sábado, 3 de febrero de 2024

la melodía...

 ...del amor.



La música esconde la luz del arcoiris perdido el día en que los ríos quebraron y se extraviaron. Al recuperar la melodía de la vida futura: el amor nació. El amor en un sentido eterno. La vida misma. El latir del universo que hace que todo sea posible. El ritmo que une el infinito y completa una gran estrella en forma de flor. Así el brillo recupera la nitidez radiante de un mundo desconocido. El único que existe. El orden del Cosmos renace cuando dos almas que se corresponden se logran encontrar. El beso del amor perdido que todo lo salva. Que todo lo sana. Y que todo lo perdona. El saber consiste en descubrir la verdad: una vez que ésta se vuelve real. A través de los ojos que tiritan con el brillo de los nuestros. Frente a frente. Cara a cara. De la mano de la escucha abierta y respetuosa. En el seno de la empatía generosa y solidaria. Cuando las personas con capaces de reconocerse entre sí como igualmente valiosas y sensibles a la experiencia de la libertad... a la certeza del crecer mismo en tanto seres únicos e irrepetibles. Sin premura y sin demora. Con calma y en paz.

¿Cómo se traduce esto a nuestra vida simple y fugaz? Siguiendo el latido de nuestros corazones. Siguiendo el impulso que nace de la intuición de la verdad. En donde la duda sólo habita el miedo necesario para vencernos a nosotros mismos y descubrir quiénes somos en verdad para ser quienes queremos ser en realidad. Basta vencer esa duda temerosa para descubrir la valentía de vivir con justicia y bondad. Sin causar dolor, sin dañar el orden de la naturaleza: en total reconciliación con la vida. En el fuero más íntimo de nuestra conciencia humana: todos reconocemos aquello que infaliblemente llamamos verdad. Todo aquello que sin dudar sabemos que es bueno. Todo aquello en donde no cabe el dolor ni la tristeza. Queramos o no reconocerlo. Ese lugar en el cual no caben relatos mágicos ni pretextos que justifican el mal actuar de nuestros hechos. Sólo con honestidad y con franqueza, ante nosotros mismos, frente al espejo... podemos dilucidar aquello que sí es real. Y para eso es fundamental abrir los ojos y saber que vivir es amar. Renunciar al orgullo y a la falsa satisfacción de encontrar consuelo en la autocomplacencia. Sentir nuestro cuerpo y comprender que todo lo divino está hecho de materia sólida. Que nada se desvanece en el aire. Y que el tiempo no es una ilusión. El tiempo cifra la certeza de que la vida cuenta en cada uno de nuestros actos de amor y de que negarnos a la bondad es renunciar a estar vivos. La luz no es un simple reflejo ni está oculta en un otro su lugar de tránsito o movimiento. La luz es en sí misma y es gracias a ella que todo lo vivo se nutre y se preserva en su belleza original. Sin violencia. En Paz.


Y tú... ¿reconoces la Luz?


Buena fortuna...
queridas y mágicas
tortugas.



pendant la étérnité

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