lunes, 25 de marzo de 2019

equilibrio...

... y armonía. O si se quiere el contrapeso democrático de poderes políticos ... ¿el resquicio de la violencia o la clave de la gobernabilidad? 

100 días... y todos los que siguen transcurriendo. Vivimos no con pocos sobresaltos. De la mano del gran vacío que se abre ante la falta de una oposición capaz de estar a la altura de las circunstancias. Empezando porque ensalzan el valor de los contrapesos en sí mismos, como si fuesen virtuosos per se. Lo cual es sumamente interesante. Porque parece más una creencia dogmática sobre cómo debe modelarse y operar toda democracia. Sin percatarse de la importancia de tomar en cuenta los hechos y las circunstancias. Es algo así como una argumentación axiológica en donde los adversarios suponen ciertas afirmaciones de las cuales derivan ciertas conclusiones, en ambos casos: falazmente.  No son los contrapesos los que cuentan. En realidad, se trata de los equilibrios. De la armonía social y política en la que todos estén justamente representados, sin abusos. De un estado efectivo de derecho que sea igualmente garante para todos los seres humanos, sin discriminación alguna. Sin necesidad de exabrupto alguno. Sin necesidad de esa lucha constante que algunos colectivos claman como la única alternativa para sustentar sus necesidades vitales y emocionales personales e individuales. Haciendo del espacio público el nicho de sus gratificaciones íntimas. El sentido de su existencia a la deriva, a la espera de una gran causa que justifique todos sus excesos y, con mayor ahínco, todas sus carencias de carácter. En donde el odio es más fuerte que el amor. En donde la reconciliación no tiene cabida porque todo se trata de estos grandes ideales que deben encumbrarse a costa del orden social. En aras de una "elevada" justicia, casi siempre: consensuada en manos de unos pocos. 

Ésta, una herencia retorcida de la revolución francesa... la cual sucumbió ante la contradicción entre la fraternidad y la "justicia" de la guillotina. Contradicción que nuestros sistemas democráticos no han logrado subsanar. Sólo cabe la palabra contrapeso cuando se comprueba que el equilibrio entre la suma de las voluntades ha sido violentado por un exceso, exceso que puede provenir tanto de la autoridad como de la ciudadanía, entonces sí: se necesita una medida de apoyo para restaurar el equilibrio perdido. Medida que no justifica la violencia en modo alguno. Pero mientras las personas que conviven bajo algún régimen democrático no sean ellas mismos capaces del equilibrio, la armonía y la justicia, toda dialéctica de la confrontación no jugará otro papel que el del bullicio voluntarioso. Sin importar de qué lado de la balanza coloquemos el encono de la arbitrariedad. 

Cuando el discurso del contrapeso es en sí mismo la arbitrariedad misma: el argumento falaz y disonante que pretende poner en equilibrio lo que ya está en armonía, todo afán de oposición se convierte en una medida de fuerza que impide la sana convivencia entre las personas. A veces, los equilibrios alcanzados no siempre nos colocan en la balanza ideal de nuestras creencias y prejuicios personales, es por eso que en democracia es más importante saber perder y respetar al vencedor, que ganar. Y ganar se vuelve, en sentido estricto, ir más allá de lo ganado: convertirse en una voluntad en unidad capaz de reconocer la diferencia, respetar a los vencidos y construir paz en comunidad. Hasta la siguiente contienda... democrática.

Por muy estridentes e innecesarias que sean las descalificaciones que, con inútil ligereza, expresa cada mañana el presidente de la República, no es posible que desde quienes pretenden alguna suerte de "contrapeso" democrático: sólo encuentren eco en tales expresiones, como si realmente fueran cuestiones sustantivas. El mal gusto para expresarse no merma en nada su capacidad para gobernar con la expectativa, todavía por cumplirse, de que sí veremos buenos frutos de las decisiones tomadas. Ha sido un tiempo de decidir y proclamar. Todavía faltan casi seis años para conocer, con certeza, los resultados de todas estas decisiones. El verdadero destino del rumbo que ahora, a pasos agigantados y acelerados, toma nuestro país... aún está por trazarse. No confundamos el mapa de ruta con el destino al que arribaremos. Y sí, todo gobernante justo debe poder evitar toda forma de escarmiento. Incluidos los desaciertos verbales que en nada abonan a nuestro futuro.

