lunes, 15 de abril de 2013

aprender... educar... aprender a educar o educar para aprender

Quizá el evento más importante de estas últimas semanas sea el juicio a Ríos Montt en Guatemala. Al menos, si queremos hablar de justicia y nuevos retos para nuestro futuro social. Ya habíamos visto a Pinochet refugiarse en su edad avanzada y supuesta mala salud para librar el fallo de la ley. Argentina nos ha sorprendido logrando enjuiciar y sentenciar a algunos de los uniformados que le dieron rostro a una de las barbaries más recientes; cuyas atrocidades lograron superar los horrores de la segunda guerra mundial, en una era en que debieron ser cosas del pasado estos abusos. En este contexto, América; que siempre ha insistido en ir dos pasos atrás de Europa, dándose el lujo de no aprender de los errores históricos del viejo mundo como renuncia a su posibilidad de reinventarse cual nuevo mundo fue fundada; fue el escenario de genocidios múltiples hasta hace no mucho tiempo y es apenas ahora que se dejan mostrar con todos sus efectos los alcances de estos hechos, aún en proceso de ser censurados y reparados. 

Guatemala no sólo no fue la excepción, sino que ha sido cuna y ejemplo del exterminio indígena. Centroamérica toda no se queda atrás y la migración que sigue aparejada de brutalidad no deja de estar asociada con este designio ancestral.  

A la par que escuchamos los testimonios que dan cuenta del maltrato deliberado y encarnizado a los miembros de las comunidades indígenas por parte del ejército guatemalteco, así como conocemos historias de integrantes de los movimientos guerrilleros que también sembraron sangre y terror a su paso por territorios indígenas, muere Margaret Tatcher y se despierta el espíritu de los años ochenta. Nos llegan reminiscencias de la guerra fría ante la situación inconcebible entre Corea del Sur y Corea del Norte. Descansamos un poco de China y su nuevo poderío y tratamos de olvidar que Europa sigue remendando sus restos. Se libra la batalla legal por los migrantes en Estados Unidos, entre voces inconformes desde ambos lados de la balanza.

El problema generalizado es el desamparo. ¿Qué futuro nos espera? Las leyes llegan con retraso para dar cabida a las necesidades nacidas del malestar económico, ante una situación social que no logra reorientarse con alguna certeza, salvo cuando se trata de la revista Forbes y nuestros grandes ricos del mundo. O llegan con anticipación cuando la realidad no alcanza para satisfacer sus loables propósitos.

La amenaza de la letalidad nuclear se asoma a la vuelta de la esquina y parece confirmarse nuestra imposibilidad de ser humanos. Todo esto sin mencionar al talismán y demonio de nuestro continente: el "narcotráfico". Cuyo lavado impregna todo el fluir monetario y financiero de la vida en el planeta. De manera más primitiva y cada día más aparejados: el negocio de las armas como fuente de riqueza ilimitada. Y colindando las puertas del infierno: la trata de personas, la explotación sexual y comercial infantil...

Dicen que las próximas guerras serán por agua.

¿Acaso necesitamos una buena razón para justificar este horror? ¿No ha sido ya la demencia petrolera ejemplo suficiente? ¿De quién es la tierra y quiénes merecemos recibir sus bondades tanto como sus excedentes y regalías que le son propias? 

Para mí las respuestas siguen sin ser tan obvias, cada quien elige una bandera, hay quienes no se enteran de las cosas que pasan, pero cada quien se aferra a su propia verdad como si la certeza de poseerla le justificara para odiar. Las religiones hacen las veces. Justifican también las injusticias en el nombre de Dios. Se contraponen y combaten entre sí en contra incluso de su propia naturaleza de origen, disputando la franquicia del Dios verdadero. Cada vez conozco más personas que tras alguna revelación espiritual, religiosa, divina o en el confort de la zona zen, justifican todas sus violencias sin necesidad de violentarse, y con cierta satisfacción egocéntrica se satisfacen de que Dios, el Karma o la energía poderosa del Universo sabrán castigar (o dar lo que les corresponde) a quienes perturban su estado superior de "bienestar" espiritual;  y aún con altanería (perdón, he de decir:  "desapego") disculpan a quienes no han logrado tal estado enaltecido... con cierto beneplácito de encontrar alguna razón para encontrarse especiales en medio de la indiferencia que nos caracteriza como cultura. Todos estos recursos se fortalecen para evadir el enorme desamparo del sinsentido de un mundo y una historia humana que no quiere soltar sus amarras para crecer. 

