viernes, 3 de octubre de 2014

salario mínimo...segundo informe...¿prosperidad?

Acabo de escuchar al gobernador del Banco de México y me asombra la indiferente negligencia de sus comentarios al respecto del salario mínimo. Menciona dos grandes falacias, por un lado, que no se puede elevar el salario mínimo porque implica irremediablemente un alza en la inflación, por otro lado, que inhibirá mayores contrataciones ya que los empresarios verán mermados sus ingresos si el costo de los salarios es más alto del que están dispuestos a pagar.

El salario mínimo es una medida correctiva del Estado para garantizar el poder adquisitivo de las y los ciudadanos, de tal modo que se reduzcan los riesgos de empobrecimiento de las poblaciones totales y se mantenga el mercado en un equilibrio adecuado para la administración de los recursos.

...Ya pasaron algunos días, entre otras noticias, estamos en la semana del segundo informe de gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, el anuncio de un nuevo aeropuerto y una nueva etapa de lo que fuera Progresa, Oportunidades y ahora PROSPERA. Así que hay mucho sobre lo cual formar una visión de conjunto y valorar el, confío, rumbo atinado para el futuro de México. 

Para una persona como yo. Quien votó con plena convicción en 2006 por Andrés Manuel López Obrador y sucumbió moralmente ante el presunto fraude, porque lo cierto es que, a muchos de nuestros corazones, el fallo del Tribunal Federal Electoral no nos brindó más certezas, por el contrario, nos nutrió de más opacidades. Reiteré mi preferencia electoral en 2012, convencida de que era un momento crucial, elegíamos mucho más que un nuevo presidente, elegíamos un nuevo proyecto que sería determinante para fincar los cimientos de los años por venir, un punto crítico. A partir del cual no habría retorno. Así como, para el, llamado por Enrique Krauze, "mesías tropical" no habría tampoco una tercera oportunidad. Dada la envergadura de los procesos en marcha. 

Lo cierto es que aquel momento preciado que estuvimos a punto de vivir en 2006 fue destronado por completo de nuestros ideales. Una vez que el consenso, no solo de las élites, sino de una gran parte de la población, mostrara tal aversión reactiva, e incluso regresiva, que nos arrojó al desbarrancamiento de Felipe Calderón Hinojosa. Quien ahora, fresco como lechuga, y cual si hubiera vivido alguna forma de lobotomía, se niega de sí mismo y de su siniestra guerra que tan altos costos nos dejó. 

En mi fuero interno me sigo interrogando ¿quién fue realmente el peligro para México? Y mi aversión a tal sexenio, tan fallido, no es una cuestión de colores ni de ideologías. Por ejemplo, en el 2000 voté, con cautela, lo admito, por Vicente Fox Quesada, en aras de sumarme al aliento renovado de sentirnos capaces de cambiar el rumbo de nuestras instituciones políticas, en un momento en que se encontraban enquilosadas y habían perdido legitimidad y credibilidad. Ambos sexenios, finalmente, no fueron perdidos, nutrieron de tales experiencias nuestra historia y, gracias a ello, nos permitieron abrir un nuevo espacio, fructífero, en el cual ahora anidan las virtudes políticas de nuestro Presidente. 

Yo estuve triste por México el día de las elecciones en el 2102, pero el primero de diciembre de aquel año se encendió en mí una gran sonrisa ("vi la historia pasar frente a mis ojos") y desde entonces guardo profundas esperanzas en que todo lo que ahora ocurre, más allá de las debilidades, los riesgos y nuestros temores, logre su cometido. Por lo cual me siento profundamente agradecida. Porque de ser así, todos resultaremos favorecidos y las futuras generaciones descubrirán nuevas formas de crecer, desconocidas aún para nosotros. Así que, en aras de contribuir a este esfuerzo, comparto con ustedes, queridas tortugas, las reflexiones que estos días me suscitan.

