martes, 12 de julio de 2022

neoliberalismo...

 ... y populismo: el hilo que los ata.



Dialogar es también una parte fundamental de la vida pública democrática. Más cuando el escenario político se desdibuja entre dos polos. Como sea que tales se comprendan. Lo cierto es que mientras más se polariza una realidad más dependen los extremos entre sí. El uno sin el otro no son posibles o pensables. Dependen entre sí. Los argumentos de uno sostienen al otro y viceversa.

Y éste es el truco oculto cuando la pereza de nuestro tiempo se complace en tratar de explicar la complejidad del mundo entre sólo dos alternativas. Es más que un truco. Es una aberración. Si tomamos en cuenta que sean cuales sean los extremos: no tenemos una propuesta de solución para que vivamos en comunidades más justas. El debate adverso se consolida entre dos bandos que se atacan y culpan entre sí, sin que ninguno de ambos acierte en un mejor camino para México. 

Cierto es que tampoco ayuda que los espacios de transición siempre enfrentan oposiciones voraces que impiden que crezcamos: con el único fin de mantener la tensión de opuestos irreconciliables en una lucha feroz por el poder... por el poder mismo. Y los recursos aparejados.

Si bien la derecha y la izquierda pierden sentido justo allí en donde no se logra mejorar la economía, la inseguridad, los distintos problemas de gobernabilidad, etc. Como ideologías "vigentes" siguen ocupando un espacio de conversación entre nuestras preferencias políticas y/o electorales. En términos de recursos disponibles, se podría decir, que la diferencia trata de bosquejarse a través de la tensión entre "acumulación de capital" y "distribución de plusvalía". 

Lo cierto es que la acumulación prevalece y la distribución adolece, sea la izquierda o la derecha quien gobierne. Ya que tales asimetrías económicas ya no se juegan en un territorio ideológico. Superan al capital tanto como al plusvalor. La injusta desigualdad para acceder a una vida digna (sostenida y sustentable a corto, mediano y largo plazo) es un hecho y existe en sí misma en una suerte de círculo vicioso. Es parte de una de tantas fallas estructurales heredadas, reproducida, subsanada coyunturalmente, a veces, y propia de lo que nos constituye como circunstancia histórica. De ahí que ya no se trate de señalar culpables, ni siquiera de asumir responsabilidades. Es tiempo de poner en práctica soluciones rentables.

La pugna entre la izquierda (justicia social) y la derecha (capital productivo) se torna también en una pugna entre lo mal llamado "clases sociales".  Mayor o relativamente menor poder adquisitivo vs escaso o nulo poder adquisitivo. Ser obrero o trabajador asalariado vs ser propietario de los medios de producción o pertenecer a la élite financiera. La distinción entre fuerza de trabajo y capital no expresa la complejidad social que nos involucra y define en tanto seres humanos, únicos y libres, y entes comunitarios. Precisamente porque somos personas con voluntad y no entes de una masa que se pueda agrupar bajo insignia alguna que pretenda reducirnos a una identidad colectiva. El sentido de la asociación entre personas radica en cada una de las personas que componen tal asociación.

Si bien, cuantitativamente, podemos contarnos y agruparnos en distintos estratos conforme a nuestro ingreso promedio y a nuestras características y necesidades específicas en tanto seres culturales, lo cierto es que debemos concebirnos iguales en cuanto a un mínimo de ingreso digno y un conjunto básico de necesidades compartidas de acuerdo con las cuales, sin importar otra circunstancia, debe modelarse un nuevo sistema económico. Ajustes razonables que optimicen el constructo comercial con que contamos de tal manera que se garantice la vida digna de la población mundial, en igualdad de circunstancias y sin mermar la posibilidad libre de cada quien darse a sí mismo la vida que elija como una vida feliz. Sin privar a nadie de la diferencia específica, el lucro e incluso el lujo.

Por una parte, asumir que es un error que las ganancias en juego, dadas las variables actuales de medición de rentabilidad económica, no se traduzcan en salarios justos, dado que la remuneración por el trabajo legal, en países en desarrollo y sectores que viven con más precariedad en países prósperos, sigue siendo un ingreso insuficiente. Por no mencionar el desempleo y todas las distorsiones económicas que tal implica. Es un impedimento que el pago de salarios se mida como costo (como pérdida) al valorar el costo-beneficio de las ganancias relativas que se puedan obtener dada cierta inversión. Plusvalor mediante.

