martes, 13 de junio de 2017

detengámonos...

... un momento en la "enajenación".


A veces es suficiente un breve comentario para descifrar cuándo una persona nos está poniendo a prueba, duda de nuestras capacidades, de nuestra disciplina y de nuestra voluntad. Lo curioso de este tipo de momentos insignificantes, junto a personas ahora también insignificantes (en el contexto temporal de nuestras propias prioridades)... es la inmensa decepción que logran despertar en nuestro corazón. 

Con qué autoridad hay personas que, en igual circunstancia y condición nuestra, se atreven a tratarnos como niños pequeños, como si viviéramos alguna suerte de extravío... Una de las diferencias entre la infancia y la adultez es que uno se ha ganada el derecho de tomar sus propias decisiones con madurez e independencia y nadie puede interrogarnos para ver si es cierto que sabemos lo que queremos... En este punto, sólo es loable compartir experiencias, apoyarnos y comprendernos. Aprender unos de otros.

Estos encuentros son como dialogar con un ser humano atrapado en un túnel del tiempo, quien probablemente no llegó a madurar sus etapas de crecimiento y es quizás esta persona quien no sabe lo que realmente quiere, se proyecta en nosotros y descubrimos cuán lejos nos encontramos el uno del otro... Y eso siempre es doloroso. La distancia entre dos almas que, pudiendo latir juntas, se permiten lastimarse entre sí. Es la mejor definición del infinito.

Debería estar acostumbrada, sólo por el hecho de ser mujer, soltera y sin hijos, ya que las personas suelen recrear la fantasía de que soy pequeñita, casi una adolescente, muy joven, estoy confundida... solo porque no vivo como la mayoría considera que debería ser. Sin la fachada del "crecimiento" social, la mayoría de las veces se opaca la valía personal. Así como, la satisfacción normal del canon social, que exige ciertos símbolos para validar cada una de las etapas de un ser humano, muchas veces opaca la ausencia de un crecimiento personal más profundo o, al menos, la falta de conciencia acerca de tal crecimiento.

Es triste descubrir cómo insistimos en separarnos los unos de los otros a través de la lástima y la condescencia, casi como una forma sublimada del respeto, cuando podríamos solo aceptarnos, escucharnos y abrazarnos, tras descubrir las maravillas que habitan cada uno de nuestros corazones. Dejar de mirar ahí en donde interpretamos carencias... con la imposición de nuestro juicio subjetivo y con la mezquindad de la enajenación de nuestras verdades privadas.

La enajenación es solo una mediación ciega que nos da la certeza suficiente para construir sentido y significado. Nos da la débil fortaleza de no cuestionar nuestras verdades y de ahí la imposición de nuestro juicio ciego. Nos separa de la posibilidad de sentir con el otro... de comunicarnos sin prejuicios. De escuchar.

Si no somos capaces de escuchar a otros es porque tampoco estamos siendo capaces de escucharnos a nosotros mismos. Si insistimos en invalidar a nuestros interlocutores es porque no somos capaces de cuestionarnos a nosotros mismos. De crecer. 

Sería tan fácil solo hermanarnos en un objetivo común... sin embargo, preferimos aferrarnos a nuestras valoraciones personales, a nuestras vanidades, a la breve y falsa certeza de nuestra enajenación.


Y tú... ¿tienes tiempo para amar?



Feliz martes!!!
Abrazo grande lleno
de magia de tortuga.




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