miércoles, 12 de noviembre de 2014

México... ¿soluciones? o solo la muerte para nosotros.

No hay palabras ni forma de expresar la tristeza y la desesperanza que vivimos. Cada quien encuentra la forma de convivir con las dimensiones extremas y contradictorias de nuestra realidad nacional. Con menor o mayor conciencia. En silencio. Con una vela. En manifestaciones masivas. En su fuero interno. Pero nadie está al margen de lo que ocurre. Y todos necesitamos encontrar nuestro lugar y nuestro sentido de pertenencia en nuestros ámbitos de vida. El punto de coincidencia y convergencia está en la convicción de liberarnos y librarnos de todas las formas de normalización de la violencia. Ya sea sutil. Ya sea en nuestras prácticas cotidianas... en nuestras relaciones sociales personales. Con mayor evidencia, la violencia organizada por personas que viven cobijadas al margen de la ley y recurren al terror y el horror como formas de dominio. En un extremo, la corrupción institucionalizada y, en el otro, la criminalidad y la delincuencia. Mediando entre ambos: la impunidad. 

El odio también es una manera de afrontar la impotencia que nos produce reconocer las cosas que pasan, nos lastiman, nos horrorizan y, ante las cuales, nos sentimos profundamente impotentes y frustrados. Han sido largos los años en que vivimos una guerra y todas las secuelas que la acompañan. Secuelas que ahora salen a la luz, al máximo de su expresión. Más de 80 mil muertos, quizá 100 mil. Una lista acumulada, confusa, imposible de cotejar, de al menos 10 mil desaparecidos. Se habla de más de 20 mil, entre los cuales se tratará de los mismos contabilizados como muertos y otros casos que no necesariamente son desaparecidos bajo las condiciones de carencia de instituciones y de los abusos de la violencia, personas extraviadas por otros motivos, de quienes quizá ya se sabe su destino. Sin contar los miles de niños sujetos a la trata de personas, de los cuales, difícilmente se tiene un registro exhaustivo. Dentro de estas personas víctimas, se suma también la gran cantidad de personas migrantes que, sin dejar rastro, no llegan a su lugar de destino, mujeres, jóvenes, indígenas, defensoras y defensores de derechos humanos, periodistas, quienes adolecen de mayor vulnerabilidad y se volvieron blancos intensionados de atrocidades. ¿Cuántas de estas personas murieron en manos de los cuerpos de seguridad? ¿Cuántos se consideran "daños colaterales"? Expresión por demás fascista, pues es un tecnicismo que trata de minimizar el hecho de que se trata de civiles y que pone en evidencia la gravedad de haber recurrido a confrontaciones abiertas en las calles entre las fuerzas armadas y el crimen organizado. ¿Cuántos fueron masacrados por el crimen organizado? Ya sea en su lucha interna por los territorios, ya sea al servicio de otros intereses, al ser sicarios asalariados, ya sea en la confrontación contra los cuerpos de seguridad, ya sea en sus prácticas sistemáticas contra la población, en su afán de coptarla a su servicio y acosarla para tener el total control sobre sus vidas. Y el resultado... el número no registrado de fosas a lo largo y ancho del país, que han convertido nuestra nación en un cementerio.

A la luz de este horror, la Corte Penal Internacional recibió ya una demanda en contra de Felipe Calderón y Joaquín Guzmán. De la cual ya no oímos ningún interés por parte de los medios de comunicación y sobre su proceso tampoco tenemos información alguna. Así como, en la actualidad estamos bajo la mira de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, existen casos en proceso de admisión y su participación atinada y pertinente ha dado fortaleza al proceso de restauración, que vivimos, en aras de consolidar una solución pacífica para resarcir el daño invaluable que hemos sufrido. Otro ámbito de profunda coincidiencia es la necesidad de encontrar soluciones y transformar la inercia de la violencia que nos ha avasallado. Recuperar la confianza en nuestras instituciones. Restaurar el estado de derecho. Dejar de ser una población en riesgo. Superar la crisis humanitaria en que nos encontramos.

