domingo, 20 de mayo de 2018

México vs. UNASUR...

... ¿A la izquierda o a la derecha?



Ninguna de las dos... probablemente. Solemos construir la fantasía de que México está cerca de convertirse en algún otro país... casi por arte de magia... Lo cierto es que, a la derecha o a la izquierda, como México no hay dos. 

Les confieso queridas tortugas que me he demorado mucho en estas letras. Sigo sin encontrar la forma de comunicar la decepción que siento cada vez que se trata de comparar a México con Venezuela, como forma de descalificación o debilidad hacia Andrés Manuel. En primer lugar, porque no creo que sea incluso válido. Pero, con más ahínco, porque este tipo de estrategias sólo buscan deslegitimar a quienes apoyamos con nuestro voto duro, convencido, feliz y lleno de esperanza a MORENA. 

Esta es la injusticia más grande por parte de quienes tratan de infundir miedo y dudas hablando de Maduro, de Chávez, etc. Agreden nuestra libertad democrática. Agreden la historia de México. Y olvidan, por mucho, la situación en la que nuestro país se encuentra. Entre otras cosas, a causa del populismo demagógico Foxista, Calderonista y panista, en general. Creo que México ya enfrentó casi todos sus peligros y que hoy estamos pagando caro la irresponsabilidad de gobernantes que no tomaron con la debida seriedad su papel presidencial. Y no conformes, no quieren ceder en su intento por conservar el poder.

Yo, en cambio, me permitiré hacer los siguientes símiles... compararía a Anaya con Correa, a Calderón con Chávez, a Fox con Maduro... los ejemplos más autoritarios de América del Sur, en tiempos recientes. Quienes representan muy bien el extravío con que traicionaron todos los valores de la izquierda, radical, que decían defender (quizá porque nunca representaron una verdadera izquierda). Así como, en México, el PAN traicionó su vocación de vida digna, social demócrata, mostrando su rostro conservador, reaccionario y represor. Dejando en alto el nombre de la derecha. Por no mencionar que, incluso en este paralelismo, los exponentes mexicanos fueron, además, incompetentes (o tan incompetentes como Maduro). Y Anaya creo que no alcanzaría ni a sumar lo que sí logró construir Correa. Su candidatura, en declive, lo desdibuja cada día, con más acierto, como un farsante... ojo: un farsante autoritario. 

Meade se cuece aparte. Entre otras cosas, porque, en el fondo, su corazón está más apegado a "Harvard" que a filiación política alguna. Yo sigo sin dilucidar a qué esfera de la población realmente representa. A veces parece: que no es capaz ni de representarse a sí mismo. Nos ofrece tonos grises y su idea de futuro no muestra contundencia alguna. ¿Qué sería de México si dependiésemos de sus relativas virtudes?Es una incógnita que, espero, no tendremos que despejar.

Porque, al menos, Chávez y Correa tuvieron años en que entregaron resultados efectivos para mejorar la vida de sus países. No, en cambio, Maduro quien solo ha dado muestras voraces de su ambición de poder a costa de la vida de todas y todos los venezolanos. Ha llevado a Venezuela a una crisis humanitaria sin parangón en nuestra América. Incapaz de generar consensos, de dialogar con la oposición con respeto a sus libertades, sin resultados tangibles para la vida de ningún sector de la ciudadanía. El se alimenta de circo y folclor y abusa de la voluntad de las personas que todavía creen en lo que algún día fuera el proyecto de Hugo Chávez. Sin liderazgo alguno. Desesperado por conservar las pleitesías de un "partido de estado" (al estilo soviético) cada día más resquebrajado, dogmatizado y en franca decadencia. Sin principios, sin ideales y sin capacidades de gobierno. 

Rafael Correa logró cosas importantes en sus primeros años de gobierno, sin embargo, la corrupción y el abuso de todos los poderes, su infinita soberbia y arrrogancia, lo llevó a sucumbir de forma trágica y dejó al Ecuador sumido en una irreconciliable (y dolorosa) contradicción. La carrera política de este controversial personaje es totalmente opaca, sale de un salón de clases para convertirse en un líder nacional. Muy efectivo en sus artes de comunicación logra una aprobación casi fanática, a merced de la falta de liderazgos que lo sustituyan. Y al final del día... fracasó en llevar a su país a puerto seguro. Pero no por la obra social que sí hizo, sino por todo lo que deshizo, incluido su propio proyecto.

A estas alturas de la contienda (sobretodo si sumanos el 2006 y el 2012), debería ser obvio comprender que entre Maduro y López Obrador existe un abismo. No hace falta ser un gran conocedor de nada para ver cuán incomparables son. La forma en que Maduro asciende al poder, su "currículum", su trayectoria seudopolítica, su insensibilidad ante el hambre y la injusticia: que él mismo ha provocado... Porque en tiempos de Chávez las cosas fueron muy diferentes. Maduro se impuso. Y se sigue imponiendo a la fuerza. Hace oídos sordos a la realidad. Es uno de los personajes más macabros de nuestra América, después de Pinochet.  