Vivimos una época fascinante. Porque estando tan cerca de llegar a ser verdaderos místicos, seguimos persiguiendo una satisfacción personal de tener la razón, de ser mejores, de merecer un poquito más que los demás, de ser más fuertes, más exitosos, más felices, más cuerdos, más sanos, más sabios, más justos... más dignos. E insisto: resistir los discursos llamados de la exclusión con más exclusión no será nunca una solución pacífica, ni una alternativa para erradicar la exclusión. Será siempre una desobediencia que reproduce los horrores del sistema con una narrativa diferente que, como toda narrativa del poder y de la exclusión, se adorna a sí misma para autosatisfacer el ego. De ahí que los movimientos sociales pasen con tanta impredictibilidad del clamor justo a la catarsis y de ésta al odio. La resistencia es sólo un estado de excepción, una coyuntura de emergencia... como forma de vida sólo logra fortalecer todo aquello contra lo que se enfrenta, ya que su sola rebeldía hace real todo aquello que dice querer combatir, de tal suerte que si en realidad desapareciera el enemigo tendrían que reinventarlo para no tener que hacer el esfuerzo de crecer. Y en este síntoma: derechas, izquierdas y todas las etiquetas que quieran enaltecer dejan de distinguirse en lo absoluto.

Ahora bien, lo cierto e incuestionable es que vivimos en un mundo que reproduce horrores y que quienes se benefician de esos horrores acumulan poder más allá de lo imaginable y que quienes ostentan este poder, casi de manera enloquecida, están dispuestos a cualquier cosa para mitigar a todos aquellos que puedan limitar o cuestionar la ostentación de tal irracional poderío. En esta coyuntura, los discursos de resistencia son una expresión sublime de la defensa por todo lo que es justo para la humanidad. De ahí que sí tenemos un gran problema a combatir: los delirios del poder. En tanto no son sólo furores de la vida privada, son perversiones que trastocan la vida privada de todos los demás. Estos intereses, estos personajes, estos capitales, son algo que debemos detenernos a estudiar con mucho más cuidado y mesura, ya no es sólo una cuestión "ideológica" ni de banderas de algún tipo. Son hechos y decisiones que condicionan la vida de millones de personas, sin apego ético a ningún tipo de responsabilidad de corto, mediano y largo plazo. Sin conciencia alguna de cuál es el límite del actuar de los seres humanos, cuál es el propósito de la naturaleza, cuál es el sentido de la vida, qué es lo justo y porqué la ambición de una cultura de la competencia nutre vicios que se pagan con vidas humanas, otorgándole a estas vidas la cualidad instrumental de ser objetos al servicio de propósitos de los cuales no comparten beneficio alguno. ¿Por qué esto está bien para tantas personas? ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo encontrar una solución en la que podamos sumar todos y dejar de restar para "ganar"? 

Y ante estas aberrantes realidades... es que la resistencia sí logra un espacio como modo de vida... a pesar de ser un modo de vida limitado cuya fuerza radica en la carencia de futuro. Por lo que no será nunca una solución de largo alcance. 

Lo alarmante es que lo miremos desde donde lo miremos... el odio sigue siendo un motor de nuestro mundo. La rabia es un sentimiento más poderoso que el amor porque nos arrastra a actuar con más precipitación. Mientras los actos nobles siempre llevan el sino de la mesura.