Por otra parte, seguir midiendo en el límite, en el margen: la ganancia o beneficio. Utilizando como parámetro el costo de oportunidad (noción por sí misma deficiente). Ahorca el mercado, el salario y la posibilidad de crecimiento económico conforme a un esquema de desarrollo más justo. Es una visión un tanto trágica de la existencia. Valorar aquello que perdemos como medida de valor de aquello que podemos obtener. Sobrevalorar la última unidad valiosa de la ganancia productiva (para además así fijar su precio) en tanto en el límite se aprecia más aquello que podamos llegar a perder a cambio de ganar lo más posible que podamos conservar... es asumir que la vida vale más en el límite de la muerte que en la posibilidad de su realización plena. Es renunciar a la posibilidad de asumir la experiencia de la vida sin otra restricción que el acontecer de la realidad misma, sin miedo a la felicidad y con plena reconciliación ante la buena fortuna. Es privarnos de una vida libre. 

En su defecto, el libre mercado asume una vida sin gozo o con remordimiento ante la posibilidad del placer. En contrasentido a la libertad misma. Se modela con base en el dolor que brota ante la incertidumbre, la angustia y la ansiedad provocadas por la escasez (como condición de origen), la pérdida y la carencia. Tales dolores son propios a todos los seres de conciencia, con más ahínco porque es el dinero lo que determina nuestra única posibilidad de sobrevivir dado el orden del mundo como lo conocemos hoy. De ahí, también, que los incentivos para el ahorro sean tan míseros. Porque nuestro sistema económico o dicho más coloquialmente: el neoliberalismo (que sí tiene muchas virtudes) se mide a sí mismo negando la vida misma (ésta no es una de sus virtudes: es su imperdonable defecto).

Lo cual nos lleva a entronar el instinto de competencia, con base en mitología biológica, y se despiertan nuestras pulsiones más feroces. Nuestro sistema económico nos coloca como seres de rapiña ante la posibilidad de sobrevivir o no... se nos va vida en ello. Nos condena a corrompernos a nosotros mismos de formas indescifrables. Si queremos poner un alto a la violencia, debemos empezar por renunciar a la idea de que ser animales humanos no nos apareja a los leones, las hormigas, las abejas, los primates... etc. No somos ni mejores ni peores que los animales no humanos. Simplemente somos diferentes y debemos exigirnos modelar una vida propia a nuestra naturaleza más sublime. Libre y digna. Y aquí no hay ideología que quepa. Hoy por hoy... tampoco hay proyecto político suficiente para el reto que enfrentamos.

La política se regodea en el abuso ante la opinión pública. De escándalo en escándalo. Haciendo de lo banal el lugar común en donde lo primordial se desdibuja y pierde todo su sentido. En este contexto, el llamado populismo (y lo difuso que pueda ser aquello que significa) es cruel porque (con intención o sin ella) lucra con la injusticia fincando falsas esperanzas y se entrona en el poder con base en el fanatismo social. Fanatismo que deviene en una dosis adictiva de placer que nos permite olvidar el dolor que teje el enramado socio-económico que sostiene nuestros modos de vida. Y entonces se vuelve perverso. Obliga a sus seguidores a renunciar a su juicio crítico y a la libertad misma. En tanto deben potenciar sus pulsiones, pasando por la ira, para defender aquello que por consenso del líder es bueno. La apuesta de todo populismo social (de izquierda o de derecha) es que la sociedad se confronte entre sí en torno a liderazgos (aparentemente sólidos) que conquistan el entusiasmo de la ciudadanía por la vida pública... brindando a cada uno de sus fanáticos (rabiosos o al menos eufóricos) y de sus contestatarios (también feroces): la motivación distintiva que colme de sentido su propio constructo psíquico para sentirse reconocidos (con fe en la potestad del líder para cumplir sus propias convicciones proyectadas en é, por definición propia) o sometidos (por el autoritarismo que amenaza su fe en sus propias convicciones ante la presencia de un líder que consume en su voluntad: todas las voluntades, también por definición propia). Sin excepción, a favor o en contra, se exacerba la demanda de un buen gobierno como una forma de olvido reconfortante ante la realidad. Ante la impotencia de no poder lograr cesar el dolor del mundo.

En ambos polos de tal confrontación, que se vuelve cada día más palpable en nuestros imaginarios sociales: la vida libre vale poco. En cualquier caso, la vida sigue subsumida por la injusticia. En el centro de la polarización, la identidad humana se reduce a un credo de redención futura. A un sacrificio necesario para obtener el bien común: ambas posturas en su radicalidad subsumen un valor que merece ser postergado. En el margen, los opuestos se mimetizan. Y mientras tanto, todos morimos un poco cada día y muchos de estos todos pierden la vida violentamente todos los días. 