Ahora bien, vale la pena comprender mejor la circunstancia económica de nuestros vecinos del sur, pero no me voy a detener mucho en esto, los invito a visitar los siguientes enlaces... si quieren conocer un poco mejor UNASUR y el MERCOSUR; ojo: alianzas económicas de desarrollo, muy importantes. Dentro del marco de un análisis convencional. Sin mayores repercusiones políticas de alto vuelo.
http://www.unasursg.org/es/objetivos-especificos


Lo que aquí me interesa destacar, con mucho más detenimiento, es lo que sí cuenta para el proceso histórico que vivimos en México. Y antes de dejar de lado los símiles, solo mencionar que si de alguien veo yo cerca a AMLO es de Mujica y de las fortalezas políticas de Lula, guardando las debidas distancias y proporciones. Recordemos que Mujica fue preso político, miembro de un movimiento guerrillero (de corte comunista) en medio de una dictadura militar atroz. Por no mencionar que el Uruguay no tiene referente alguno con ningún lugar de nuestro territorio. Lula, en cambio, tiene una historia forjada como líder sindical (en este contexto, tendríamos que hacer una revisión histórica de los sindicatos en México y su relación directa con el poder ejecutivo en el marco de un orden de poderes en equilibrio). Además, Brasil es un país cuyas convulsiones no tienen comparación alguna con México. Por lo que tampoco podría haber una honesta comparación entre los tres. Salvo el espíritu virtuoso, que comparten, de favorecer a los más desprotegidos. Y representar un referente político y moral incuestionable.

Por otra parte, la historia de la izquierda en México (pensando, en mayor medida, en la consolidación del movimiento Cardenista, a partir de 1988) estaría mucho más cerca de la experiencia Kirchner en Argentina (en particular, los primeros periodos; al margen de las connotaciones peronistas). O más a la par de un Alan García en Perú, un Rodrigo Borja en Ecuador, incluso: un Óscar Arias en Costa Rica (éste más hacia el centro-liberal y refiriéndonos, sobretodo, a su primer periodo). En el caso de México, sin un "Sendero Luminoso" ni una selva amazónica (en contraste con una costa comercial oligárquica y una sierra indígena-colonial)... y sin la tradición de paz de la "Suiza americana". Es decir, una "izquierda" de vías institucionales con cambios graduales y definiciones claras sobre el bienestar social. Si bien, la izquierda en México también ha contado siempre con corrientes mucho más radicales, las cuales siguen representando porcentajes relativamente bajos de la población. 

En tiempos más recientes, de tercera vía y experiencias social demócratas, podemos trazar afinidades con Chile y, de algún modo, podríamos decir que siempre hemos estado más cerca de Colombia. Lamentablemente, coincidiendo ante el flagelo del narcotráfico y del crimen organizado. Pero... a la vez, muy distantes porque las FARC son un fenómeno ajeno a nuestra historia, así como, los representantes de ultra derecha que intentaron combatirlas incrementando su poder. Y tanto los gobiernos chilenos como colombianos han sido, por mucho, más conservadores. En tiempos más recientes, incluso, más moderados. Más aparejados con lo que han representado algunas fracciones del PRI. Y con apego a los procesos de globalización de los años 90.

A Evo Morales no lo incluiré en este análisis porque Bolivia era uno de los países más pobres del mundo, vivió sumergida en condiciones de miseria. Su población indígena, de cultura  ancestral Inca, es prácticamente mayoritaria. Y su realidad tiene características inconmensurables. Evo representa a su país y conserva el apoyo de la mayoría de la población, por las vías institucionales. Es el único presidente de América que representa en carne propia a los pueblos originarios de nuestra América prehispánica. 

Y también es importante tomar en cuenta que la conquista europea tiene una historia en América del Sur muy distinta a la narrativa de México, Centro América y el Caribe. Además dispar: no es lo mismo la Gran Colombia que los países de la Patagonia (con menos población originaria y mucho más influenciados por las migraciones de Alemania e Italia, posteriores), así como, Brasil (colonia portuguesa marcada por el signo de la esclavitud de la población afrodescendiente). 

Y en lo que a parecidos concierne: no es lo mismo Simón Bolívar que Hidalgo (y Costilla) y Morelos (y Pavón). Tras la Independencia que marcó la historia de la América post-colonial, bajo la influencia de Estados Unidos y Francia; un siglo después: solo México tuvo una revolución social (de masas) y republicana a la vez (o que derivó en el fortalecimiento de un modelo republicano, con antecedentes claros en el papel crucial que Juárez, y la época de Reforma, representa para la constitución de México, y la resistencia de Porfirio Díaz a todo lo que él representaba, incluido su origen indígena). Sin olvidar, la intervención francesa y el fusilamiento de Maximiliano. Lo cual debería darnos muchas luces para comprender la revolución socialista de fines del siglo pasado, e inicio de este siglo, que tanto vivificó la América del Sur. 

