miércoles, 2 de noviembre de 2022

hablemos...

 ... del planeta.



Cuando pensábamos que el sol giraba a nuestro alrededor, el mundo era no sólo el centro de sí mismo...también era de cierta forma: infinito. La Tierra era plana. Y el futuro se debatía entre la lucha por el poder, la riqueza, la civilización y el dominio por la sobrevivencia: comer y estar a salvo de las inclemencias de la naturaleza. En cambio... hoy todo es distinto. El éxito de nuestro existir... errantes y orbitando alrededor del Sol. El sabernos dependientes en lo absoluto del rigor de Era... un astro circular; y a la deriva de la suerte de Cronos... la pauta a la que todo se ciñe. Un punto minúsculo en medio de un basto universo. Sin adivinar si acaso nuestro destino tiene propósito alguno. Nos arroja a la certeza de que podemos devorar nuestro medio ambiente y quedar atrapados en la sequía; así como la era de hielo nos detuvo para dar origen al sentido profundo de nuestra evolución. Hoy nos congelamos y/o nos calentamos: sin aliento ante todo lo que escapa al futuro. Si bien nunca tuvimos tanto para sobrevivir, nunca fuimos tan conscientes de nuestro frágil destino. Quizás porque tampoco nunca vislumbramos nuestro destino tan a largo plazo y con una conciencia histórica... también de largo plazo.

¿Realmente somos responsables? ¿Realmente tendremos la posibilidad de tener el control para cambiar el curso de los acontecimientos ante el relato de previsiones que opacan nuestro horizonte? No lo sé. Lo que sí sé es que las nuevas generaciones tienen una gran tarea por delante. Tanto como quienes les precedieron. Y no, no pueden culpar a la historia de la cultura si sienten que se van quedando sin mundo y sin futuro. Tomen en cuenta que la humanidad se ha partido el lomo, a contrapelo (diría Walter Benjamin), para darles lo que sí tienen hoy. Hubo desaciertos. Debemos enmendar los resquicios de nuestros cimientos. Sí... así ha sido el proceso de vida que nos tiene aquí. Rebosantes de problemas. Pero también ahogados de logros. No es posible que la toma de conciencia sobre nuestro hacer en el mundo nos tenga atrapados entre el reclamo moral y la indignación arrogante. Somos animales humanos. Capaces de crear y recrear nuestro pensamiento en obras. Y sí, estas obras tienen defectos. Pero los defectos se corrigen. Así que apoquinen jóvenes. Y abracen con esperanza la posibilidad de expresarse de formas nuevas y todavía no imaginadas. No es suficiente inconformarse o refugiarse en aquello que los evada de la realidad. Interróguense de tal forma que encuentren motivos felices al ver el futuro ante sí. Con capacidad de comprometerse en aquello que puedan acariciar como posible y los haga felices. El mundo virtual es una quimera si no son capaces de comprender todo lo que cuesta y significa: comer, construir cultura, tener un techo, transportarse, etc. Valorar cuán afortunados son. Son la generación que más ha tenido a lo largo de la historia; a sabiendas de que también hoy todo se vuelve precario a la luz de la incertidumbre, la injusticia y un modo de vida indulgente que necesita destruir masivamente para conservarse. Lo cierto es que en 30 o 50 años... será su mundo; éste que habitamos: qué piensan hacer para recrearlo y sobrevivir. Cuál será la huella que, con acierto y defecto, dé cauce a las generaciones que hereden sus obras. ¿Cuáles serán esas obras? 

A la generación que nos ha tocado comprender a quienes nos antecedieron y ahora a quienes nos vienen pisando los talones... Quienes acariciamos a destajo y con triples esfuerzos lo que se perdió del siglo pasado y lo que se ha ganado este siglo, respectivamente. Somos el eslabón que sostiene la transición. Y los más carentes de presente y de futuro. El presente (a la luz del desarrollo tecnológico) arrebató el lugar que pudimos imaginar ocuparíamos (el ser que creímos podíamos llegar a ser) y el futuro está aprisionado bajo las coordenadas de una normalidad que, si caduca, es vigente. Educados para saber procurar a los otros. ¿Cómo se sienten las nuevas generaciones ante este dilema histórico? ¿Se sienten hijos de su tiempo y dueños de su presente? ¿Qué imaginan que puede ser diferente en el futuro de tal forma que pierdan su lugar de pertenencia? ¿Asumen el cuidado de sí, de quienes les acompañan, de sus mayores, del mundo y la naturaleza... como una vocación? ¿Para qué propósito sienten que fueron educados? Aun así, me da la impresión, somos también los más agradecidos... el mundo cambió tanto que somos quienes más podemos disfrutarlo en tanto vivimos inmersos en la sorpresa e incluso el desconcierto, de tal suerte que todo es mérito en nuestro hacer. En nuestra niñez todo lo que hoy es real: era magia. Quizá nos era propio en cuanto anhelo. A la vez que no dimensionábamos lo que estaba por ocurrir. Al mismo tiempo, crecimos en medio de la nostalgia de lo que dejaba de ser. Bajo el signo de la posguerra, la guerra fría, con el aliento del ímpetu revolucionario y los herederos de todas las crisis; sin tampoco dimensionar mucho lo que esto significaba pues no eran nuestros tiempos, éramos niños y nos educábamos para tratar de comprenderlo. Los mercados eran escasos y limitados. Viajar era bastante excepcional. Los medios y el acceso a la información: eran espacios sumamente limitados. Gran parte de la escasez que hoy muchos siguen padeciendo: era un dato comunitario. Todo era extraordinario de formas que los jóvenes en la actualidad tal vez ya no experimentan; las sorpresas que los habitan son otras... ¿cuáles? La comunicación era bastante inaccesible (el correo escrito demoraba, la telefonía era cara...la larga distancia: un lujo... teléfono fijo de discado y poco a poco entrábamos a la era digital e inalámbrica como una gran novedad, no existían los celulares y la computadora era todavía una promesa; transportarse también implicaba muchos retos) y, sin embargo, era exquisita de maneras que hoy hemos perdido. Las personas solíamos visitarnos inesperadamente y gran parte de la vida social giraba en torno a poder reunirnos. 

