno en donde con autonomía nos escudriñamos a nosotros mismos. 

Por todo esto, no debemos caer en la provocación calculada y siniestra de convocar a las "clases medias" a emprender una batalla entre sí. A volver una cuestión vital: una cuestión moral. En llevar una situación personal, una condición de derechos humanos, hacia un tumulto de "castas", en donde no se reconoce nuestra dignidad como cualidad intrínseca de igualdad y diferencia legítima. 

La solidaridad es la motivación que se hereda de toda vida digna. No la caridad. No la culpa ni el desprecio que nace del complejo. Y la aspiración más grande en este país, como se demostró en el 2018, de quienes tienen la dicha de vivirse en plenitud: es que es tiempo de arrimar el hombro a todos quienes se han quedado atrás. Incluso quienes no apoyaron el proyecto vigente, votaron por la opción que consideraban más efectiva para este fin. Éste fue el gran logro. Ganamos todos. Porque estamos cansados de vivir en un mundo que no tiene un lugar justo para todos y cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas. ¡Dijimos basta! No más pobreza, no más precariedad. Confiamos, como las personas eternamente enamoradas que siempre perdonan, en las instituciones y en el Estado como ejecutores de soluciones. Y fuimos defraudados por una "oligarquía socialista" trasnochada, una "izquierda" con "aspiraciones" de "nobleza", "caciques" fanfarrones, "autócratas" de cuarta, personajes políticos "chatarra" que saben bien mentir y confundir... Por un conjunto de personas que no han descubierto cuánto desprecian la vida humana, que duermen en las mieles terribles de la enajenación, somatizan el síndrome de Estocolmo más allá de todas sus variantes conocidas y que se entronan con el deseo de las urnas sin reparo alguno de la valía de la voluntad humana. Sin reparo alguno acerca de lo justo y verdadero. Quienes insisten en trastocar la realidad con una tortuosa estrategia de comunicación.... simplemente: porque decidieron que tienen el derecho de someter la voluntad ciudadana en aras de un bien común. El cual no podemos apreciar porque no comprendemos: ¡cuánta soberbia! Un bien.... que de común lo único que tiene es el dogma del cual participan. Y de bueno sólo tiene como medida su propio beneficio político para acumular y centralizar todos los recursos del Estado. Sin comprender el entramado social que nos conforma. Aferrados a un imaginario perdido.

Enfrentamos un problema estructural. No se trata de sumar buenas obras, que las hay y las habrá cuando llegue el balance del sexenio. Se trata de rescatar el valor de la vida como un acto libre. Se trata de aspirar a una vida digna sin importar otra condición que el hecho de ser personas. No nos confundamos con la colección de adjetivos con que se ha maltratado a la población por no haber recibido el beneplácito esperado en las urnas. No merecen la pena, son insultos y con la agresión no se puede razonar. Censura total a sus dichos carentes de sentido y sin fundamento alguno. Mas que el eco de reminiscencias históricas. Somos más que la suma de nuestros estratos sociales comunes. Somos libres. Cuando además ganaron y mucho. Pero saben que perdieron lo único que les importaba... nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. Y eso los tiene dando maromas y estocadas a diestra y siniestra. Tratando de remontar su esquema beisbolero no hacen más que ridiculizarse con más ahínco cada día. Y sí... el pueblo, todos nosotros, no es tonto. Nada tontos somos, menos aun tontas... Lo interesante de su discurso es que sus virtudes se cumplen sin darse cuenta porque ni ellos mismos las creen. Y que cada vez que critican o explican algún mal que nos aqueja, algún fantasma que los acecha, y toda la suerte de paranoias que los caracteriza, no son más que su propio espejo, se describen a sí mismos mejor de lo que cualquiera de los demás podría hacerlo. Cada vez que describen a un "adversario", se describen a sí mismos. Son ellos quienes quieren instaurar una narrativa que, en colusión con organizaciones internacionales (tan de "izquierda, progresistas y socialistas" como se denominan) dé lugar a algún tiempo de arbitrariedad al margen de la ley y en aras de la "justicia"... esa su justicia tan diminuta y particular. Ésa que no alcanza ni siquiera para pacificar el país. Porque no quieren paz. Enconan el conflicto. Provocan como fieras enjauladas. Fustigan con crueldad a quienes más padecen los agravios de la violencia. Desdeñan el afán de quienes más se esfuerzan por acariciar por un instante una vida digna... con tal desenfado. Dejan morir a las personas con tanta indiferencia. Antes éramos un dígito en indicadores que no alcanzaban a diseñar una solución para volver rentable la vida misma, sin rostro. Una falla del mercado. Ahora somos el costo hundido del curso de la naturaleza para rentabilizar los recurso públicos en aras del dominio (por sí mismo). Sin alma. Una falla del Estado. No sólo no tienen vergüenza ante su ineptitud... además son bárbaros. Y corruptos. Tan insulsamente iguales y tan dramáticamente diferentes. 

