...es con plenitud.
Pocas experiencias nos hacen tan afines, entre seres humanos, como lo es la soledad. Somos iguales en tanto únicos (y diferentes). Sin embargo, somos igualmente: en soledad. Y única es la experiencia de convivir con nuestro fuero interno. La soledad es íntima. Cada quien habita su soledad de un modo peculiar. Pero hay algo común en tal sentimiento. En el cual también desciframos las certezas de nuestra vida.
La soledad es un estado relativo e ineludible. Es lo que le da sentido a todos nuestros actos de comunicación, socialización y convivencia. Pues somos en soledad. Y es desde tal fuero interno que se abren todas nuestras ventanas al mundo. Incluida la escucha. Desde pequeños aprendemos a acompañarnos a nosotros mismos y somos, en nuestra intimidad, el lugar en donde habitan nuestras emociones. A la par que aprendemos a vivir en comunidad como el lugar seguro para desenvolver nuestras emociones. Por eso nos es tan fundamental no estar solos. Y compartir nuestras soledades. Nuestras emociones. De manera segura y feliz. De ahí que la soledad no es una carencia. Es un estado de naturaleza. El estar solos es lo que puede ser devastador... pues terminamos ahogados en nuestras emociones. De ahí que es fundamental cultivar lazos profundos. Construir vivencias. Fincar hábitos de comunicación. Socializar. Compartir. Hablar. Escuchar. Y hacer nuestra vida girar en torno de mucho más que nosotros mismos. Saber que no estamos solos.
Y tú... ¿lamentas tu soledad?
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