Probablemente, tras casi cuatro meses de esta nueva gestión, las coordenadas fundamentales han sido trazadas.  Así como, la repartición de los nuevos nichos de poder se extenderá a lo largo de todo este año. Vamos viendo cómo se empiezan a dibujar los nuevos rostros del poder y cuál será la hoguera de las nuevas vanidades en ciernes. Quiénes serán parte de la historia y quiénes simplemente seguirán luchando por sobrevivir en medio de todas las barbaries que nos componen. Quiénes serán llamados a ser parte de la cuarta transformación, quiénes sus retractores, quiénes sus beneficiarios y quiénes los sacrificados en esta gran labor de gestión que se nos promete cada mañana al despertar. Ojalá algún día seamos capaces de transitar entre gestión y gestión, de transformación a consolidación, sin necesidad de sacrificar una sola vida humana en el camino; sin importar de qué lado de la balanza se encuentre cada quien.

Ojalá fuera tan sencillo, como MORENA proclama, la transformación total del país -si acaso todo debiese ser transformado con tal ahínco. Por otra parte, los perdedores de los comicios del año pasado oscilan entre la negación y el enojo de un duelo que, quizá, jamás sabrán superar. Entre ambos extremos, no se alcanza a percibir cuál será el punto medio que logre la armonía y la unidad que tanto necesita el destino de nuestro país. Cuál esa mesura que hará de la justicia y la paz en México: una realidad. Para todos los interlocutores parece ser más loable la afrenta y el desenfado de una oposición simplista... o de un "oficialismo" rampante. Cuál el punto de inflección que le permitirá a Andrés Manuel abrazar la totalidad sin necesidad de la dialéctica de la confrontación como forma de subsistencia política. Ya que, al igual que en el caso de la revolución francesa, se vuelve una contradicción hablar de unidad e insistir en dividir la sociedad mexicana en dos bandos, llámeseles como se les llame. México es mucho más que eso. La humanidad es mucho más que cualquier simple catalogación de preferencias ideológicas o creencias culturales. El Estado no es el espacio para tales distinciones. Es el espacio para construir institucionalidad igualmente eficaz para toda la ciudadanía.  Sin distingo alguno. Cuál será la luz que hará despertar a quienes quieran construir un sano diálogo que pueda expresar su opinión y diferencia sin necesidad de violentar el curso de los acontecimientos sociales. 

El temor de alguna suerte de monstruo al que todos debemos temer u odiar, parece ser la característica común de todos los actores políticos, la opinión pública y la participación de la sociedad civil organizada. Parece que si no vivimos sobresaltados no estamos vivos. Qué precario sentido de la vida. Francamente. Como precario es también el sentimiento de victimización constante que también todos comparten por igual. Ojalá este periodo de comparte y reparte el poder, incluido el equilibrio de los nuevos privilegiados de los flujos económicos, termine pronto para poder empezar a caminar y dejar de perder tanto tiempo en planear, pensar y repensar el Plan Nacional de Desarrollo... Se supone que ya había un proyecto bien delimitado. Y de pronto volvimos en una máquina del tiempo a la época de las infinitas y muy gratificantes (pero tan poco efectivas) mesas de trabajo: el gran entretenimiento de la negligencia de los gobiernos anteriores. 

Hemos tenido un exceso de palabras robustas (eco todavía de las campañas electorales) tanto por parte de los vencidos como de los vencedores. Imbuidos todos (y todas) en una dialéctica que se debate entre el triunfalismo y el ardor revanchista. Más desagradables aún son los ya prontamente "desencantados" de su voto, más patéticos los ya "triunfantes" orgullosos de su voto de la mano de un "te lo dije". Es realmente asombroso el poder de visión premonitoria de todos quienes ya hacen tales juicios cuando todavía faltan tantos años de gobierno. Pero bueno, parece que rasgarse las vestiduras es un don, irrenunciable, de la tan empoderada participación ciudadana mexicana. Así como, parece que debiese importarnos más el futuro renovado y libre de México que la vieja y añeja historia de la conquista española.



Y tú... ¿qué esperas de la cuarta transformación?



Feliz primavera...
tarde llega la inspiración 
de la luna llena
como tarde se tejen las letras
cuando éstas se agotan de insistir.

Fuerte abrazo...
lleno de magia de tortuga.










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