La personas con menos recursos son quienes han tenido que sostener la carga más brutal de estas realidades. Lo cual suma un daño más grave a su sufrimiento, como el caso de los familiares de las 43 personas asesinadas e incineradas bárbaramente en Iguala, Guerrero. De las cuales todavía se espera una mejor suerte, en caso de que no se corrobore su identidad tras las pruebas de ADN. Pero en medio de tal incertidumbre, 9 fosas, 28 personas más no identificadas y otras más cuyos restos fueron depositados en bolsas de basura atrozmente.

Sumado a todo esto, la historia de organización social al margen de la ley que caracteriza a México, prácticamente desde los tiempos de la Revolución de principios del siglo pasado, guerrillas sistemáticas que mantienen en estado de sitio distintas entidades de la República. Y todo el aparato de reclutamiento y adoctrinamiento que no ha cejado por décadas y que ahora han jugado un rol importante en medio del caos de la guerra contra el crimen organizado, siendo también penetrados y coptados para fines de confrontación contra todas las instituciones. En cuyas dinámicas, lamentablemente, los jóvenes y los estudiantes se acostumbran como caldo de cultivo para garantizar su existencia.  Así como, el movimiento zapatista y todas sus ramificaciones, clandestinas y pacíficas, que tampoco reconocen el valor de nuestras instituciones. Sin dejar de mencionar, las organizaciones sindicales, no todas, que han desvirtuado su labor y se jactan de obtener por la vía de la fuerza lo que no son capaces de construir por la vía del diálogo.

Pero si faltara poco, y quizás como motor de todos estos fenómenos, el enriquecimiento desmedido de sectores marginales de la población en donde se abona una realidad que atenta contra la posibilidad de una vida digna de la mayoría de la población. Una cultura de la riqueza basada en la banalidad del dinero y en la acumulación de status social como una forma moral de vida. Sin miramiento alguno a las realidades que nos conforman. La pugna por el monopolio de los recursos financieros, fincado en impunidad fáctica, tampoco facilita lograr soluciones justas para nuestro México.

En el entramado de este mapa, la subsistnencia, o sobrevivencia, de las instituciones que tanto necesitamos construir y fortalecer. Las cuales se usan como trofeos en medio de la pugna de nuestra clase política, cada día más desprestigiada. Un sistema de partidos que lucra con los ideales y sueños de la población y se conforma con su propio enriquecimiento. Algunos viviendo a expensas del crimen organizado. El juego de la política como una suma de formas y análisis para capitalizar de la mejor manera nuestras tragedias. Prácticas de las cuales ningún grupo político está exento. Organos autónomos que se achican ante las prerrogativas de las que gozan para no perder ninguna de ellas y olvidan su misión de origen, quizá al servicio del lavado de dinero. Un sistema de justicia que no termina de estar a la altura de las circunstancias. Cuerpos de seguridad que adolecen de la carencia de herramientas básicas para llevar a cabo sus tareas, con decoro y con la capacidad técnica necesaria, menos aún, capaces de actuar en concordancia con los estándares en materia de derechos humanos que nos rigen.

¿Qué hacer? ¿qué podemos hacer?