En México no tuvimos dictaduras militares ni tampoco guerrillas vigentes o exitosas durante la época de la guerra fría. No tuvimos golpes de Estado. México eligió otros caminos y se ha construido con un modelo propio. Único en América Latina. Y solo México es vecino fronterizo de los Estados Unidos. De ahí que los discursos "anti-imperio" (de corte socialista) jamás han fructificado aquí. Pero sí un patriotismo nacionalista, obligado por la sobrevivencia digna. Al mismo tiempo, solo nosotros hemos tenido que defender nuestras tierras y nuestra identidad nacional con tanta fuerza, a causa de esta vecindad. Así como, o por lo mismo, Estados Unidos no ha podido nunca intervenir México con la misma ferocidad con que sí lo hizo en otros países. Siempre motivado por una expansión política, un dominio comercial y el control sobre el petróleo de los territorios americanos (y en este contexto, no es gratuito el colosal escándalo de Odebrecht que, en términos estrictos, poco abona para erradicar la corrupción y mucho ha ayudado a desestabilizar la gobernabilidad en América Latina).

Y aquí aparece un aspecto clave... El resto de América Latina estuvo siempre más abierto a los Estados Unidos, sus movimientos opositores fueron marginales y/o brutalmente reprimidos. Y Venezuela es un claro ejemplo, tras el despilfarro de las grandes rentas petroleras (que todavía poseen y que quién sabe en qué las invierten), la cultura venezolana se aparejaba más a una colonia de Estados Unidos (no construyeron una nueva institucionalidad propia hasta que llegó Chávez, por ello, el referente inmediato sigue siendo "El Libertador"). Al menos comercialmente, era como estar en Miami. Caso similar el de Panamá y no se diga: Puerto Rico. 

Y en este contexto, la joya de la corona: Cuba libre. El primer país socialista de América. Con Fidel, excesos y virtudes, a la cabeza. Este es el caso más atípico de todos. Empezando porque es el único que supo, en su momento, erradicar la pobreza masiva. Flagelo vigente en el resto de América. Nos llevan ventaja en indicadores de desarrollo, educación  y salud. ¿A qué costo? Uno muy alto. En condiciones aún de precariedad. Otra historia podríamos contar sin el bloqueo del que han sido objeto. Tras la caída del bloque soviético, su aliado por excelencia. Bloqueo por demás contrario a todo principio de humanidad. Fidel tomó una decisión muy difícil. Miró por demasiado tiempo solo un lado de la moneda. El de no dejarse amedrentar ante un abuso consumado. No doblegarse ante una medida de fuerza. Era una cuestión de principios. De resistencia y justicia. 

Sin embargo, olvidó que su pueblo sucumbía de necesidad. Y que cada vida cuenta. Cuando se trata de ideologías nunca se debe renunciar al beneficio individual. En términos estrictos, el bienestar solo se mide en personas de carne y hueso. Y el discurso no puede ir más allá de la realidad vital de las personas. Solo los cubanos tienen el veredicto definitivo ante el saldo de su historia. Lo que no se puede negar es que siguen siendo un referente inigualable de sobrevivencia, lucha y libertad (aun a costa de otras libertades, más subjetivas, pero igualmente importantes: a la luz de la historia... las más vigentes e irrenunciables). 

México, en medio de todos sus atrasos y tropiezos, ha estado a la vanguardia de América Latina. Por eso, cuando volteamos la mirada a nuestra realidad histórica debemos siempre mirar desde otro lugar. Desde un espacio solo nuestro. Y analizar nuestro presente a la luz de nuestro pasado. Sin subestimar nuestra herencia revolucionaria de inicios del siglo pasado, sin subestimar que hemos tenido más de una primavera. Un EZLN y un "voto por voto, casilla por casilla". Un partido hegemónico por más de 70 años. La nacionalización del petróleo. Un "sistema que se cayó" y el nacimiento de un Instituto Federal Electoral. Un candidato presidencial asesinado y otros crímenes en las más altas esferas del poder, como síntoma de una élite resquebrajada, ya desde 1994. Un año 2000 de voto útil (que hoy podemos valorar por demás infructuoso, ante todo lo que "nos prometimos" entonces y lo que obtuvimos a cambio) y el regreso de un PRI que no es ni la sombra de lo que fue. (Entre muchas otras coyunturas.)

Y entre ambos periodos: un sexenio panista fallido que recurrió al ejército para afrontar flagelos que no podía ni comprender. Un México movilizado, desde entonces. Expuesto a horrores inimaginables e incomparables con el resto de América Latina. En contraste: un lugar en la OCDE. Un tratado comercial con Canadá y Estados Unidos (ahora en renegociación) que nos obligó a reconceptualizar todas nuestras instituciones. Nos avocó a referentes internacionales que no teníamos. Y precipitó el curso de nuestros acontecimientos históricos. Un forzoso tránsito hacia la promesa de una nueva modernidad que aún no logramos concretar. Desde 1988 estamos atrapados en una transición que no tiene forma definida aún. Y sin embargo, hemos logrado "avanzar" (o si quiere: sobrevivir). El problema es que seguimos sin conciliar hacia dónde queremos avanzar. De qué manera queremos vivir de ahora en adelante... para dejar de sobrevivir. 

