domingo, 8 de abril de 2018

Domingo...

... de misericordia. @EPN


A mí me gusta ser justa con quienes han tenido el honor de ocupar un cargo público. De antemano, merecen todo nuestro respeto y nuestra confianza. Este es el signo de la gobernanza y la institucionalidad. Cuando están en funciones, me rehúso a valoraciones maniqueas que puedan agredirlos injustamente e inexcusablemente. En todos hay algo de bondad, todos comenten errores y todos han tenido aciertos y han contribuido para construir nuestro país. Nada de que porque no es del partido que apoyo, o porque me cae mal, todo lo que alguien dice debe ser desacreditado o está equivocado. Eso es pereza ciudadana. Conformismo vil. Creo que como ciudadanos tenemos la tarea de también ser honestos y justos con nuestros representantes, de todos los poderes del Estado, y dejarnos sorprender aun por aquellos a quienes menos valoramos. 

Este es el balance del vaso medio lleno que todos nos merecemos. No satanizar a nadie ni hacerlo depositario de todos los problemas que tenemos como Nación ni exigirles soluciones que no están al alcance de sus manos. Les consta a quienes me han quitado hasta el habla, entre mis amistades más queridas, por atreverme a alzar la voz en favor de Peña Nieto, en más de una ocasión. Soy una mujer con convicción ciega en las instituciones. Son las únicas capaces de sustentar el Estado de Derecho. 

Creo que ante las más duras adversidades debemos optar por el camino de la construcción. Sin conformarnos con el odio desmedido que no hace más que dificultar más la posibilidad de alguna solución viable. Por más difícil que nos parezca la situación que enfrentamos. Cuando se trata de los funcionarios públicos en plena gestión, hay que tratar de ser parte de la solución, de apoyarlos para que enderezcan el rumbo y darles la oportunidad, incluso ayudarlos, a darnos lo mejor de sí, en el marco de las limitaciones que los determinen. Como hicimos con Fox y con Calderón. 

Porque todos somos seres humanos. Iguales en dignidad. Todos merecemos el mismo respeto. Nos guste o no nos guste. Nos duela hasta el fondo de muchas de las convicciones que cada quien defiende como parte de su identidad inquebrantable; e igualmente respetable para todos. Incluso Peña Nieto y López Obrador. Esta es la ardua tarea del sino contemporáneo de nuestra humanidad. Estamos unidos en esta misión. Aprendiendo a ser mejores personas cada día. Aprendiendo a respetarnos mutuamente. Creciendo juntos. 

Sí, yo no voté por nuestro Presidente Enrique Peña Nieto. Por supuesto, voté por AMLO, en las dos elecciones previas. Lo admiro profundamente. Y todavía me duele el fraude (real o simbólico, si así lo prefieren...; de todos modos, es ya agua pasada) del 2006 (yo lo viví muy real); todavía me estremezco, hasta las lágrimas, cuando recuerdo todo lo que nos arrebataron, quienes, con resistencia conservadora, se sintieron obligados a tomar medidas para salvarnos de todos los peligros que nos acechaban si él ganaba, en nombre del bien supremo. Solo la historia dará cuenta de la bondad de esta intervención... 

Sin embargo, en el 2012, más allá de mis preferencias electorales, me resigné con conformidad ciudadana a la inercia de la ola que clamó con fuerza el volver a darle la oportunidad al PRI de gobernarnos. Si bien hay actos en cuestión de tal campaña. Creo que no dudamos de que sumaron los votos que legitimó su triunfo. A mí lo que más me asombró del resultado fue que, en medio de la etapa tan autoritaria en la que nos encontrábamos, por los exceso del PAN, la gente sí se haya conmovido con la idea de que el ex-gobernador del Estado de México, la tragedia de Atenco de por medio, fuera presidente. Peña Nieto fue honesto y dijo: el ejército no se va a retirar, asumo la decisión del uso de la fuerza pública en Atenco y no respaldo los agravios que tuvieron lugar ahí; defendió su actuar en el marco del Estado de Derecho y dejó claras sus posturas. Es decir, había consenso entre los sectores de la ciudadanía que lo respaldaron. Por no mencionar que no hubo campaña negativa que lograra contrarestar el efecto de toda la maquinaria mediática que apoyó su campaña. Yo, francamente, no tenía grandes expectativas. Más bien, tenía un juicio muy negativo ante su sexenio en puerta.  