Lo cierto es que seguimos admirando a los mayores y cuidando a los menores. Y a nosotros, la generación X (nacidos entre 1961 y 1981, más o menos; con padres sedientos de derribar todas las barreras que limitaran la posibilidad de experimentar su libertad y así también comprometidos con inculcarnos tal libertad): quién nos cuida. Cuándo va a ser nuestro momento, podríamos preguntarnos: nuestro momento ha sido siempre el presente, sí con conciencia de los retos y adversidades del futuro pero atados a la inmediatez de la vida en tanto sobrevivencia común. Una vida común que, a la luz de las transiciones generacionales, ha dejado de ser tan común. Llenos de anhelo por encontrar una causa justa para trascender tal inmediatez con base en el ejemplo de nuestros mayores. Y sedientos de independencia. 

Para nosotros, muy pocas cosas estuvieron al alcance, dadas por sentado o de hecho. Aprendimos a soñar. El futuro era el horizonte de un porvenir por forjar. Y se ha forjado. No así se han corregido los errores. La pobreza, la desigualdad, la falta de equidad en estos avances y la violencia. Además: la certeza de que el planeta no es infinito. Ya a nosotros nos empezaron a educar con tal intuición pero era todavía un espacio de la resistencia. No un compromiso mundial, como lo es hoy: un lugar común. Aún así, curiosamente, había tal vez más conciencia acerca de lo que cada quien podía hacer al alcance de su propio hogar. Y no tanto la exigencia de un Estado, o un convenio global, que lo resolviese todo por nosotros. Pues ahora somos nosotros quienes sostenemos el trabajo de los todavía mayores, y también soñadores, que ahora están a cargo de la toma de decisiones: haciendo real la idea de mundo que surgió de la crítica, la necesidad y la innovación. Curiosamente, en tanto eslabón; son ustedes: los jóvenes quienes reciben los más grandes beneficios de estos esfuerzos; nosotros ya somos obsoletos como fuerza de trabajo. Lo cierto es que nosotros ni siquiera pudimos depositar muchas expectativas en quienes nos cuidaban -probablemente, ustedes han sido criados bajo el signo de resarcir todos nuestros traumas, a la vez que, en nuestro reflejo, nuestros padres y abuelos... han hecho lo propio; de ahí el eslabón... En tanto todo era más escaso (e imposible), había que cuidar más de todo lo que se podía uno proveer en casa (y limitarnos a la experiencia de un ámbito muy angosto de lo posible; de ahí la apuesta por el sueño y la imaginación: a la luz de un desarrollo acelerado de la industria y la tecnología). Fuimos en quienes se sembraron las semillas de la utopía y quienes vimos también cómo tales utopías fueron destronadas por convenio pacífico. Para dar lugar al mundo del cual ustedes han recibido los mejores frutos.

Festejemos y disfrutemos un poco lo alcanzado. Y con más armonía: construyamos juntos las soluciones que apremian. Hay soluciones. Y no subestimemos lo mucho que todavía no sabemos de la naturaleza, su futuro y su evolución biológica. Comencemos por revalorar la humanidad y la cultura... sólo así: conservaremos nuestro medio ambiente. Ya no como recurso de sobrevivencia, ahora como aliado de vida. Cambiemos las coordenadas.

En lo que queda de este siglo lo primordial será lograr un diálogo entre el pasado y el presente a través de los hitos generacionales que nos hacen casi dos especies, o dos linajes de una misma especie. De este modo podremos construir con esperanza un futuro posible. La juventud ahora es más larga y la niñez también se prolonga. Hagamos un alto: con humildad. Escuchémonos y construyamos un nuevo lenguaje común. Éste es el primer paso para preservar un futuro en el cual quepamos todos por igual.