No es en el recorrido de la historia donde encontraremos la medida para evaluar su desempeño. En 2018 abrimos un nuevo horizonte de significado. Estamos viviendo la historia. Viendo pasar ante nuestros ojos "la senda que nunca se ha de volver a pisar". Y por eso es que debemos abrir la mirada hacia la posibilidad de nuevas e insospechadas siluetas para comprender el mundo, a nosotros mismos y nuestro futuro. La evidencia empírica ha destronado las "izquierdas" y con ellas han perdido sentido todas las "derechas". El conservadurismo se convirtió en el "bastión" liberal. Por ende, los anhelos liberales y libertarios alzaron el vuelo desde el estandarte considerado conservador. Qué paradoja innombrable. Por eso, busquemos nuevas narrativas y categorías para posicionarnos políticamente en aras de construir un poder social capaz de darse a sí mismo una vida digna. Sin otra etiqueta que el bien común, en sentido estricto. Basado en el reconocimiento de todas nuestras diferencias. No cedamos en el ímpetu por pensar por nosotros mismos.

Y sí, la sociedad civil puede caracterizarse en el marco de los fanatismos (algunos atroces...) de la historia: como la cara vacía del Estado, representada en el precepto vacío de la ley escrita, la moral fuera de sí y enajenada en una comunidad que se afirmaba en el individuo desgajado de su composición histórico-social; cuando se aspiraba a que el Estado fuera el cuerpo vivo y lleno de contenido que le daba efectividad a la ley a través de la interiorización ética de la ley moral. Como la suma de las voluntades trascendidas y sublimadas, a través de lo sagrado, en un nosotros pleno y entero. Como el rostro del tiempo hecho historia. 

Sin embargo, en el presente y en México... la sociedad civil se ha ganado un lugar propio. Un espacio vital. De resistencia. De apertura paradigmática. Nacida de la necesidad de enfrentarse a un poder totalitario que se había desgajado por completo de la comunidad. Ha picado piedra. Paso a paso. Se ha cuestionado a sí misma a la par que ha cuestionado el status quo. Ha forjado diálogos e instituciones. Ha tendido un puente entre el abstracto y vacío concepto de Estado y la concreción llena de sentido de las necesidades mismas de la comunidad. Con rostro. Con causas específicas. Diseminada en múltiples espacios y motivaciones. Encarnando un lugar en el mundo para personas y colectivos, con profundo compromiso. Ha impulsado los estándares en materia de derechos humanos para que la dignidad se haga costumbre. Abrió nuevas ventanas al mundo en un país que vivía ensimismado en su propio terruño. Ha dado voz a quienes no tienen un lugar digno en el mundo. Con tropiezos y excesos... también. Pero sumando a los equilibrios de poder, al espíritu crítico... a la apertura de los medios de comunicación: a la esperanza. Y lo que más la ha debilitado ha sido entretejerse con el poder desdibujando su identidad y sucumbiendo ante las mieles del estatus social. No por ello es un territorio al cual deba renunciar como parte de su definición propia. Más bien es la ocasión ideal para redefinir y resignificar la posibilidad de consolidar un Estado efectivo. Ya no basta la denuncia. Necesitamos hechos consumados en todos y cada uno de nuestros corazones. Es decir, vivir sin violencia. Y creo que este camino recorrido por muchos y muchas de nosotros, cada quien desde su trinchera, está colmado de enseñanzas y aprendizajes para seguir avanzando. Desdeñarla es despreciar el hecho de que lo único que le da sentido al Estado es una ciudadanía viva y entera, comprometida y solidaria. Empática. Constructiva. Participativa.