Hasta aquí, hemos restado. Tratemos de sumar. Hay personas honestas, tanto en la población como en nuestra clase política. Hay funcionarios capaces, incluso hay seres sumamente valiosos a cargo de tareas de primordial importancia para el desarrollo de nuestro país. Hay integrantes de los cuerpos de seguridad con vocación de servicio auténtica. Y si miramos con detenimiento, hemos logrado muchos hechos virtuosos en aras de la recomposición de todo lo que está roto. Leyes que empiezan a conmover los cimientos de nuestras instituciones y prácticas. Una sociedad civil cada vez más participativa e interesada en dialogar con las instituciones y llevar a buen término sus demandas y el respeto a sus valores, sin discriminación. Agendas políticas que se exigen a sí mismas dar solución a los avatares que nos aquejan. Específicas asignaturas pendientes puestas con claridad sobre la mesa de trabajo y discusión para darles viabilidad. Una opinión pública abierta al escrutinio de la sociedad en los medios de comunicación. La puesta en evidencia de nuestras debilidades. El reconocimiento de nuestras obligaciones. La escucha a nuestras necesidades. Discursos políticos que se debaten en aras de la concordancia y congruencia con los fines que promulgan. Millones de mexicanas y mexicanos de todos los distintos sectores sociales de la población que trabajan, trabajan y trabajan hasta el cansancio y con perseverancia, paciencia, tolerancia a la frustración, siguen trabajando. Y es a todo esto a lo que debemos, también, voltear la vista. Exalsar las virtudes de nuestra clase política, pues también las tienen. Abonar a su articulación dialógica, con consenso y unanimidad. Crecer en nuestra capacidad de conciliar nuestras diferencias sin necesidad de derrocar a ningún enemigo. Coexistir con respeto en el seno de nuestras desavenencias. 

El estancamiento económico no nos ayuda para mirar con mayor esperanza el presente y nuestro porvenir. Por lo que el Gobierno Federal enfrenta el gran reto de que sintamos en nuestros ingresos, en nuestra vida cotidiana, en nuestros proyectos personales, los logros anunciados y las promesas promulgadas. Sin excusa alguna y con urgencia. Al margen de los intereses políticos y económicos de grupo alguno.

Las fosas deben ser todas encontradas, los cuerpos, todos, identificados. Los desaparecidos todos localizados, vivos o muertos, se debe saber de su paradero y de la travesía que los antecedió. A quienes han muerto debemos honrarlos con su nombre y apellido y recordarlos en nuestra memoria, como un símbolo de que esto no se repetirá y de que su muerte no ha sido en vano.

Quienes han llevado a cabo prácticas al margen de la ley deben enfrentar el proceso de justicia correspondiente y sin excepción. El sistema de justicia debe dar cauce ejemplar a tales procesos. Y debemos contar con un mecanismo de justicia transicional para construir el nuevo entramado social que posibilite cambiar tales prácticas ilegales. Sean del tipo que sean, las cometan quienes las cometan.

Las políticas públicas en ciernes, en especial las que competen a los derechos humanos, la ciudadanía, los procesos de paz y la erradicación de la violencia, deben ser tomadas más en serio y volverse tangibles con resultados que superen la simple justificación del gasto público y la simple conservación de los puestos de trabajo de los funcionarios a cargo.

Todas las instancias con las que ahora contamos deben tomar en serio su tarea y hacer un trabajo impecable, sin miramientos a la capitalización mediática, enfocados en la seriedad y gravedad de los asuntos a su cargo, con total responsabilidad. No necesitamos funcionarios vanidosos que construyen sus carreras, conservan sus sueldos como una forma de sentirse exitosos y olvidan la labor que les compete.

Los protocolos de actuación con que ya contamos deben aplicarse más allá de un procedimiento de legitimidad para rendir cuentas en papel, deben dar certezas y operar al máximo de sus posibilidades con hechos contundentes.

La capacidad instalada del Estado para satisfacer los imponderables en materia educativa debe explotarse sin interés de grupo alguno. Contamos con miles de personas, sino es que millones, cuyo trabajo territorial, profesional, de excelencia, debe poder llegar a todos los rincones del país y construir una cultura de no violencia así como una conciencia de la importancia del estado de derecho, del Estado, de las instituciones que lo componen, como realidades que no nos son ajenas, de las que somos parte y que construimos, con nuestro esfuerzo individual, cada uno de nosotros.

