lunes, 24 de junio de 2013

las buenas razones

... son los mayores impedimentos.


Aprendemos a tomar decisiones con base en una buena razón para actuar de un modo o de otro, pero cómo saber que esta razón que articulamos para "justificar" nuestros actos no se reduce a una simple excusa.

Si bien, nuestra racionalidad ocupa gran parte de nuestros ámbitos de decisión, pues qué otro propósito podría tener el poder pensar antes de actuar, lo cierto es que cuando nos forzamos a nosotros mismos a actuar de un modo o de otro, con base en una buena razón que quizá no es lo que nos dicta nuestra intuición o nuestra buena conciencia, la mayoría de las veces tomamos una mala decisión.

Nos enseñamos poco a escuchar nuestra voz interior para comprender el curso de acción que nos corresponde, muchas veces porque parece no tener sentido o porque no podemos tener buenas razones que, a la vista de otras personas, validen nuestro actuar y nos validen a nosotros mismos.

Las personas juegan un rol fundamental en nuestras vidas, cualquiera que sea la relación que cultivamos. Algunas nos son más cercanas y más afines. Otras se cruzan en nuestro camino casi por equivocación, por el azar de las buenas razones. Y solo quienes nos conforman como un accidente de nuestra intuición... logran perseverar en nosotros. En tanto son quienes elegimos por el solo hecho de saber que nos son afines o que comparten aquello que nos es incomprensible de nuestra propia existencia. Aquello que nos llama a ser quienes somos, desde nuestra voz interior... y no desde el llamado de ninguna buena razón, ni de ninguna otra voluntad que no sea la nuestra.

Esto no quiere decir que no podamos dar un sin fin de argumentos para tener buenas razones de seguir nuestras intuiciones pero, en definitiva, cuando actuamos de acuerdo con nuestro modo de ser, en honestidad con nuestra buena conciencia, ya no importa cuál sea la buena razón que podamos dar al respecto. Por lo que la única buena razón es hacer aquello que sabemos debemos y, más importante aún, queremos hacer.

Reconocer el dictamen y el llamado de nuestra voz interior, aprender a guiarnos a través de nuestra intuición, reconocer nuestra buena conciencia, no son cuestiones ligeras o sencillas. De ahí que merece ser dicha la distinción entre el capricho, el temor, la terquedad, la inseguridad, la ignorancia y todo aquello que nubla nuestra intuición. Lo cual se reduce a un exceso de racionalidad, o a una racionalidad mal comprendida. 

El esfuerzo de reconocer esa vida que somos es el aliento indispensable para llenar nuestros días de felices amaneceres.


Y tú... ¿escuchas a tu tortuga mágica?


Dichoso inicio de semana 
felices tortugas...



No hay comentarios: