sábado, 12 de mayo de 2018

días...

... grises.


El pasado es una cuenta pendiente que siempre nos azota y nos toma por sorpresa. Debería haber un límite de dolor que un ser humano fuera capaz de sentir. Lo cierto es que, así como, las alegrías y la felicidad no conocen límite, son experiencias renovadas capaces de vivirse, revivirse e reinventarse (y recordarse), las tristezas también. No hay magia posible que logre librarnos de, en cualquier momento, descubrir que contamos con pocas razones para sonreír. O que estamos tan agotados que olvidamos todo aquello que nos recuerda porqué es tan bello vivir. 

Situaciones en donde, al mirar tras el espejo, solo encontramos la huella de todo lo que ha roto nuestra alma. La desesperanza nace tras esa mirada que no podemos recuperar. Cuando recordamos que estamos lejos de todo lo que fuimos. Y que quizá el futuro traerá todavía nuevos quebrantos. Días en que no podemos explicarnos a nosotros mismos las dificultades que hemos enfrentado. En que no podemos dejar de reprocharnos a nosotros mismos. En que no hay porqué que quepa en la razón. Cuando el deseo se agota. El corazón se vacía. Y solo queda la dura verdad. 

Uno se imagina que ya no podrá superar una pérdida más. Que ya no habrá traiciones que logren doblegarnos. Ni silencio que pueda susurrar con furia ante la desazón de las injusticias que componen nuestra vida. Cuando el miedo nos abraza y nos impide caminar. 

Esta es la historia de la sirena de los mares del llanto. Aquella que nunca despertó. Perdió la fe y extravió su corazón. La que recibió los golpes de un monstruo hecho de mentiras. La que nunca volverá a ver la luz. Cuyos sueños le fueron arrancados, uno a uno, hasta que sus semillas se agotaron. La que amó sin ser correspondida y, en el camino, fue invadida por todo tipo de malhechores y cobardes. La que nunca conoció un alma que calzara con la suya. 

Ella nació destinada a no nacer. Probablemente, ésta es una contradicción insuperable. Su existencia sutil la hacía invisible. Y falleció sin haber encontrado el eco de su voz. Vivía en un lugar nutrido de soledades. Y en donde solo fantasmas desalmados y desamparados la perseguían. Quienes no querían entender ni escuchar que ella no podía oír su voz ni encontraba virtud alguna en su presencia. La réplica de corazones ciegos que la acosaban. Mensajeros rapaces al servicio de las fuerzas más oscuras del mundo. Pero esto no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que, esta huérfana sirena, nadaba libremente y, pese a todo, siempre sabía sonreír. Descubrió lugares inexplorados. Bellos horizontes de colores que le enseñaron a volar más allá del cielo y desplazarse, sin miedo ni peso alguno, por otras galaxias. Siempre con el ánimo abierto a decir sí. Pero un día, inmersa en la felicidad de sus viajes, conoció a un ser hecho de piedra y disfrazado de mar. 

Este ser macabro le enseñó un espejo falso. "Mira sirena, ¿ya viste? tú no puedes volar... Eres solo una sirena." Y la aprisionó por siglos en una cárcel hecha de envidia, rencor, reproches, abusos, frases malintencionadas, engaños, burlas, juicios descalificadores, abandono y encierro. Él era una dura piedra forjada de defectos. Cuya especialidad era la tortura. 

Un ser cubierto de fachadas. De esos que nunca muestran su verdadero rostro ni hablan con su propia voz. Sin nombre. Que no conocen la magia de abrir el alma y entregar el corazón. Que pretenden ser buenos. Y cuyas argucias son tan sofisticadas que es casi imposible delatarlos. Una suerte de contagio para la que no existe cura. Seres malignos e infecciosos que viven de robar la luz de la bondad de otros seres. 

Con malas artes puso a la sirena a dormir y la enterró colmándola de lágrimas. Le ofreció una estrella, una joya y un nuevo amanecer a la orilla del mar. Para calmar su angustia y poderla raptar. Y después la sumó a su colección y solo la espiaba, cada tanto y cada vez por periodos más espaciados, para regocijarse en su sufrir. Manipulaba su inanición y tras el cristal de la jaula, en que la tuvo cautiva, le mostraba fantasías con el único fin de verla enloquecer y deleitarse de su ingenuidad. Así como le presumía sus viajes estelares y el apogeo de las cimas que había visitado. Solo para aplastar poco a poco todos los resquicios de su voluntad. Un ser con apego a lo patético. El diablo en persona.

Cómo alguien podía prever tal malignidad. Ella nunca logró comprender porqué se volvió la presa de tanta mezquindad. Qué hizo ella para merecerlo. Y ese es el problema de la maldad profunda: nace sin causa alguna. Solo la casualidad y la mala suerte te vuelve vulnerable ante un ser sin escrúpulos.

Hace unas noches, esta hermosa y dulce sirena apareció en mis sueños. Y traía consigo un bello mensaje de paz. Quería que supiera que, a pesar de haber sucumbido, logró romper todos los lazos con tales cadenas. Y que había llegado su tiempo de partir por siempre. Que ésta sería su última visita. Estaba agradecida por la larga amistad que pudimos construir cuando, en medio de todas sus desgracias, coincidíamos en un lugar mágico que se trazó entre las dos. Me recordó que no había nada que yo pudiera hacer para protegerla de su destino trágico y se disculpó por no poderme compartir todos sus secretos. Los cuales se perdieron tras el reposo de un sueño profundo del que jamás despertará. Pero me regaló un hermoso caracol de mar. 

Y susurró en mi oído: "no estés triste... aquí se conserva aún la canción que hace despertar los corazones. Las mariposas blancas de tus mañanas, tarde o temprano, te enseñarán el camino para descifrar los secretos de la música que aquí guardé para ti. Déjate sorprender. Mientras esto ocurre no habrá ya un solo sonido que logre atormentarnos. Solo polvo queda de aquella roca. Y con el soplo de mi partida desaparecerá por completo. Todo estará bien." Me bañó de luz violeta y dorada y acarició todas mis heridas. Y sus últimas palabras fueron "soy feliz y tú también lo serás... no estás sola... mis sueños se quedan contigo".  Fue como viajar a través de las estrellas de su mano. Y sí, dejó también una gran tristeza en mí. La tristeza del adiós. 

Quisiera haberle podido decir que no dejara que el agotamiento la venciera... pero era demasiado tarde. Su decisión fue definitiva. Agradezco que haya podido visitarme para despedirse. Mi vida no volverá a ser la misma sin su amistad. Pero le debo a ella vivir la vida que soñó. Aunque hoy sea uno de esos días grises. 

Probablemente la luna guardará su espíritu y su sonrisa. Recordándome que venció. Y ninguna tentación la quebrantó. Así que se asoma un tiempo para festejar... cuando vuelva a salir el sol a través de sus ojos.

... Dedico su historia a todas las sirenas que han sido injustamente aprisionadas. 


Y tú... ¿conoces los secretos que esconde la música de tu futuro?


Dulces sueños...
queridas tortugas.



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