Este largo proceso transicional, rico en etapas, triunfos y ecatombes, sigue siendo un proceso de aprendizaje. Enseñanzas que se suman, hoy, a la falta de resultados que se han obtenido de las promesas neoliberales, independientemente de los logros alcanzados en la materia. En especial, si lo medimos de cara a las necesidades reales de la mayoría de la población. De cara a cada una de las personas, de carne y hueso, que componen nuestro país. De cara al alto costo en criminalidad y corrupción que actualmente nos acecha.

No debemos olvidar, ni subestimar tampoco, que es nuestra herencia revolucionaria lo que nos obliga a la civilidad. Una civilidad que solo se pudo quebrar de forma significativa ante una mezcla extraña de derecha retrógrada, liberal, regresiva, democrática, socialmente moderada, tecnócrata, demagógica e innovadora, a la vez -a la cual no estuvimos antes expuestos, como sí lo estuvieron otros países de América Latina (en versiones más conservadoras) en su pugna por construir instituciones, a lo largo del siglo pasado. Quedando totalmente huérfanos ante el narcotráfico y el crimen organizado. Y aun así, seguimos siendo un país de "instituciones". En medio de una guerra civil de no tan baja escala, pero todavía "imperceptible" para sectores afortunados de la población. Somos un entramado de complejidades imposible de cuantificar. Imposible de interpretar con modelos restringidos a la realidad de otros países.

Somos una ciudadanía que aspira a la paz por el camino de la razón. A pesar de ser una población víctima de una clase política que, por exceso, se conformó con la corrupción. Una vez que se descubrió incapaz de recuperar nuestras instituciones para el desarrollo pleno de toda la población. Somos casi un milagro. Y es esta civilidad la que hoy pugna por el respeto irrestricto al sufragio efectivo, la que clama por un cambio de esperanza. ¿Cuál peligro puede haber en esto?

Si bien, transitamos con relativa paz, con aciertos y desazones, a la era de boga neoliberal. En gran medida, obligados por las circunstancias. Y con poca autonomía. Lo cierto es que hubo muchas simulaciones para lograr mostrar este rostro ante el mundo. Simulaciones vigentes que para lo único que abonan es para la impunidad. Hay un abismo entre nuestras leyes y nuestras prácticas sociales. Hay un limbo entre nuestras necesidades y nuestra capacidad política y social de hacerles frente. Hay una irracionalidad entre nuestra riqueza (y prosperidad) y nuestras miserias (y realidades subdesarrolladas). No se trata de izquierdas o derechas. De modelos económicos más o menos conservadores, más o menos liberales. Se trata de la vida. De la posibilidad de un futuro digno para todos. Y hoy estamos ante una decisión crucial para recuperar el rumbo de nuestra historia. Con base en nuestras propias reglas. Porque México es México... y solo nuestro. 

Para quien quiere centrar sus críticas a AMLO en los riesgos que para algunos representa su "autoritarismo" y su "populismo". Quisiera hacerles notar, por un lado, que el liderazgo de Andrés Manuel es indispensable para llevar a cabo una verdadera transformación en México. Por otra parte, no confundamos tiranía con determinación. Autoridad con abusos o caprichos del poder. La autoridad de López Obrador es una expresión de su liderazgo. Y la vocación de su liderazgo se revela en la confianza que depositamos en él quienes creemos en su capacidad para gobernar y llevar a buen puerto nuestro país. El tiene "ése no sé qué" que se necesita para gobernar, es un líder nato. Y eso despierta más bien celos en todos los políticos que tratan de combatirlo.  Es cierto, es apabullante. Pero en el buen sentido, es digno de admiración. Basta acercarse un poco a él para descubrir la fortaleza de su carácter y la determinación en todo su quehacer. La congruencia de su espíritu. La honestidad de su alma. En los últimos 20 años, no ha hecho otra cosa que conciliar y demostrar sus brillantes artes políticas. Es un hombre de paz y respeta la voluntad de la ciudadanía. Y  su fuerza radica en que está seguro de lo que quiere y debe hacer. Tiene un proyecto sólido. No titubea. Pero tampoco está dispuesto a quebrantar la ley para cumplir sus objetivos. Y de eso ya ha dado muestras claras y consistentes. Así como, lo hemos visto madurar y transitar de la resistencia (y polarización obligada, ante la presión de sus opositores) a la reconciliación y la inclusión plena de todos los sectores de la población (ante un llamado urgente de unidad, eje vital de su propuesta electoral).

En cuanto al "populismo". Término por demás desafortunado. Gelatinoso y cargado de prejuicios y estigmas. Lo primero es distinguirlo de la demagogia. Su versión negativa. Porque el problema no es gobernar con "popularidad", lo cual puede ser incluso banal. Con más significado: el riesgo no es gobernar con base en proyectos populares ("populistas"), en tanto que buscan el beneficio (y no el benéplacito) de la mayoría de la población, con más énfasis: el bienestar de los sectores más desprotegidos. El problema es usar el discurso del bienestar sin estar comprometido con hacer lo que sea necesario para hacerlo posible. Ésta es la demagogia populista (normalmente, una práctica que nace en el seno de la ultra derecha), ajena a Andrés Manuel (y a las tradiciones de izquierda de América Latina que, con creces, han construido sus espacios: haciendo frente a los monopolios de poder, económicos y políticos, que siguen estando al servicio de los intereses de sectores minoritarios y más afortunados de nuestras sociedades). 