Y me enfocaré en tres temas: el proyecto del nuevo aeropuerto, PROSPERA y, para recapitular mi intención primera, el salario mínimo. Espero, con una visión crítica, poder poner sobre la mesa los riesgos y debilidades que a mí me preocupan. En medio de mi sorpresa entusiasta y obnubilada por mi fervor esperanzador que no a todos convence, pero del cual no me siento avergonzada en lo más mínimo, aun y cuando me distancia de cariños y amigos cercanos. 

Pues mi herencia de vida se traza no solo desde la izquierda, desde flancos duros del comunismo y pérdidas profundas en las filas de la guerrilla guatemalteca. Por lo que yo soy una hija de los sueños por un mundo socialmente más justo. Enriquecida en mi andar por la posibilidad de recuperar los sueños de las libertades individuales a este propósito y dejar atrás la falsa oposición entre los dos viejos paradigmas que aún nos condenan. E incluso nos amenazan, ahora que Putin ha decidido volver a poner sobre la mesa la carta del poder nuclear de Rusia para autosatisfacerse. Por lo cual, me parece de vital importancia delinear horizontes reconciliados, luchar por un mundo de paz, basado en instituciones, con plena convicción de que solo la ley hecha práctica de vida y la palabra dialogada lograrán abrir las puertas hacia un nuevo paradigma. Y que no hay problema de política pública que no tenga solución, a partir de todos los recursos que hoy tenemos disponibles... En medio del caos y la hostilidad que caracteriza nuestro tiempo, somos sumamente afortunados, tenemos en nuestras manos los caminos para enmendar todos nuestros errores y construir un mundo en el que todos podamos ser igualmente felices.

El proyecto del nuevo aeropuerto se me aparece como un gran elefante blanco. Conforme han pasado los días, me reconcilio con la idea de que es importante tener altas miras hacia el futuro y tomar decisiones hoy para engrandecer el mañana. Sin embargo, sigo sin sentirme del todo convencida. Cuáles fueron los criterios para determinar el lugar, el diseño, el presupuesto, etc. Cosas que siguen sin ser asequibles para la ciudadanía. Si bien, los detalles técnicos más pulcros no son, en ningún caso, nuestra responsabilidad, ya que son los funcionarios públicos quienes reciben un salario para este propósito. Sí nos compete la certeza de que se ha tomado el mejor curso de acción posible. Por lo que es una apuesta ciega que espero no terminemos lamentando ante las fallas que en el proceso puedan sucederse. 

Gran trabajo tienen en sus manos quienes deberán dar principio y fin a tales trabajos. Y como usuaria me gustaría saber que llegar al aeropuerto no implicará un viaje en sí mismo ni un alto presupuesto asignado como parte de los gastos de viaje, así como, que las instalaciones serán amigables, evitando los largos trayectos de caminatas. Que se garantice un precio justo de los servicios que en él se consuman ya que no por arte de magia estar en el aeropuerto multiplica nuestro dinero. Que los baños tengan implementos que contemplen dónde poner todo lo que el viajero lleva consigo y no puede dejar encargado en ninguna otra parte. Que se prevea lugares de espera con asientos suficientes. Es decir que se piense en los usuarios y no se nos exija satisfacer las necesidades y los criterios de un sistema de operación ciego a la vida y su disfrute. 

PROSPERA necesita crecer en sus miras. Si bien, es un paso, no solo con incentivos de fortalecimiento político, el cambio de nombre y el cambio en sus contenidos para incrementar el alcance de sus beneficios. Seguimos sin contar con una contraparte del mismo. Es decir, políticas públicas que den cauce al avance en los resultados de PROSPERA, acciones que ya no corresponda a tal programa llevar a cabo pero que cuya necesidad deriva del cumplimiento en su ejecución. 

