jueves, 17 de junio de 2021

democracia...

 ... divino tesoro.



Hace ya un par de semanas celebré mis 48 años. Con mucho entusiasmo de sentir que vamos transitando hacia tiempos renovados tras un año largo, y más, un año de haber cambiado de manera significativa y trascendente el ritmo de nuestras vidas. Los pequeños hitos en el curso de nuestras historias personales, como celebrar nuestro cumpleaños, son un motivo, o quizás un pretexto, para recapitular y renovarnos. Sin necesidad de trastocar mucho nuestro lugar vital pero sí con un impacto en nuestro momento existencial. El abrazo de nuestros cariños y amores lo cambian todo, también. Brindar, cantar y bailar. Dar gracias. Y con alegría caminar. 

Estoy convencida de que crecer a lo largo de los años que vamos acumulando tiene su mayor significado en cuanto logramos conquistar un pedacito de nuestra libertad, paso a paso. Irnos despojando de ideas que nos dieron pauta, claridad, motivos y rumbo... para acrecentar nuestro pensamiento y descubrir nuevas luces. Y abrazar nuevas posibilidades de ser. Soñar con el amor. Dejarnos sorprender. 

Me ha tomado tiempo estar aquí, en este espacio cómplice lleno de magia de tortuga. Dejé correr las aguas electorales, el ánimo de anticipación y el logro de la tarea ciudadana cumplida. Porque son tiempos de tomarnos con calma el asimilar la suma de sentimientos que se acumulan ante lo que vivimos cada día a la par del acontecer nacional. Se condensan "siglos" en el tintero en esta faena de expectante. Y ¿por qué digo siglos?... porque la complejidad de nuestro momento histórico no es posible de observar sin el contexto ancestral que nos comulga. 

Las múltiples teorías y prácticas se entrelazan y se confunden entre sí... sin lograr asirse a la praxis. Sin rozar el logro de llevar a cabo verdaderos cambios. Así que haré un gran esfuerzo por compartir las ideas que me han acompañado los dos últimos meses. Dejando clara mi postura de que, así como hubo un tiempo en que gasté mis esfuerzos de análisis en darle cabida, sentido, pies y cabeza a lo que algún día vislumbré con esperanza (la ya sin significado alguno: 4t), hoy estoy totalmente en contra del proyecto de dogmatización, militarización y control absoluto de la voluntad ciudadana que emprende con más cinismo y vigor cada día el actual presidente en turno. Lo que salga bien de este sexenio, en beneficio del país, es sólo el trabajo para el cual fueron contratados. E incluso en este rubro siguen quedando a deber por mucho. Qué tristeza tan grande me invade todavía. La decepción es inconmensurable. Jugaron con nuestras emociones más profundas y nos engañaron viéndonos a la cara. Su crueldad frente a las necesidades más precarias del país es imperdonable. Ahora nos insultan porque descubrieron que no somos tontos. Que nuestros cerebros no fueron hechos para internalizar ningún otro mensaje que la voz que surge libre desde nuestro propio interior: sumando diferencias, con respeto. Y quizás lo que más les duele, a los ahora moralmente derrotados (incluso cuando ganaron grandes territorios), es que se niegan a comprender que su verdad no sólo no es la única verdad sino que ha sido ya derrocada por la realidad misma. Que no hay palabra soez capaz de confundir el entendimiento de las mayorías. Sin importar su estrato social y cultural. Que México no se puede dividir en dos. Que son las infinitas y complejas partes que lo componen lo que le da su verdadero sentido de nación. Que en 2018 no recibieron un cheque en blanco y que la esperanza sigue siendo nuestra, de la ciudadanía que es pueblo y del pueblo que se llena de significado en cada uno de las y los ciudadanos (sin estigma). La esperanza anida en cada uno de nuestros corazones... sin etiqueta alguna.