Por mi parte, que me apunten en la lista. Porque a mí no me da miedo alguien que de verdad se va a comprometer con el bienestar sostenido y sostenible del pueblo de México. Alguien "populista". Yo no le temo a alguien capaz de hacer cosas y lograr resultados tangibles. A romper la simulación en la que nos encontramos sumergidos y en donde todos, de una u otra manera (por convicción, conveniencia, resistencia, necesidad o resignación), hemos encontrado una zona de confort. Lo que nos asusta es que Andrés Manuel va en serio... Y nos asusta porque no sabemos cómo dialogar con alguien que logre ir más allá del discurso y hacer de sus palabras hechos. Yo no le temo a su determinación. Es precisamente por ésta que voy a votar por él. Sin titubeo alguno. Feliz, sin enojo y sin temor. Con convicción. Y colmada de buenas razones para hacerlo.

Y para desterrar, de nuestros imaginarios de opinión pública, la triada Venezuela-tiranía-populismo vs. Andrés Manuel es un "caudillo populista" y nos convertirá en Venezuela... Y de cara a cualquier otra similitud que en este rubro se quiera hacer en lo que respecta a México y otro país de América Latina. Yo veo dos causas por las cuales las recientes experiencias "populistas de izquierda" han dejado tan malos saldos. La perpetuación antidemocrática en el poder y las prácticas fascistas de las oposiciones que las combaten. Estas causas son una mezcla mortal. 

Si Correa, en vez de extender su mandato, tramposamente, cuando se establece la nueva constitución, hubiese concluido pacíficamente en cuatro años (el tiempo por el cual fue elegido) y dado paso a elecciones libres y democráticas, habría conservado su legado (en beneficio de los ciudadanos). Alianza País, el partido oficial, habría tenido que entrar a una nueva contienda electoral en condiciones de competencia, incluso con alternancia y con posibilidad, o no, de recuperar el poder. Dando espacios sanos para la libertad de expresión y dando lugar a la representatividad de los distintos sectores políticos del país. Así, el Ecuador habría podido madurar sin tantas estridencias. Sin la resonancia de discursos recrudecidos de oposición. Sin el oprobio de la corrupción bajo la cual sucumbieron los anhelos que lo llenaron de esperanza. Sin necesidad de resquebrajar la convivencia de la ciudadanía.

Lo mismo en Argentina, Cristina Kirschner habría dado mejores resultados si hubiese dado lugar a la alternancia tras el periodo presidencial de Néstor Kirschner, o tras su primer periodo, así, se habría podido reelegir con más eficacia y ahora no estarían en tales aprietos. Finalmente, sumaron entre los dos: 12 años de gobierno. Lo cual incrementa el encono de algunos sectores de la población y la tensión entre las fuerzas opositoras al régimen. Podrían haberse beneficiado, todos los argentinos, de la suma de las virtudes de dos modelos económicos. Sin haber lastimado tanto la economía Argentina. Respetando la equivalente representatividad de las distintas alternativas políticas. La suma de rumbos que de verdad concilian la voluntad de los distintos sectores de la población. Es tiempo de superar los paradigmas de la guerra fría, para dar paso a la viabilidad de nuestras democracias.

Y si Chávez hubiese aceptado el triunfo de Capriles, en un momento en que ya Venezuela necesitaba un nuevo equilibrio, hoy Maduro estaría compitiendo por la vía electoral y pacífica, con altas probabilidades de ganar (o no), pero bajo un espíritu de verdadera competencia democrática. La población podría seguir capitalizando las virtudes del régimen chavista y sanándose de sus excesos, en conciliación con el curso de su historia. Y Venezuela no estaría jugándose su futuro entre la vida y la muerte. Porque sí, Chávez abusó del poder (como por ejemplo: cercenó las libertades sociales de expresión, de pensamiento, comerciales, solo para obligar a toda la población a pensar igual que él, porque él estaba convencido de que sabía mejor que nadie lo que era mejor para todos; lo cual es indefendible). Pero, no se puede soslayar tampoco, que en Venezuela: quien no ha dejado de tirar de la soga hasta ahorcar, ha sido la oposición  (y en este contexto, la sola posibilidad de un bloqueo es una infamia). Así que ambas partes son igualmente responsables. Por eso la polarización es irreconciliable. Hasta que acepten ambos extremos sus errores: podrán volver a la conciliación. 

Y si bien, la toma de postura en contra de los abusos de Maduro goza de consenso internacional y de la gracia de lo políticamente correcto, lo cierto es que, hoy, la derecha venezolana no tiene todavía los votos de la mayoría (porque probablemente en la campaña a favor del régimen es que se han estado gastando las rentas petroleras...). Y por eso, las fuerzas opositoras recurren a instancias extranjeras para evitar los comicios y, una vez derrocado Maduro (que es  a lo que apelan, no están pidiendo elecciones democráticas), aspiran a una vía "democrática" en la que puedan ellos blindar el sistema electoral a su favor. Por eso recurren a la provocación y a la violencia, como única arma para derrocar al chavismo. El problema es que Maduro responde de la misma forma burda, él es una suerte de fascista de izquierda (lo cual es una aberración conceptual). 

