domingo, 12 de julio de 2009

voluntades

Dice Álvaro Mutis... al concluir las páginas de La última escala del Tramp Steamer:

"Los hombres -pensé- cambian tan poco, siguen siendo ellos mismos, que sólo existe una historia de amor desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su terrible sencillez, su irremediable desventura."

Tras someterme al enorme esfuerzo que me significa la literatura, salvo casos muy excepcionales (asumo mi culpa y el pecado...), definitivamente, ni por instante, podría coincidir con tal triste afirmación. O habré de decir: cuya "terrible sencillez" caracteriza cuán desventurada es.

Sin embargo, mi conciencia humana me obliga a revalorar mi juicio, al menos, me exijo tratar de entenderla y dar una buena razón para apreciar mi desacuerdo.

Supongo, y eso lo dejo a consideración de los hombres (pues quizá es una cuestión de género... no me atrevo tampoco a tal vaga generalización), que, como Ovidio anticipó hace más de quince de siglos, la finitud del efímero deseo, una vez satisfecho, vuelve irreconciliable la posibilidad de que el amor sea experiencia realizada que se inmortaliza en el cuerpo, en la pareja, en la vida, quizá sólo en las letras (o en las grandes obras del alma, como dijo Platón). De ahí que el amor redunde en un cuento que se repite sin más alternativas que los rostros y colores con que queramos pintarlo. Como si su experiencia se agotara en esa apetencia sin nombre de tomar todo aquello que me gusta, cual infante que no distingue los límites de su deseo, no conoce su voluntad, menos aun sabe que tiene la posibilidad de forjarse un carácter.

Últimamente, he escuchado frases como:

- ¡no te enamores! ... eso no lleva nada bueno... no vale la pena enamorarse... sólo da problemas...

- una vez me enamoré y di todo, quise hacerme responsable incluso de lo imposible... y no estoy dipuesta(o) a hacerlo de nuevo por nadie... nunca más y bajo ninguna circunstancia...

- el amor sexual, si bien las primeras veces va mejorando consecutivamente (hasta como la cuarta ocasión), en realidad, siempre va en declive...

Sólo por citar algunos casos paradigmáticos...

Qué es lo que me llama la atención de tal desencanto ante la posibilidad de realizar un amor pleno, feliz... dichoso, que crece y se retroalimenta de formas insospechadas... el profundo dolor que habla cuando renunciamos a entregarnos al amor... Como si pactáramos con la tristeza "controlada" para no volver a perder la dicha realizada, e incluso, por miedo a conocerla por primera vez. ¿No es acaso esto una falsa premisa?

Es decir, y retomando la cita de Mutis, cuán ingenuo (o arrogante) es pensar que los sucesos futuros son predecibles a tal grado, que las historias se repiten, que nada puede cambiar, que yo como individuo no puedo elegir ser otro y vivir de una u otra forma, es decir... una suma indecible de imposibilidades autoimpuestas cuya única seguridad es resguardarnos en una aspirina emocional que sólo atiende al síntoma de mi verdadero mal.

Cuán violento y grosero puede ser asumir que la persona que nace ante mí, el nuevo rostro que descubro cuando cúpido toca a mi puerta, no es otra cosa que el remedo de todos mis rostros pasados, como si lo que le correspondiera a quienes ya están ausentes, esta nueva faz lo tuviera que pagar.

¿No merecemos darnos las oportunidad de ser otros y conocer a las nuevas personas en su aparecer, como un acto de justicia, verdad y reparación?

Quizá los territorios conocidos, sin importar la infelicidad que los nutre, son siempre reconfortables islas de placeres pactados y negociados que, al menos, nos regalan la certeza de un ("supuesto") predecible mañana. Una suerte de conformismo doliente que vivimos con dicha... porque asumimos que, al final del día, merecemos sufrir...

No sé... yo aún creo en la voluntad, no porque sea un camino menos doloroso, todo lo contrario... sus pesares no conocen analgésico posible, sino porque si sólo una cosa tenemos en nuestras manos, en medio de un mundo lleno de restricciones y dadas todas las características que nos limitan como humanos, es ser felices ... De ahí que, para cada quien, descubrir los caminos de su singular plenitud amorosa no puede ser la "irremediable desventura" de historias trilladas y personajes de vida estigmatizados...

Ser únicos es nuestro don, desperdiciarnos en la medianía del lugar común es la más grave injusticia que podemos cometer contra nosotros mismos.
Finalmente, sólo la honestidad ante nuestro propio espejo marca los nuevos límites de una voluntad que se asume libremente feliz.


Y tú ¿feliz o conforme?

Hasta pronto mágicas tortugas!!!


tortuga enamorada y feliz... que se resiste a conformarse...



1 comentario:

francisca de la torre dijo...

bella reflexión y apuesta; comparto contigo el creer en la voluntad. Una mala experiencia no tiene por qué bloquear lo sensible u obligarnos a dejarse de lado lo afectivo y no creer en que es posible.

Disfruta lo que estás viviendo.