La democracia es un proceso en sí mismo que se encarna en cada uno de nosotros. Sólo como modelo se puede concebir como algo acabado. Sólo como idea significa un cúmulo de virtuosos deseos cosechados a lo largo de la historia. Sólo como organización social se enmarca dentro del entramado de preceptos, instituciones y normas que la componen y le dan forma. En cuanto concepto está vacía sin la vivencia misma de la experiencia que la nombra. No hay tal cosa en abstracto como la democracia en sí: sólo existen personas democráticas. Sólo existen condiciones de posibilidad para vivir democráticamente. La democracia se logra con la suma de voluntades, por sí mismas irreconciliables entre sí y en conflicto por subsistir unas frente a otras, que se enlazan a través del encuentro, la palabra, la conciliación, el pensamiento reflexivo, la conciencia de sí, el conocimiento de uno mismo y el reconocimiento del otro: dando forma a lo común... en un ir más allá de sí. Cada quien reflejando, a través del rostro de los otros, su propio rostro... en aras de una identidad tanto propia como colectiva. Siempre mutable. De forma progresiva o regresiva. En dialéctica constante. Sin violencia: el único eslabón que la sostiene. Sumando el deseo (y el placer) de construir un mundo posible en el que todos podamos vivir en paz. Como una tarea que se cosecha cada día. En la cual cada quien es el todo y la parte. Y cada quien ocupa un lugar tanto para su propia felicidad como para construir el patrimonio cultural. Y ¿por qué es tan preciada o al menos lo mejor que hemos podido alcanzar como forma de hacer política? Porque parte de la necesidad de reconocer que todos los seres humanos somos iguales y somos igualmente libres. A la vez que sólo sumando voluntades libres podemos administrar el poder para ocupar un lugar digno dentro de la comunidad. Es una forma de vivir que se basa en la responsabilidad que asumimos sobre nuestra vida y sobre el efecto de nuestros actos en todos nuestros entornos de convivencia social. Sin sumisión alguna. Con comprensión y sin persecución. 

A lo que quiero llegar es que el secreto de la democracia está dentro de nosotros, somos nosotros quienes, gracias a una toma de conciencia acerca de la vida libre, somos capaces de darle contenido a toda expresión democrática. Y las fallas dentro de ella, son las fallas que habitan nuestro fuero interno; de diversas formas y en distintas proporciones. El verdadero reto de toda democracia efectiva se compone de dos partes: el miedo y la enajenación. El miedo a traspasar nuestros propios límites y convertirnos en alguien más de quien solíamos ser. La enajenación en valores, dogmas, personas y símbolos que atesoramos desde nuestras emociones, que nos brindan la ilusión de pertenencia colectiva para evadirnos de nuestro solitario existencial a la vez que nos someten. El miedo sostiene la enajenación y la enajenación cultiva el miedo. La apertura hacia la libertad es un acto que nace en el corazón que se atreve a amar con los ojos cerrados. Un corazón dispuesto a descifrarse y cifrarse cuantas veces sea preciso para hacer de su vida una experiencia plena y de efectiva realización. La educación tiene en su seno el objeto de enseñarnos a transitar por todas nuestras enajenaciones, sin miedo, hasta volvernos dueños de nuestra voluntad.

Por eso el proceso democrático es tan infinitamente complejo. Porque involucra múltiples identidades en continuo crecimiento. Distintos momentos en la toma de conciencia que cada quien atraviesa. Sin dejar de mencionar los disímiles temperamentos y personalidades en proceso de maduración incesante. De ahí que pretender que se trate de una partida de dos, entre "buenos" y "malos", no nos lleva muy lejos. Y es todo lo contrario al espíritu mismo de la democracia. Son los matices los que suman. Y en su esplendor: el reconocimiento del bien común como la toma de conciencia de las necesidades del otro como propias. Sin arbitrariedades. Cuyo fruto es la justicia hecha realidad. 

Vamos caminando, poco a poco, descubriendo nuevos horizontes a la vez que, a veces, olvidamos mirar en balance y retrospectiva la huella que nos antecede. El pasado hecho está y es sólo un referente en nuestra memoria. El presente es lo que está a nuestro alcance y desde donde tiene sentido la posibilidad de imaginar un futuro posible que rompa con nuestros propios esquemas para lograr construir una mejor forma de comprender la vida y vivirnos a nosotros mismos. Unidos somos más fuertes. Precisamente porque para unirnos debemos renunciar al pasado que nos somete y trascendernos como individuos para saber que, a pesar de ser diferentes (o precisamente por ello), somos más felices compartiendo aquello en lo cual estamos de acuerdo. Regalando un pedacito de nuestra identidad para sumar al todo de una identidad en la que quepamos todos. Una identidad que existe precisamente gracias a todas las partes que la componen. Sin menoscabo de nuestra humanidad y con base en nuestra dignidad humana.

¡Ojalá algún día cese la violencia que domina nuestro territorio nacional y encontremos la vía para dejar de temer por nuestras propias vidas! Ese día en que en medio de nuestras diferencias, de todo orden, nos abracemos al unísono en un mismo pedacito de sentido común. Aunque fuera sólo por un instante. Un momento en el cual nadie ejerza control sobre otra persona y todos asuman el control de sí mismos. Así como la pandemia, por un instante, nos hizo latir en un mismo tiempo. Recordándonos cuán iguales y valiosas somos todas las personas.


Y tú... ¿vives democráticamente?



Abrazo infinito
lleno de magia
democrática de tortuga.
Y que unidos todos...
el amor venza.








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