Entre fascistas se vean. Nadie puede ayudarlos, más que ellos mismos. Y los únicos que pierden en esta pugna ilimitada de odio y poder... son los ciudadanos venezolanos de carne y hueso, presos de la propaganda ideológica de ambas partes, obligados a una filiación mercenaria y, en el inter, sin ninguna garantía para la viabilidad de una vida plena. Situación que parece importarle muy poco a los dos extremos que pujan por el dominio irrestricto del poder. Se ha convertido en una lucha por lo "bueno". Por el "idóneo" camino a seguir. Por quién posee la "verdad" más absoluta.

En México también tendríamos menos saldos rojos si Calderón no se hubiese empeñado en ganar a toda costa. El legado de Fox era la democracia, pero él mismo lo destruyó. Gracias al triunfo de Fox en el 2000, que había dado lugar a la transición democrática simbólica, el triunfo de López Obrador en el 2006 fue la primera experiencia de democracia efectiva que habíamos logrado consolidar, porque el voto estaba respaldado por el resultado de su gestión. Los índices de aprobación, que alcanzó como jefe de Gobierno, lo constataban. No era un voto útil, ni corporativo, ni sobornado, ni de desecho a la mejor peor opción. Era un voto que expresaba la voluntad de la ciudadanía y sumaba la mayoría que nuestras leyes electorales requieren. Principio básico de la democracia. Y fueron las tácticas extremas puestas en práctica por los opositores a Andrés Manuel, para aniquilar su liderazgo legítimo, lo que polarizó a la población. Para "salvar" a México del peligro inminente. Paradójicamente, y fuera de todo pronóstico, esta vez será el PRI quien posibilite la restauración plena de este proceso democrático trunco, en parte, porque su gestión actual ha sido fundamental para restituir las condiciones de gobernabilidad en nuestro país. Para recuperar el rumbo de nuestra historia.

En conclusión, el temor de soltar el poder, como si los pueblos fuéramos infantes de biberón, incapaces de escoger a nuestros gobernantes en entera libertad. Es lo que nos deja desamparados frente a los abusos del poder. Porque no importa cuán bueno sea un proyecto para quienes lo sustentan (igual cabe para la izquierda como para los neoliberales, social demócratas, la derecha, como para Fidel), el único camino para la gobernabilidad y el sano rumbo de nuestras economías (en disputa todavía por ideologías cada vez más ineficientes) es el dejarse llevar por el sino de los tiempos... y este termométro solo lo tiene la ciudadanía. Sin polarizaciones y con apego a respetar la libertad y diferencia en cada uno de nosotros. 

Porque la realidad es que nuestras sociedades, cada vez más, están compuestas de diversidades y complejidades. Y la única forma de que todas las fracciones de la sociedad tengan voz es ir haciendo relevos y consensos constructivos. La desligitimación de cualquiera de las preferencias electorales es un atentado contra la preservación de las instituciones y de la vida humana. La política del enemigo solo nos lleva a la debacle, sin importar de qué lado de la balanza nos encontremos cada uno de nosotros. Las clases políticas y nuestros gobernantes, todos por igual, deben aprender a escuchar el clamor de sus pueblos. Aún cuando no siempre clamen por lo que cada fracción proclama. Asumir con responsabilidad los cargos públicos y cederlos, en tiempo y forma, en aras del bien común. 

Lo mismo podemos observar en Brasil, el relevo inmediato de Lula, encabezado por Dilma Rousseff, forzó el curso de los acontecimientos y ella fue injustamente sacrificada para equilibrar la balanza en el juego de los intereses políticos y económicos. Si se hubiera dado la alternancia legítima tras el gobierno de Lula. Hoy estarían en un escenario mucho más alentador para seguir adelante con sus aportaciones para el desarrollo de Brasil, desde su trinchera (aún vigente y  legítima, pero hoy acorralada). El caso de Ortega en Nicaragua, su tiempo ya pasó y parece que él es único en no darse cuenta y ahora está dispuesto a destruir todo lo que ha representado, todo por lo que luchó, reprimiendo con fuerza bruta a las nuevas generaciones, que quieren construir nuevos horizontes, igualmente legítimos. 

Los países que logran mantener la estabilidad, en medio de escenarios igualmente adversos, como Colombia (y el logro de la paz naciente), Chile (que sobrevivió a una brutal dictadura militar), son países que han respetado la alternancia. Lo mismo Uruguay, sigue el curso de su historia, Mujica no dijo aquí me quedo porque soy bueno y todos me aman. Pero qué vemos en Guatemala y el experimento Jimmy Morales, vemos procesos democráticos alterados, que inhiben las fuerzas políticas gestadas a la base de la ciudadanía e imponen gobernantes (derrocan presidentes y exhoneran crímenes de lesa humanidad), en aras del bien común... sí con discursos muy de actualidad y poniendo en alto la bandera de la anticorrupción, pero todavía no sabemos en qué va a terminar la actual gestión presidencial. Encunada como si los tiempos de Rios Montt hubiesen seguido vigentes (lo cual ahora sí cambiará, tras su defunción). Por la falta de acuerdos constructivos entre todos los sectores de la población. Y el reconocimiento pleno de las diferencias. Perú y la dinastía Fujimori, otro ejemplo, todavía en pugna y con altos costos para la democracia actual de este país. 