Sorpresivamente, desde el primer día marcó la diferencia, cuando tomó posesión con un acto de una solemnidad institucional asombrosa, en el Palacio Nacional, con una seriedad ante la investidura presidencial que teníamos doce años de no ver. La presentación de su gabinete la hizo con confianza y lealtad en su nuevo equipo de trabajo; y su lealtad la sostuvo. Su discurso fue impecable. Todos los puntos sobre la mesa y una claridad, incuestionable, sobre la agenda de trabajo a realizar. El diagnóstico era acertado y el planteamiento de los cursos de acción a seguir estaban previstos con un pragmatismo implacable. Sus alternativas eran las que concordaban con el modelo económico que ofreció y que sigue sustentando y defendiendo hasta ahora. El está convencido de que su visión es la que favorecerá el futuro de México. Es un ser humano congruente. Y desde ese momento, logró captar mi atención. Lo primero que pensé fue: "habemus Presidente". 

Y con eso, ya se puede empezar a dialogar. Tenemos dudas tangibles ¿será capaz de lograr lo que se acaba de proponer? Podemos sentir desconfianza legítima: no es el modelo económico en el que yo creo podemos depositar todas nuestras esperanzas, pero si al menos cumple lo que se propone, estaremos mejor dentro de seis años y, en el camino, estaremos mejor de lo que estuvimos los seis años anteriores. No tan mejor como a mí gustaría, pero ya estamos embarcados todos juntos en este viaje. La tarea ante sí era ardua. Así que ojalá le vaya bien... Pensé. Y lo seguí a pie juntillas. Sí, gracias a ese presupuesto robusto gastado en su proselitismo presidencial, todos y cada uno de los eventos en que él participa, hasta la fecha, se transmiten en vivo, en internet. Esté donde esté. Todos sus viajes y sus participaciones en el exterior, todas las visitas de Estado que recibimos y él encabezó. Todas las reuniones de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO). Todos sus discursos se publican en la página de internet de la Presidencia. Todo su quehacer público estuvo puesto al escrutinio de la sociedad por esta vía de comunicación. Tiene un blog en el que a veces escribe él personalmente y otras veces el equipo de su oficina; y aclaran la diferencia. 

El hombre no para de trabajar. Ha entregado, en todo el país, una cantidad importante de obra pública. Su agenda es intensiva, en la mañana está en un estado de la República y en la noche ya está aterrizando para asistir a un evento de Estado fuera de México. Estrechó lazos con el mundo y se firmaron también, una cantidad no menor, de convenios de colaboración con otros países. Cuesta seguirle la pista. Y si no, está en sesión de gabinete y las fotos están circulando en todas las redes sociales. Actúa con la responsabilidad propia de un estatista. Apostó por una gestión de resultados de largo plazo. Y gobierna con la más baja popularidad; lo cual es un gran desgaste para cualquier persona. Da la cara con solemnidad y siempre procura hablar como le corresponde. No desgasta la figura que representa con dimes y diretes del golpeteo mediático. Nada igual a esto se vio durante los 12 años previos. Sí hubo desarrollo productivo. Fomentó con éxito el comercio exterior. Yo, como mexicana, reconozco sus méritos, lo respeto y lo admiro. Definitivamente, sostuvo el barco a flote...y lo hizo bien. Estábamos naufragando y a punto de sucumbir. A veces, perdemos la perspectiva.

Lamentablemente, ningún viento corrió a su favor. Huracanes, terremotos, la caída brutal de los precios del petróleo, su estrecha concepción acerca del desarrollo social (pero se apegó a los indicadores del PNUD y los sacó adelante, se apegó a las exigencias del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y las cumplió). Convivió con una oposición que no cesó de ajusticiarlo. Trató de apegarse a los estándares en materia de derechos humanos de las Naciones Unidas pero fracasó en el intento. Sí colaboró para contar hoy con dos leyes fundamentales para avanzar en la materia, desapariciones forzadas y tortura. Pero no progresamos en esta dirección; en términos reales, tenemos cuenta de que las violaciones de derechos humanos crecieron. No era su agenda, no está dentro de sus convicciones y sus intentos por plegarse, en este sentido, no rindieron frutos significativos. Y los aliados obligados para estos fines conformaron un frente común en contra de todo lo él representaba. Esto tampoco ayudó.

Lo acechó la corrupción estructural de nuestra clase política. De la cual no supo estar la margen. Y él mismo quedó en entredicho ante las evidencias periodísticas. La violencia no cesó y las medidas en esta materia fueron insuficientes. Había otros intereses que satisfacer en su agenda política, pero él nunca ocultó que respaldaba tales intereses. Intereses cuestionables, es cierto. Se debía a quienes lo ayudaron a sentarse en la silla presidencial. Sin embargo, se han abierto expedientes y se han discutido en la esfera pública, como pocas veces, un sinnúmero de escándalos de corrupción que atañen de forma directa al partido que representa. Al mismo tiempo, en términos de justicia expedita, estos esfuerzos no han progresado como la sociedad quisiera. 

