miércoles, 17 de enero de 2024

vivir...

 ... y nacer.



Los albores de un año, al aparecer, despiertan con encanto la luz que dormita, sin paz, en medio de la tempestad; junto a la sed en cuyo corazón el viento, aún por llegar, libera su angustia. La brisa del futuro tiene la peculiaridad de no tener forma ni color. Es por eso que cuando tratamos de dibujar nuestros sueños necesitamos trazar figuras inexistentes que den aliento y brújula al porvenir.

Pasan los días con velocidad feroz y la quietud se consolida cual espacio inerte sin confines. Siempre es curioso cómo sin hacer hablamos, sin hablar hacemos... y sólo al escribir: recordamos. Porque al hacer se borda con el habla y al hablar se zurce con el alma. Y en el signo de la letra un yo se descubre ante sí mismo con la conciencia de ser quien fue, sin ser quien dejó de ser, siendo quien será. En su memoria se cifra la senda, que si bien irrepetible, nunca puede ir más lejos de lo que ya supo andar. De la mano de la ilusión de dejar de ser figura para ser brisa hecha presente.

Y cuando nos hacemos mayores parece que nacer toma un significado renovado, en tanto, si bien ya no hay los nuevos comienzos de ayer: sí podemos cada día renovarnos al despertar. Con la certeza de haber aprendido a valorar que cada respiro tiene un propósito único y cada mirada un sentido vital para abrazar la dicha de simplemente junto a la naturaleza latir: sentirnos parte de todo los nos rodea y de lo que somos parte... como un privilegio que solemos dar por sentado. Por el contrario: el milagro de la vida está guardado en cada uno de nosotros y en cada uno de los latidos de nuestros corazones la realidad se traduce en verdad. De otro modo, no sabríamos que estamos vivos y nos perderíamos de la dicha del amor.



Y tú... ¿cómo recibes la bendiciones de este nuevo año?



Hasta mañana. 



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