La aspiración de PROSPERA debe ser llegar a desaparecer, es decir, contar con la certeza de que su población objetivo no está más en tal situación de necesidad: erradicar la pobreza extrema, el hambre y la pobreza. No debe conformarse con sustentar modos de vida menos precarios para quienes no tienen modo de vida alguno que les permita sustentar sus propios proyectos de vida, sin necesidad de recursos asignados del Estado, por vía de transferencia directa. Debe aspirar a que todos los habitantes seamos personas autónomas e independientes con reales opciones dentro de las cuales elegir cómo queremos vivir, siendo parte activa del sistema productivo y actores de consumo competitivos dentro del mercado. Por lo que la pregunta no es qué tan bueno o malo es PROSPERA, cuyos niveles de eficacia están probados y tienen límites ya previsto. La interrogante para el futuro es ¿y después de PROSPERA? ... ¿QUÉ? 

Creo que hay mucho trabajo pendiente en tal materia y que las políticas de desarrollo social no logran embonarse entre sí, ya que siguen siendo concebidas de manera aislada unas de otras. Pero refrendo mi optimismo, y este sexenio puede ser el tiempo de innovar en estos tópicos y llevar la implementación de las políticas públicas a territorios no previstos, al menos como punto de partida, para los sexenios por venir, con independencia de los colores de los cuales se pinte consecutivamente nuestra Presidencia en el futuro, bajo el consenso de que el desarrollo social necesita de acciones congruentes y sostenidas en el tiempo, independientemente de quienes ejerzan los distintos poderes de la nación.

Los días siguen pasando, y la vida se acelera sin dejar espacio para estas letras, ante la urgencia de concluir otros trabajos. Así que seré breve. El salario mínimo es de mi mayor incumbencia, sigo dándole vueltas al tema. Como les decía al principio de este escrito, el salario mínimo es una medida que pretende garantizar nuestro poder adquisitivo para que podamos formar parte de los ciclos económicos en forma virtuosa. Atajado el problema de que éste se ha tomado como medida de otros órdenes y que si se eleva el salario mínimo, esto impacta de manera negativa en tales otros órdenes. Creo que queda aún la cuestión de que debemos encontrar fuertes argumentos técnicos, económicos, sociales y éticos para llevar a cabo tal propósito. Dejando clara mi postura sobre que Mancera no tiene un interés legítimo al proponer tal acción de vanguardia, aunque su Secretaria de Trabajo sí. Ya que el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en turno, solo se avoca a esta misión para consolidar una candidatura presidencial, a toda costa, sin proyecto político alguno (nunca lo ha tenido, por la casualidad y las coyunturas de los acontecimientos, logró, sin mérito alguno, el honor que ahora le corresponde, su ambición es casi ofensiva). Por lo cual su visión es mediática y paleativa, en aras de un populismo mal sano, aquel que alimenta todos los fascismos.

¿Por qué necesitamos un salario mínimo que refleje en términos reales el mínimo nivel de vida que todo ser humano debe tener?  Porque nuestro sistema económico, social y financiero no ha sabido cumplir con un cometido básico: la óptima administración de los recursos con vías de la realización plena de la vida humana. Vivimos un modelo hecho de hendiduras de excesos y carencias cuyo equilibrio resulta sumamente insatisfactorio para lograr una mínima garantía de vida digna. 

El salario mínimo debe poder dar cuenta de ese monto mínimo necesario para satisfacer nuestras necesidades básicas, incluidas en ellas, la capacidad de ahorro, la viabilidad de un proyecto de vida sostenido y sustentable a lo largo del tiempo, las preferencias, el ocio, e incluso los lujos que cada quien se quiera brindar a sí mismo. Es mucho más que una canasta básica, es una posibilidad de insertarse en el sistema financiero y ser parte de un proyecto productivo rentable, que además nos permita ser felices, gracias a las herramientas que nos brinda y no al valor que depositemos en ellas. Actualmente cumple la función de subsidiar a los empleadores, ya que la ley los protege si satisfacen tal mínimo, hoy irrisorio ante el costo real de la vida, en pesos y centavos. 