Sin instinto salvaje el populismo no sería posible. Y sin populismo... el neoliberalismo no sería tan ferozmente redituable. Sin las asimetrías que reproduce el neoliberalismo tampoco sería posible dotar al populismo de una razón de ser. Así como, sin la posibilidad de enajenar en un líder todas las motivaciones de lo que no tiene solución, dadas las condiciones actuales de vida, no sería posible sostener las virtudes del libre mercado (incluso dejando de lado el estigma populista). Porque el pacto social sí se fracturó cuando se independizó al Estado de las reglas del capital. La productividad no vela por el estado de derecho. Y el estado de derecho es mucho más que rentabilidad financiera. Populismo y neoliberalismo (como figuras míticas de nuestro imaginario colectivo) son el concepto vacío que condena a la orfandad el estado de derecho. El hito que los ata: la ira. La carencia de libertad. La falta de una vida digna.

Necesitamos liderazgos sociales y políticos, que sean legítimos y efectivos, porque sin ellos no es posible consensar la voluntad colectiva en aras de las grandes obras. Así como necesitamos alternativas económicas eficientes y rentables, que sean justas y éticas, porque sin ellas no es posible garantizar el desarrollo económico. La política está llamada a debatirse entre tales liderazgos y en la capacidad de ofrecer proyectos de desarrollo viables y cuyos resultados sean significativos (y tangibles a largo plazo). 

Las izquierdas y las derechas no pueden conformarse más con ver al pasado. Es tiempo de recuperarse... redefiniéndose a sí mismas, sin que la rivalidad sea más que un juego justo en la carrera por llevar el mando y el rumbo por periodos acotados (y acordados), en continua renovación y transición. Es tiempo de modelar ideologías que no se conformen con la burda polarización de una población urgida de esperanzas, en cada uno de sus extremos. La moderación en un punto medio es siempre el punto de equilibrio para gobernar con acierto, independientemente de que durante la contienda sea preciso delimitar la diferencia de las posiciones lejos del centro. La distorsión del votante mediano con que se diseña el mayor logro de una estrategia electoral pervierte tal orden: en campaña todos necesitan acercarse al centro y cuando gobiernan se radicalizan a sus anchas. Así, durante el proceso electoral, se diluye la razón misma de una ideología. Y la ideología se convierte en el campo de batalla, durante la gestión administrativa y política, diluyéndose así la noción misma de nación. 

Si bien ser oposición es ser contrapeso (lo cual fortalece la posibilidad de un gobierno democrático y justo), tal contrapeso no puede romper las reglas del juego insistiendo en deslegitimar sistemáticamente a los órganos de gobierno. Por malos puedan ser algunos gobiernos. Fenómeno que vemos cotidianamente sin importar los valores que represente uno u otro gobierno, una u otra oposición. Si bien ser gobierno otorga el monopolio de todos los recursos del Estado (lo cual fortalece el estado de derecho y la seguridad nacional), tal potestad tampoco puede romper las reglas del juego insistiendo en deslegitimar sistemáticamente la legalidad si ella no se acomoda a la intención del curso de sus acciones. Por buenas que sean tales acciones.

Son muchos los retos que nos acontecen... quizá por ello valga la pena renunciar a seguir insistiendo en los conceptos: "populismo" y "neoliberalismo" que poco abonan para una sana vida pública y una política de altura. Renunciar también a palabras rancias y caducas como "dictadura". Tanto como dejar de insistir en satanizar el dinero, su valor y su acumulación. Hablemos de liderazgos y de alternativas económicas. Hablemos de justicia e injusticia. Hablemos de equidad y desigualdad. Abracemos el paradigma de los derechos humanos en su naturaleza más pura para poder diseñar políticas públicas que garanticen nuestra posibilidad plena de ser en tanto humanos, iguales porque diferentes somos. Y no sólo como la única narrativa posible que afronta y enfrenta los horrores cotidianos que los vulneran.


Y tú... ¿crees que la vida tiene precio... que enajenar el sentido de la vida en una causa común hace el mundo más justo... o tal vez: también quisieras una vida que nunca se renuncie y que nunca renuncie al placer? ... Una vida libre: un mundo justo.



Que julio sea un mes lleno de vida...
y colmado de magia de tortuga.





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