domingo, 13 de noviembre de 2022

el concierto...

 ... de los corazones. 



Gran día nos espera. La marcha por la democracia: está en marcha.

Al unísono nos sumamos con un poco de aliento vital al deseo de preservar espacios conocidos para garantizar un futuro próximo y contiendas electorales pacíficas: certeras.

Vale la pena matizar nuestras posturas. Me sorprende que con cierta furia y radicalismo: se convoca a un acto de paz. Me sorprende más la intolerancia de quienes ofenden a quienes sí abrazamos tal convocatoria. Todos somos iguales y todas las expresiones de la comunidad son igualmente valiosas, coincidamos o no en nuestros puntos de vista. Es agotador ver cuán agotados están quienes se anclan con férreo enojo a sus posturas. ¿No se cansan de vivir enojados? Por no mencionar que el mal genio, a veces, nos impide pensar con claridad, no se diga con un poco de justicia. Recordemos que venimos de una pandemia y quizá tuvimos la oportunidad de suavizarnos y hermanarnos de formas nuevas ante la incertidumbre del acontecer de la vida: pero parece que no, que a medida que regresa la normalidad... regresan también la ira y el enfado. La confrontación incesante que sólo lastima nuestra humanidad. 

La democracia es un diálogo incesante en el cual todos podemos ser sin privarnos de ser nosotros mismos. El sentido de que todos podamos ser parte del poder en tanto somos representados políticamente, implica que (históricamente) dejamos de ser unos más y otros menos, ante la ley. Ante el orden dado por nosotros mismos. Igualmente pueblo, igualmente ciudadanos. Pares sin derecho a oprimirnos unos a otros. Sin embargo, todavía prevalece el encono y la polarización: venga de donde venga. Y tal polarización no guarda proporción alguna frente a estas aspiraciones libertarias de igualdad. Pues en todo radicalismo anida, de suyo, un despotismo.

Lo importante hoy es sumarnos para que el territorio común en el cual nuestra voz común es capaz de unirse conservando nuestra propia voz individual y marchar para que la reforma electoral no siga su curso. Tal vez... el próximo sexenio, habrá menos odio entre la ciudadanía y entonces: las artes políticas puedan convocar a todos por igual a construir un aún mejor marco legal para ejercer nuestros derechos políticos. Sin poner en riesgo las reglas, al árbitro y sin tampoco entrar a una batalla de privilegios entre las distintas fuerzas políticas para posicionarse airosamente ante el descomunal evento electoral que tendremos en puerta de vista al 2024. 

Hablar de salvar a México me parece un exceso. Es no confiar en que todos somos igualmente parte de nuestro país. No confiar en que el diálogo, por áspero que sea: prevalece. Que la política es más profunda y compleja que símbolos y frases hechas. Sería interesante que en la jornada de este domingo fuésemos capaces de sorprendernos a nosotros mismos e innovar en nuestra expresión... porque francamente el formato París del 68: ya chale. La propaganda panfletaria para sentirse más pueblo manifiesto, tampoco es muy alentadora. Parece que el tiempo no pasa. Que no crecemos. Que las demandas no se enriquecen ni que las nuevas exigencias parten de lo ya logrado. Salir a manifestarse se conserva como una expresión barroca del siglo pasado: así de aberrante. ¿Somos los mismos de entonces? ¿México es el Chile de Pinochet? Parece que vivimos en dimensiones paralelas en donde entre demos y cratos (antes de Cristo) y la revolución cubana... nada ha pasado bajo el sol. ¿Por qué nos hemos vuelto incapaces de instaurar nuevos referentes? Nuestro mundo sí ha cambiado... y mucho. Se quiere confrontar el supuesto anacronismo con más anacronismo. Y con temor a definirse en tanto lo que cada quien representa. Tal vez, así se consiguen más adeptos. Pero eso sí... esos otros adeptos son "focas" (expresión despreciable de suyo). Es difícil comprender hacia donde camina la política nacional: tan incapaz de darle un verdadero giro al escenario paradigmático que se trata de defender o combatir. Estamos, como ciudadanos, cortos de alternativas. Por no mencionar a quienes nos invitan a sumarnos a la marcha con regaños y exhortos morales. Parafraseando... "no sean tontos: tienen que marchar!!!! el país se acabó!!! están obligados a hacer lo que nos parece correcto!!!". O agredir a las autoridades en medio de la euforia por manifestar una opinión. Por otra parte "#LaMarchaDeLosPendejos". Y autoridades al tú por tú con la ciudadanía porque les ofende que no todos pensemos igual. Insultos van. Insultos vienen. Y como que nadie sabe qué hacer para que nuestro país sea más feliz. Para que cada uno de nosotros sea más feliz. Los caminos del terror terrorífico ante la implacable realidad no nos llevarán muy lejos. Es con alegría que se lucha por un mejor futuro. Con fe y esperanza es que la comunidad logra su realización. El desencanto sólo divide y nos aísla a unos de otros. ¿Es obligado oponerse a una idea para tener una causa legítima? Porque de ser así, parece que lo único que legitima tal causa es estar en contra de otra idea. Y de ser así: cuál es el valor intrínseco de tal causa.

No sé... como que defender el INE tiene otros matices. Sin color ni ideología específica. Sin contraposición real: en tanto es una causa común en la cual, en último término: lo que defendemos son las reglas que nos hemos dado a nosotros mismos para administrar el poder con justicia social; de la mano de la voluntad de cada uno de nosotros. No se trata de oponerse a un gobierno en específico... se trata de recordar que hemos llegado hasta aquí en nuestros caminos democráticos: gracias a que nos dimos tales reglas. Y esto tendría que ser razón suficiente para unirnos. Sin más.


Y tú... ¿vas a al marcha?



Feliz domingo...
mágicas y democráticas
tortugas.




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