sábado, 20 de marzo de 2010

la estupidez

y la credulidad son hijos torpes de la inocencia.

Por un lado, la estupidez nos remite a todo aquello en que confiamos cuando no sabemos algo sin saber que no lo sabemos. Se acompaña de cierta necedad y de otro poco de necesidad, ante el deseo de creer en que lo que queremos que sea verdad es, efectivamente, verdad. De ahí que, cuando decubrimos nuestra estupidez, en su lugar quede un poco de rabia y tristeza, provocadas por el asombro de haber sido tan ingenuos.

Por otro lado, la credulidad nos convierte en objetos apetecibles para el engaño y casi con cierto gusto nos entregamos a ella, como si, al ser vulnerables, ganáramos el terreno sobre el culposo abuso ajeno.

Sin embargo, qué sería de lo humano sin capacidad de creer ciegamente y qué tan poco humanos seríamos sin nuestra estupidez.


Y tú ... ¿qué aprendiste este invierno?

Hasta mañana... día en que al fin nos abrazará la primavera.


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