No podemos seguirnos darnos el lujo de conformarnos con que todo está destruido, con que no hay salidas legales y pacíficas para reconstruir nuestro imaginario social, menos aún, con que podemos concentrar nuestro odio en las personas públicas y satisfacernos con verlas sucumbir. La responsabilidad también es nuestra. Y el crimen organizado nuestra amenaza común. Al cual, habrá que reintegrar como seres humanos a una dinámica de vida constructiva. No seamos cómplices, seamos parte de la solución. Hagamos nuestra la reconstrucción de nuestro país.

Invito a que los medios de comunicación contemplen que la labor periodística no se trata solo de la confrontación abierta. El periodismo puede ser crítico y dialogar desde territorios pacíficos. No por ello dejarían de hacernos ver la realidad que muestran sus reportajes. La narrativa veraz y objetiva es la que más informa, los golpes mediáticos disminuyen nuestra capacidad crítica y nos vuelven rehenes de sus agendas de opinión con total impunidad. Somos ciudadanos y merecemos tener nuestros juicios propios, sin necesidad de ver cómo humillan a las figuras públicas. Un hecho no es más contundente porque se nos relate con odio. Los hechos hablan por sí mismos y, en un mundo de libertades, se debe permitir que cada uno hable por sí mismo. No abusen de su poder, eso también es corrupción. Renuncien al coto de impunidad que también los cobija. Asuman responsabilidades ante las tragedias que nos relatan, no se conformen con recibir rentas de ellas. La conmoción y la indignación persiste, y es más contundente, cuando encontramos formas no violentas de manifestarlas. Ustedes también deben rendir cuentas a la ciudadanía. De ahí que se les acuñe ser el cuarto poder. Regálennos un poco de certidumbre, no solo cimbren nuestras certezas. Aprendan el arte de la generosidad y de la justicia con humanidad. Interrogar para saber y no para juzgar de antemano que no se recibirá una respuesta satisfactoria. Su labor es valiosa y encierra en sí misma la puesta en práctica de todas las virtudes.

Yo apoyo al Gobierno Federal y a todos los poderes que conforman el Estado. Creo que no hay que renunciar a ser críticos con su trabajo ni a exigirles lo mejor en su desempeño. En esta tarea, estoy convencida de que todos nos merecemos que logren resultados sólidos y que esto redundará, no solo en beneficios para todos nosotros, sino también dará garantías a nuestros futuros gobernantes y certezas a las siguientes generaciones. Exijamos de todos los órganos de gobierno el cabal cumplimiento de sus obligaciones. Conozcamos más de cerca su trabajo. Demos seguimiento a todas sus agendas y a la puesta en práctica de las mismas. Pero sin odio. Sin resentimientos heredados. Sin revanchismos. Sin suspicacias. Con total apertura para descubrir que hay cosas que sí se están haciendo, que se están haciendo bien y que buenas cosas también están pasando en este proceso de pasar del caos de la monstruosidad al orden de la paz. Que quizá este sexenio priista no tiene como propósito reprimir y matar estudiantes. Seamos sagaces ante sus errores pero miremos hacia el mañana sin perpetuarlos. Unámonos en torno al mejor destino de nuestra instituciones.

Sin dejar de hacer notar cuán vergonzoso e insultante es el caso de la suntuosa casa de la señora Angélica Rivera. No hay manera de encontrar una interpretación razonable. Ligado a que se desveló un claro conflicto de interés en el contrato, ya revocado, con tal constructora. Sobre la construcción del tren, esperamos todos que el nuevo contrato satisfaga los estándares de legalidad y transparencia que merecemos, y que no haya detrimento en la capacidad tecnológica y eficacia de quienes lleguen a tener a su cargo tal responsabilidad. En cuanto a la penalidad que nos impone la revocación del contrato, una manera tangible de saldarla es entregando a cuenta la propiedad en cuestión. Esto daría muestras de honestidad y responsabilidad. Pero, sobre todo, sería una muestra tangible de que la familia Peña Rivera es consciente de la realidad y las necesidades del país que la sustenta.


Y tú... ¿todavía crees en México?



Un gran abrazo de tortuga para alentar sus caparazones, 
en medio de la tristeza que nos aqueja.



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