Por otra parte, cuando hablamos de Estado no podemos negar que su talón de Aquiles es la llevada y traída corrupción. Esa expresión vívida de una sobrevivencia sometida a condiciones extremas, de toda índole. La corrupción se corrige de adentro hacia afuera, la legalidad (está probado) no alcanza porque seguimos presos de una ley escrita: vacía de contenido efectivo. Con consenso damos pasos significativos, pero todavía breves, en aras de corregir este hecho: para dotar de efectividad a la legalidad. Y no es cierto que es la corrupción lo que nos ha llevado a tales niveles de inseguridad. Es completamente a la inversa... es la falta de certezas vitales (es la certeza del riesgo de jugarnos la vida en las calles, en el límite), o la necesidad de certezas sublimadas ante la frustración, lo que hace que el orden común pierda su sentido como un espacio solidario al abrigo del Estado. En donde la legalidad se cumpla por sí misma. Perseguirnos y estigmatizarnos unos a otros sólo incentiva más corrupción. Más vergüenza y desatino ante nuestros propios actos, tanto morales como éticos. Todos impotentes ante una realidad inasequible ante nuestro deseo de transformarnos.

En conclusión, la pregunta es: ¿cómo hacemos efectivo el estado de derecho democrático? Porque sin importar quién gobierne, estamos huérfanos. Todos por igual. El poder se ha vuelto inútil ante la dimensión y complejidad del problema. Polarizarnos es criminal... en este contexto. Hay que cambiar radicalmente el cristal con el cual hemos dialogado este objetivo común: de vivir en paz. De construir una vida digna. Por de pronto, es evidente que concentrar y centralizar el poder del Estado (con mayor ahínco: todos sus recursos y potestades) es un acto fallido. Quizás nos excedimos en el afán por minimizar y descentralizar sus funciones para hacer más operativos y certeros sus resultados. Lo cierto es que hubo una desmembración que lo fracturó desde sus cimientos. Pero, de nuevo, tratar de consolidar condiciones previas ya inexistentes sólo nos llevaría a repetir el fracaso de los esquemas totalitarios que se derrumbaron por una inercia propia y no por la mano invisible del mal... "neoliberal". El consenso sobre la responsabilidad social del Estado de bienestar, en algún momento cuestionado teóricamente y sin contexto, ya se ha restaurado. Dejaré de lado el tema sobre convertir este deseo en un propósito económico sostenido y sustentable, rentable. Porque es un tema inmenso en sí mismo y merece un espacio propio. Lo único que sí dejo aquí apuntado es que también está probado que si no producimos no tenemos qué ni cómo repartir, cuando de administrar la superación de las condiciones de precariedad se trata. Lo que me interesa aquí es el hecho de que necesitamos encontrar la forma de gobernar con dominio territorial para garantizar la seguridad. Constituirnos en un Estado lo suficientemente fuerte para ejecutar: gracias a su capacidad de operar de forma descentralizada, en sintonía con las necesidades específicas de cada localidad. Cuando diseñamos políticas públicas, lo más delicado es determinar el problema que queremos resolver, que no es lo mismo que el objetivo que aspiramos alcanzar. Establecer un mapeo meticuloso de causas y efectos con base en correlaciones múltiples y complejas. Observar con detenimiento las motivaciones e intereses en cuestión. Diagnosticar el status quo: como principio de realidad y punto de partida. Sin juicios de valor. De tal manera que se pueda llevar a cabo un curso de acciones para tal resolución, con lo cual el resultado esperado se cumpla. Mágicas tortugas, las invito a empezar a enlistar hipótesis que nos permitan dilucidar cuál es la falla que da sentido a la violencia en la que nos encontramos. A mirar juntos... fuera de los márgenes. Gracias.

Todo lo demás: es vil y vulgar entretenimiento mañanero... Seamos valientes sin perder la calma. Sostengamos nuestros principios y posturas sin necesidad de caer en provocaciones. No dejemos de alzar la voz de la indignación ante lo que nos conmueve... con acierto y suspicacia. Con humor y empatía. Con justicia y con verdad. Con perdón y solidaridad. Abiertos al diálogo razonado. Y no olvidemos, ante todo, que somos afines y que la división polarizada sólo merma nuestra posibilidad crítica de sembrar juntos soluciones comunes. Somos la historia misma y el amanecer nos espera ansioso de futuro renovado. Despertemos sin miedo y sin violencia. Para que mañana: los elles y los nosotres de nuestra vida seamos un solo corazón. ... Así sea.



Y tú... ¿sabes que todas las personas somos igualmente seres humanos? 




Infinito abrazo...
lleno de magia de tortuga.
Feliz martes.









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