En este contexto, claro que se inhiben las contrataciones, pero sólo porque el cálculo de ganancias tiene una gran perversión, se calculan ganancias irreales, mayores a la rentabilidad real. Sí, es una decepción saber que por mucho que invierta no puedo quedarme con todas las regalías sin más, sin impuestos, sin pagar el esfuerzo de los otros, gracias a los cuales me es posible ser parte de algún tipo de ganancia. Como si minimizar el costo del esfuerzo de la vida que se empeña en todo proceso productivo fuera algo que nos está permitido éticamente. ¿Por qué? ¿Por qué pensamos que las necesidades de los otros seres humanos son menores a las nuestras? ¿Por qué asumimos que nuestro proyecto de vida es más importante que el de los demás? ¿Cuál es ese parámetro bajo el cual mido mi valía por encima de la valía de quienes tienen menos que yo y deben conformarse con ello? Se trata solo de una perversa costumbre. Un mal hábito. No se trata de que todos tengamos lo mismo, ni de erradicar las virtudes de la riqueza. Se trata de jugar dentro del mercado en condiciones justas. Condición indispensable para que tenga sentido hablar de libre mercado. Las mátemáticas no cuadran, cuando a una persona le ofrecen cuatro mil pesos al mes por dedicar ocho diarias de su vida al esfuerzo de cualquier tipo de trabajo. Tal monto no alcanza para los gastos de alimentación, transporte, vivienda, salud, educación, administración de un hogar y descanso. Por muy austeros que podamos ser, la realidad nos rebasa. Y ante tales carencias e ineficiencias del mercado es que debemos poder dar una solución adecuada.  

Sobre la inflación, en cambio, la falacia es aún mayor. Mientras el monto fijado para el salario mínimo sea irreal, la supuesta estabilidad de los precios es una ficción, pues en vez de subir éstos, lo que baja es el poder adquisitivo, lo cual implica una inflación a la inversa. Los precios no están en equilibrio, ya que aún sin subir, son cada vez más caros para quienes no pueden incrementar sus ingresos ni su posibilidad de competir en el mercado de los consumidores. Por lo que hay un incremento en la inflación, de facto, sin haberse incrementado los salarios. A la vez que se sigue incrementando el costo de otros servicios y a la luz de las alzas progresivas de la gasolina. Volvemos a lo mismo, la única manera de que la estabilidad de los precios esté en equilibrio es con base en variables reales. Por otro lado, el problema de la especulación de precios rebasa la discusión sobre el salario mínimo y es la ley la que debe poner frenos y sanciones para tales prácticas, también perversas.

El problema de fondo es que le tememos a la abundancia. A la pérdida de control sobre nuestras vidas, una vez que éstas no se basen en restricciones presupuestarias. Gustamos de esclavizarnos en nuestros modos de producción, en nuestras relaciones sociales, en nuestras identidades de clase. Olvidamos cuán libres somos. Y cuán dueños somos del rumbo de los proceso económicos. Cuán creadores somos del sistema monetario. Cuántas opciones existen en nuestra libertad para dar un giro vital al entramado perverso de nuestros sistemas financieros. 

¿Qué pasaría si todos fuéramos ricos? Unos más que otros (pero solo en el margen de la ecuación). De acuerdo con nuestras preferencias y nuestro esfuerzo marginal. En proporción con la ganancia marginal de la inversión de nuestros propios recursos (humanos y económicos), en donde cada quien puede multiplicar, con base en disímiles criterios, su propia riqueza. Qué pasaría si todos pudiéramos administrar sustentablemente la rentabilidad de nuestro propio trabajo. ¿Por qué esto nos parece tan imposible? ¿Por qué confiamos tan poco en nuestra propia humanidad? ¿Por qué depositamos un valor moral en la administración de nuestros recursos de subsistencia? ¿Por qué tememos tanto crecer?



Y tú... ¿quieres ser rico?






Feliz octubre, amigas tortugas.

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