Priorizó devolverle dignidad a las fuerzas armadas, logró alianzas en donde había encontrado fracturas y situaciones críticas de gobernabilidad. Se dedicó con gran ahínco a devolverle la institucionalidad a todas las instancias del Estado. Pues recibió un Gobierno Federal resquebrajado. El país que somos hoy tiene cimientos mucho más sólidos, esto no puede soslayarse. Ha enfrentado fuertes resistencias en su quehacer y, ante ellas, ha dado cuentas de una extraordinaria fortaleza humana. No es un hombre de odios. Es un gran conciliador convencido del diálogo y la mesura. Es práctico y efectivo. Es un hombre de fe. Cumple su palabra. Pero le faltó capacidad operativa y liderazgo al interior de las estructuras de sus equipos de Gobierno, para llevar a la práctica muchas de las acciones viables propuestas, aun dentro de los escenarios adversos. Otras acciones fueron descartadas ante tales escenarios no previstos. Pagó en carne propia todos los "pecados" del PRI. La historia no perdona. Sumó un equipo  al estilo "club de Toby" que solo lo evidenció y debilitó. Y una de sus más grandes limitantes fue la mirada obtusa del "buen administrador" José Antonio Meade. Quien no es capaz de ofrecernos ni la quinta parte de lo que sí ofreció Peña Nieto, dicho sea de paso. Para que no nos confundamos. 

Peña Nieto es un político de verdad. Nos puede gustar o no su opción político-social, no es la mía (comparto parte de sus valores y estrategias, pero yo veo hacia adelante y sueño con un mundo radicalmente distinto), lo que no podemos negar es que un hombre de Estado. Un cuadro con una consistente afiliación partidista. Bien formado. Un hombre muy disciplinado. Nos ha brindado más certezas de las que nos atrevemos a reconocer. El paradigma económico de su predilección no le daba tampoco para más. No es suficiente lo que nos exige, u ofrece, un orden del mundo que no tiene lugar para que todos se desarrollen en igualdad de condiciones. Una visión del mundo que nos lleva a la lucha abierta entre la vida y la muerte para sobrevivir. Y Ayotzinapa estalló en sus manos. Marcando un punto de no retorno. Sus loables esfuerzos no fueron suficientes para enmendar sus desaciertos ni las dificultades que enfrentó. De todos modos... ojalá México lo despida con un poco de clemencia y generosidad. 

Ojalá él tenga el valor de, si así lo definen los resultados del 1ero. de julio, entregar con orgullo la banda presidencial a quien, hasta el día de hoy, encabeza la contienda presidencial: a Andrés Manuel. Y que López Obrador no ceje en su postura de respeto hacia su antecesor, lo cual habla de la altura de su compromiso por México. Por mi parte, siempre tendré una sonrisa colmada de gratitud hacia Enrique Peña Nieto. Y no me disculpo ni me avergüenzo por ello. 

El trató de hacer de la mejor forma posible aquello que consideraba correcto. Con las herramientas que tuvo a su alcance. Es un hombre asertivo y sí entrega resultados con base en una buena parte de sus promesas de campaña. Es un hombre de leyes (un ortodoxo, un formalista) pero, casi trágicamente, la tan manoseada legalidad en nuestro imaginario social, tras su sexenio, sigue quedando en tela de juicio. El mismo favoreció este desprestigio. No tuvo voluntad suficiente para mirar más allá de lo que hoy el manual de la Gobernanza dice que es correcto. No es una persona que quiera romper los moldes, no tiene ese arrebato ni esa convicción. No sería él mismo si le pidiésemos que fuese un gran revolucionario. Sí aspiró a ser un reformador. Logró, con excelencia, conjugar a todas las fuerzas políticas para aprobar más de 10 reformas estructurales. Algo insólito. Supo hacer del "Pacto por México" una realidad efectiva.  Y sí, a su modo, supo mover a México... Y este movimiento, por mínimo que se perciba, es parte de lo que, incluso por defecto, nos permite acariciar el sueño que MORENA sembró. Gracias.


Y tú... ¿qué valores de Enrique Peña Nieto?



Mis mejores deseos para empezar la semana.
!Bendiciones!
Fuerte abrazo...
lleno de magia de tortuga.

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