Los países que pasan, aparentemente "desapercibidos" en la esfera mediática internacional, con sus virtudes y defectos, lo que tienen en común: es el respeto a la alternancia legítima. Sociedades mucho menos polarizadas. Se coloquen donde se coloquen las piezas del ajedrez. El no abuso de la negación de las necesidades de la población como prebenda política. Oposiciones pacíficas. Realidades históricas menos conflictivas y menos estridentes. Procesos más moderados y, en el margen, mucho más positivos. La gradualidad en los procesos de transformación es una llave mágica. Tales transformaciones deben ir aparejadas del termómetro poblacional, sin discriminación. 

Hasta el más "santo de todos los santos" se corrompe si no comprende que su mandato, su proyecto y sus ideales sólo estarán vigentes por un espacio limitado de tiempo.  Y que tales coyunturas necesitan renovarse, precisamente, como un efecto exitoso de las virtudes de su mandato. Como ejemplo, en Cuba se forjaron nuevas generaciones, gracias a la revolución, y fueron estos frutos los que han obligado a hacer los cambios que los ciudadanos logran vislumbrar con mucha más lucidez y vigencia que sus gobernantes. Pero a un paso mucho más lento y precario de lo que pudo haber sido. Los gobernantes deben aprender a confiar en los ciudadanos. Para que los ciudadanos podamos volver a confiar en ellos. 

El celo ideológico, depositado en abstractas filiaciones, solo merma la posibilidad de que nuestros países crezcan y se fortalezcan. Nos niegan a todos la posibilidad de construir sociedades más justas. De dialogar y sumar esfuerzos. Y aquí, los grandes capitales deben también hacer su parte. Reconocerse como parte de estas realidades complejas y ceder al bien común: las garantías que a todos nos corresponden, sin sentir amenazadas sus prioridades. Aprendiendo a respetar la legalidad del Estado, por principio. Construyendo juntos: convenios y soluciones.

Y esto me lleva a la segunda causa: el papel irresponsable de las oposiciones (algunas de corte fascista). En un extremo, las oposiciones de derecha que gozan del poder económico que las sustenta por definición histórica y que, generalmente, recurren a las peores prácticas antidemocráticas para derrocar a los "populismos", "socialismos", "comunismos", "izquierdas", etc. Y, en el otro extremo: las oposiciones de izquierda. Y aplica la misma regla, a pesar de haber sido, tradicionalmente, oposiciones que representaban poderes al margen de un dominio económico; no por ello, han sido menos radicales en sus manifestaciones. Estas, en cambio, recurren a tales abusos para derrocar a "imperios", "dictaduras militares", "capitalismos", "derechas", "tecnócratas", "neoliberalismos", etc. En realidad esto es indistinto, para lo que yo trato de señalar. 

Porque si bien, éstas fueron prácticas más comunes entre las oposiciones de derecha (en su afán por conservar sus prerrogativas). Ya que, por tradición histórica, las oposiciones de izquierda, aún en sus formas más radicales e igualmente nocivas, no contaban con el monopolio de los recursos económicos. Por lo cual era más difícil que lograran un efecto sistémico estructural más significativo por estar, por definición, mucho más marginados en la competencia económica y política (en su afán por desarticular las prerrogativas de los sectores conservadores). Pero sí han sido capaces de fomentar condiciones de ingobernabilidad de alto impacto. Y lo cierto es que, cuando la balanza ha estado a su favor, es decir, cuando la izquierda juega un rol importante como parte de los intereses económicos y políticos (estando del lado del ejercicio del poder), tenemos el oprobio de la corrupción y abuso del poder público (antes asociados a la derecha conservadora) de algunos de los gobiernos de izquierda de América Latina, en México: para muestra el PRD. Y la reacción de resistencia para preservar el sistema vigente, que antes señalábamos como común denominador de la derecha, ahora la vemos como fuerza de choque de la izquierda. Así como, la defensa de las libertades en contra del sistema vigente, que antes señalábamos como común denominador de la izquierda, ahora lo vemos como frente de defensa y ataque de la derecha. 

Entre estas practicas antidemocráticas que señalo se encuentran: las campañas negativas... El amedrentamiento comercial. El desprestigio de las instituciones. Los discursos maniqueos y polarizantes. El dolo de la "pureza". Los argumentos sofistas. Con base en prejuicios y fijaciones sociales que ya no tienen vigencia y solo dañan la convivencia ciudadana. En México, como ejemplo: la forma en que se ha manifestado el rechazo a Peña Nieto, más allá de la crítica objetiva y la denuncia legítima. 