Y en este día de los santos y fieles difuntos... en que nos visitan quienes se nos han adelantado en el camino: brindemos por la sabiduría heredada tanto como reconciliémonos con el hecho de que no somos eternos. Sin importar cuánto viva la Tierra... nosotros estamos de paso. El presente vale más de lo que nos atrevemos a reconocer. Vivimos anticipándonos y llenos de angustia por un mañana que puede escaparse de nuestras manos en un abrir y cerrar de ojos. Lo más valioso e importante: nunca desperdiciemos la ocasión para amar cada segundo de nuestras vidas. Para así valorar quiénes somos, lo que tenemos, a quienes nos acompañan y la libertad que nos comulga para hacer el bien a cada paso en nuestro andar. No desperdiciemos tiempo en lastimar la vida; en forma alguna. Con este fin: estamos obligados a interrogarnos a cada instante ¿qué es amar? y ¿cómo no lastimar la vida en cada uno de nuestros actos?. Eso puede llevarnos, sin darnos cuenta, a corregir gran parte de los males que nos aquejan. Tal vez.

¿De qué manera la ciencia, la técnica y la tecnología podrán ponerse al servicio de las causas nobles? Una vez que sabemos los riesgos que conlleva el modo en que aprendimos a vivir a lo largo de los siglos. 

Juntos, con solidaridad, generosidad y mutua comprensión: cambiemos del rumbo. Sin menoscabar los misterios que nos componen y sin renunciar a la esperanza. Sin indiferencia. Con empatía. Con respeto a la historia, con respeto al futuro en ciernes que no podemos todavía imaginar. Sin fatalismos y sin ingenuidad. Sin ignorancia y sin arrogancia. Hermanémonos con nosotros mismos, con nuestros pares y con la naturaleza. Con sueños y con causas que acariciamos con fervor; o sin percatarnos siquiera. Sin mezquindades ante las virtudes que nos componen. Sin complacencias ante los horrores que nos someten. En paz: finquemos un diálogo. ¿Cuál es el nuevo punto de equilibrio para vivir con certezas?: descubrámoslo de la mano.

En mi caso, el refugio del romanticismo con aroma a melodías, que prometen la realización de una vida que no alcanzo a acariciar, ha sido el mejor elixir para acompañar el desasosiego de un mundo que perece ante nuestros ojos.


Este es el cuento de un halo de luz...

Existen seres que transmutan entre la miel, la luna, el acero, la sal, el coral, la cal, el fuego, la nube, la paz, el viento, almas claras, plata y oro, el rostro maduro, el brillo del diamante, la lluvia, el cielo, la arena, la estrella, el aliento, la noche, el día. A través de un suspiro onírico, una mano tierna, un abrazo íntimo, una caricia suave, una voz profunda, una palabra cómplice, un silencio fiel, un vuelo audaz. Convirtiéndose en la brújula de oriente, el reloj de piedra, el árbol de la vida y el templo del amor. Estos seres son la promesa de un beso encantado. Que se comulga en el latido vital y la sonrisa abierta. Y, en medio del caos, aparece: un príncipe, un guerrero... el gran emperador disfrazado de faraón. Un rey de barro. Un sultán que esconde una esmeralda... en donde se guarda el secreto de los zares. El hombre valiente que cabalga los ríos. El alma de delfín que cruzó el desierto para encontrar a la sirena hecha princesa, convertida en reina emperatriz. La sacerdotisa de ámbar ancestral. La mujer que guardaba en su corazón el secreto de la creación. La gran catrina venerada con girasoles para iluminar su camino y desnudar todos sus misterios. Ambos: el resguardo de todos los dioses... la tierra prometida. El ojo capaz de mirar a través de un dedal para con audacia atravesar el mar sin mirar atrás, de cara al sol y sin miedo: volar al mañana. Ella... abrazada a un ángel. Él... alado a ella. Gracias a un halo de luz... que juntos logran transmutar de esencia en esencia hasta volver real la posibilidad de ser. Ellos imaginan, por un instante, que existe un rincón de magia, en una galaxia lejana, en el cual cada uno conserva un caparazón tejido de agua que alimenta de ilusión un pedazo de su sueño; en donde, al dormir cada noche, pueden reencontrarse con el alma gemela que los abraza cada amanecer. Y tomar un café a su lado... mirando por la ventana el día pasar. [Lo cierto es que creemos en la mitología no porque podamos saber cuál es la verdad de tales relatos... lo hacemos porque de esta manera nos sentimos en contacto con los sentimientos más profundos que nos habitan y que es difícil expresar sin que pierdan su esencia. El lenguaje, si bien logra romper la distancia que nos vuelve extraños, siempre roba un pedacito de realidad a la verdad que en la palabra se esculpe.] Así... dos fuegos se hicieron uno al transmutar en amor. Habitando siete vidas con el esperanza de que en otra vida hechos de luna y de mar pudiesen sus linderos enredar. A la cima del cielo llegar. Y, en medio de un arrebato, amar despacito sólo con un beso, al alba de una promesa; cuando llegue el momento




Y tú... ¿sueñas con un planeta lleno de mar?


Feliz noviembre...
colmado de amor.
Abrazo inmenso
...mágicas tortugas.









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