jueves, 9 de octubre de 2014

fragmentos... de corazón.

La tristeza tiene muchas formas. El dolor profundo. La compulsión. El desánimo. La desesperanza. La impaciencia. La impavidez. El enojo. La rabia. La soledad. La multitud. La evasión. La manía. El silencio. La culpa. La debilidad. El enojo. El rencor. La venganza. La malicia. El olvido. El recuerdo. La reiteración. La ansiedad. Las lágrimas. El grito. La nostalgia. La melancolía. La muerte. El fracaso. La agresión. La pérdida. La venganza. La malicia. La mentira. La verdad. El pasado. El presente. El futuro. La incertidumbre. La certeza. La decepción. El desamor. La injusticia. La indiferencia. La indignación. La dependencia. La codependencia. La frustración. La amargura. La apatía. El delirio. La locura. La desesperación. La adicción. La pereza. La obsesión. El maltrato. La ofensa. El desaire. El abuso. La desconfianza. La paranoia. La incomprensión. La intolerancia. El aislamiento. La compañía. El estruendo. El disimulo. La renuncia. La traición. La calma. La tormenta. La fuerza. La serenidad. El desenfreno. La apatía. La indignación. La resignación. El desamparo. El cansancio. El agotamiento. El abandono. La envidia. La hipocresía. El chantaje. La soberbia. El egoísmo. Lo inesperado. La credulidad. El apaciguamiento. El cuerpo asintomático. El cuerpo somático. El debilitamiento. El endurecimiento. El reproche. El resentimiento. La duda. La deuda. La carencia. El exceso. La autoreflexión. La inconsciencia. La palabra. La hiperactividad. La banalidad. La seriedad. Todas formas de sentir que estamos atrapados, de vivirnos sin opciones, de comunicarnos sin escucha.

Todos conocemos el sentimiento de la tristeza. Es parte tanto de la vida como de nuestras alegrías. Y cada quien conoce sus propias dosis de cuidado y alivio para superarlas, sobrellevarlas, sanarlas y dejarlas ir. Cada quien conoce las formas de pegar las partes de su alma que se separan dando lugar a un resquicio de tristeza en nuestro corazón, una lágrima en nuestro rostro y una fractura en nuestro sentido de la vida.

Cuando estamos tristes, la unidad de nuestro ser se fragmenta. Se disocia. Estamos partidos. Nos sentimos rotos. Desarticulados en nuestro modo de existir. Los equilibrios en nuestro cuerpo se descomponen. La estabilidad en nuestro ánimo se desintoniza. La química de nuestro cerebro se altera. Nuestras hormonas se vuelven erráticas. Y nuestro carácter pierde dominio sobre sí. Son tiempos de sanar, restaurar, detenerse, descansar, fortalecer el alma y el cuerpo, acomodarse al tiempo y disfrutar poco a poco la vuelta del buen ánimo. Es tiempo de cuidar un poco de nosotros mismos y valorar cada destello de sol que nos acompaña en el camino. Revalorar nuestro andar y resignificar nuestra valía. 

Recomponer el sentido fragmentado de nuestras alegrías implica también sufrir cambios y ver cambiar nuestros afectos. Como si todo alrededor cambiase de forma. Darle comprensión al nuevo orden que todavía desconocemos, cuyas partes aparecen como imposibles de conciliarse entre sí. Hay heridas que tardan mucho tiempo en cicatrizar, cicatrices que no logran desvanecerse y lamentos que, anquilosados, no logran nunca recomponerse en nuestro sentido de realidad. Hay, en cambio, sentires que no logran ni rozarnos y solo nos raptan por un instante, volviéndose sonrisa al unísono.

La sabiduría de la naturaleza en sus múltiples temporalidades, una vez hecho el esfuerzo de la cura, vuelve a fluir dentro nuestro como río caudaloso al que nada detiene, llevándose a su paso todo aquello que le impide lograr el destino que le corresponde. Por lo que, en tiempos de tormenta, es solo cuestión de no resistirse a la fuerza de lo inevitable y suavemente transitar bajo las adversidades. 

Y cuando un día de luna llena el sol brilla en todo su esplendor... recordamos cuán fácil es volver a acomodar todos los fragmentos de nuestro corazón bajo la forma de la esperanza, el buen amor, la comprensión, la magia, la fe, la entrega, la dicha, el perdón, la calma, la felicidad, el encanto del futuro, el gozo cotidiano, los proyectos cumplidos, la realización del trabajo diario, las metas por concluir, los caminos por descubrir, la completud en el presente, la reconciliación con el pasado, el ánimo, la paz, la gratitud, la generosidad, la amistad, el abrazo, el festejo, el respeto, la independencia, la libertad, la buena fortuna, el buen andar. Por eso, queridas tortugas... tiempo... denle tiempo a sus caparazones, sean pacientes con sus emociones y dejen que, sin esfuerzo, su vida se convierta en un río que con fuerza desemboca en el inmenso mar. Pues el verdadero trabajo, y esfuerzo, es aquel que no ofrece resistencias, que no impone exigencias, sino que las cumple sin más. Es el trabajo del día a día. Aquel que nadie percibe y todos cuestionan por falta de alarde. Es el esfuerzo silente y diligente que hace parecer sencillas, incluso, las tareas más arduas, aunque nadie lo comprenda ni lo pueda señalar con el dedo como logro. 

Acallen todas la voces de la tristeza en su interior, que vienen del eco de la incomprensión de quienes insisten en sojuzgar sus caparazones libres y gozosos. Censuren todas las voces de la arrogante incomprensión en su exterior, que vienen de la tristeza que los demás llevan dentro de sí. Pues vivimos épocas en que todos, desde sus caparazones partidos en fragmentos disonantes, nos imponen morales, juicios y consejos. Como si tuvieran pereza de mirar dentro suyo. Como si tuvieran miedo de ocuparse un poco más de valorarse a sí mismos por lo que verdaderamente son. Personas que creen que, porque han sabido cumplir con las exigencias que ellos mismos se han impuesto, tienen alguna autoridad sobre lo que ustedes viven dentro de sí, sobre su vida y sobre sus actos. Adornándose con la soberbia autocomplaciente de la que se alimenta la falsa autoestima. Personas que solo pueden justificarse a sí mismas con razones, aun cuando no puedan comprender las razones que tanto se esfuerzan por presumir.

La felicidad es un voto de humildad. Discreto en su expresión. Imperceptible en los afanes del reconocimiento social. Inaprensible en las palabras. Es un modo de sentir el tenue transcurrir del tiempo sin otro esfuerzo que la vida misma en su acontecer. Y su verdadero logro reside en la certeza que anida nuestro caparazón de tortuga. Una vez que ha dado forma a todos sus fragmentos. Ha forjado de sí una pieza sin roturas ni rendijas. Y se ha convertido en un alma entera que ni las tormentas pueden quebrar.


Y tú... ¿presumes tu felicidad?

 

Hermosa luna roja y de encanto...
felices presagios de otoño.



 

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