Todas estas expresiones son un componente esencial para los procesos de deterioro y violencia que un país puede afrontar. Porque cuando la estrategia es de acorralamiento, la única forma de resistencia es la violencia. Y el círculo de la violencia, que se combate con violencia, siempre tiende a acrecentar la polarización. Por lo que para que exista un "peligro social" siempre se requieren dos partes igualmente dispuestas a polarizar los escenarios políticos. En el margen, no importa cuál de las partes posee la "verdad más digna", pues la contienda ya no se está jugando en el territorio de las ideas. Es una batalla de fuerza para probar quién es más fuerte. Y esto no tiene posibilidad de un sano desenlace para la vida de nuestros países.

Esto, sumado a la conciliación de un modelo económico global que ha ido superando la tensión simbólica entre capitalistas, burguesías y proletariado, redefiniendo el desarrollo social como un objetivo más allá de las ideologías políticas, hacen que cada día tenga menos sentido hablar de izquierdas o derechas. Sin embargo, hay un matiz que todavía no se puede soslayar ni pasar por alto, lo nombremos como lo nombremos. Y que ahora se traza entre las garantías al respeto a la dignidad humana y el agravio a la dignidad humana. Un nuevo territorio democrático que estamos aprendiendo a explorar y resignificar. Y bajo este criterio, no hay condición de miseria humana susceptible de ser justificada bajo ningún régimen político. Así como, la libertad democrática es una de las prerrogativas de la dignidad humana.

Retomando el ejemplo de Peña Nieto. Y para quienes, en detrimento de mi libertad de conciencia y mi libre expresión, me siguen reclamando y cuestionando con hostilidad: porque me apego a defenderlo con orgullo. Con convicción democrática, reitero e insisto en que debemos aprender a ser más justos con nuestros gobernantes. Tomando en cuenta que es un presidente elegido legítimamente y que quienes votaron por él creían en el proyecto que él representaba y, en consecuencia, dicho proyecto es con base en el cual se debe medir el logro de los resultados que estuvieron a su alcance, así como el defecto de lo que no pudo cumplir, independientemente de que no todos coincidiéramos en esta preferencia electoral. Aun cuando, en la decisión de esta mayoría, probablemente, no se dimensionó que había carencias que no lograrían subsanarse bajo el enfoque de esta gestión. Pero, incluso si estos electores lo dimensionaban: no lo ponderaron como lo más urgente; porque fue más valioso, entre las preferencias de la mayoría, poner un alto urgente al rumbo panista. Y el referente inmediato, que ofrecía más certezas para lograr este fin, en el 2012: era el PRI. Y como país, debemos ser capaces de reconciliarnos con nuestras decisiones colectivas. A pesar de que no siempre estemos del lado de la mayoría relativa que determina el resultado de una elección. 

Debemos aprender a vivir en democracia. Ser comprensivos y pacientes, entre nosotros, ante las enseñanzas y los aprendizajes que forman nuestra historia. Renunciar a los símbolos polarizantes. Porque lo que necesitamos es ponernos de acuerdo para encontrar soluciones, de cara al futuro. Y no pelearnos en la repartición de las culpas, de cara al pasado.

Estos son los entreveros de toda democracia, son unas cosas por otras, en aras de alcanzar un equilibrio cada vez más justo. Y son las aún vigentes carencias, ahora recrudecidas, las cuales podemos observar hoy con más claridad, a la luz de la consecución del sexenio, a partir de lo que sí se hizo bien, lo que se hizo mal y lo que no se hizo: lo que hace posible que hoy podamos ponderar otras prioridades. De manera colectiva. Y llevando el peso de la mayoría relativa hacia otra dirección. De acuerdo con nuestras propias reglas democráticas.

Aprendamos a ser oposición sin necesidad de destruir el camino andado. Y ha ser gobierno sin necesidad de destruir a las oposiciones. Es tiempo de superar la era de las resistencias y aceptar que solo juntos podemos avanzar... Apegados al termómetro de los acontecimientos históricos vigentes. Sin violencia.

En todos estos contextos es que toma su verdadero valor la adhesión de perfiles de todo orden, con diversos antecedentes históricos y partidarios, a MORENA. Es un rapaz reduccionismo interpretar este suceso extraordinario como una expresión mercantil del oportunismo político. A quien le quede el saco que se lo ponga. Ampliemos la lupa... ¿qué une estas voluntades renovadas? Un proyecto de nación. Y el clamor de una ciudadanía que quiere arriesgar su futuro por la posibilidad de un México más digno. Es de sabios adherir pacíficamente al curso de los acontecimientos. Y sumar equilibrios de poder, e ideologías en consenso, para encontrar un rumbo verdaderamente común a todas las necesidades de nuestro país. Para que todos los intereses queden igualmente representados, sin detrimento de los más desprotegidos. En conformidad con lo que hoy nos urge resolver. De cara a los miles de muertos que se suman a lo largo y ancho de nuestro territorio.


Y tú... ¿crees que un nuevo modelo económico, al margen de los ideales políticos del siglo pasado, es posible?



Feliz domingo...
de segundo debate presidencial.
Bienvenido Pentecostés.
Y fuerte de abrazo
... lleno de magia de tortuga.



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