En conclusión, habitamos múltiples guerras: las rivalidades ideológicas, las intolerancias religiosas, los movimientos sociales, los abusos del monopolio del uso de la fuerza pública, los grupos de autodefensa, las omisiones de los Estados, las disputas internas de las delincuencias organizadas, poblaciones civiles armadas, inseguridad cruenta, combate al narcotráfico, los movimientos de indignación ante el deterioro de las seguridades económicas, el desempleo, la migración forzada y en condiciones de alto y grave riesgo, los tipos y modalidades de violencia contra la mujer, capitales en competencia, la violación sistemática de derechos humanos, la pobreza, el hambre, la falta de protección para las y los niños, la falta de oportunidades para las y los adolescentes y jóvenes, las discriminaciones, los fanatismos, las ambiciones, los fascismos, las avaricias, las injusticias, los odios, las envidias y las violencias.

Cuando se habla de educación, mejor aún: cuando decimos que la solución es la educación (la solución para un futuro viable), cuando afirmamos con convicción que la educación es una inversión indispensable, fundamental, incuestionable, al sugerir la educación como una estrategia de transformación y revolución...o al afirmar que educación es lo que falta para conservar la cultura y los valores... a qué "educación" nos referimos.

En México; en medio de un cúmulo de reformas y buenas decisiones que han brindado al menos el beneficio de la duda para vislumbrar algunas luces en la satisfacción de necesidades urgentes; se respira un aire de polarización histórica... heredada, aprehendida y, en algunos casos, corroborada con experiencias que la población atestigua como propias. Se nos anuncia una cruzada contra el hambre y surgen muchas interrogantes: ¿cuál es su finalidad? ¿quién se va a enriquecer? ¿es populismo electoral? ¿por qué no se buscan soluciones de fondo y de largo plazo? ¿es pura simulación? ¿es el mejor curso de acción? Entre el desconcierto y el asombro suspendo el juicio y me inclino a la bien intencionada ingenuidad. Sé que cuando las cosas son de índole grave, el simple refugio de la ingenuidad pueda ser mucho más que simple comodidad, tal actitud se puede confundir con cómplice omisión. Pero me niego a insistir en vivir de fantasmas. El pasado debe poder enseñarnos mucho más que rencor político y desconfianza. 

Lo que más me asombra de la cruzada contra el hambre es que no ha encontrado eco. La oposición se queja de la intervención de ciertas empresas privadas. La pregunta es porqué no se involucraron más empresas privadas si se hizo una invitación amplia y abierta, cuántos ciudadanos están dispuestos a solidarizarse con esta causa. ¿Se han inscrito voluntarios? Tal parece que no hubo mucha respuesta. Probablemente, el temor de que sea un fraude es un buen aliciente para mantenerse al margen. La idea de que dinero en manos de Rosario Robles es dinero en riesgo. Tanto como su traición a la izquierda es un estigma del cual no podrá librarse. La identidad no priista que las nuevas generaciones han sido incentivadas a adoptar por consigna y en concordancia con los prejuicios históricos que colman México. No lo sé. El hecho es que algo que pudo ser un espacio para confluir y movilizar causas, se ve como un sitio huérfano al que todos renuncian porque su pureza política e intelectual les impide asociarse a una política pública que no sea la perfecta. Lo cual es muy respetable. Aunque yo sigo rescatando que es mejor lo que tenemos ahora que la ineptitud gubernamental que tuvimos por 12 años. Yo veo a la cruzada sumada a una lista de estrategias en paralelo y una suma de acciones transversales en aras de dar un giro de tuerca a las condiciones de la necesidad y el arribo a una nueva seguridad, con un componente importante en la participación ciudadana, con un compromiso firme desde el Estado en tanto su responsabilidad primera. Y desde esta perspectiva la debilidad mayor que yo encuentro es cómo se va a garantizar el ingreso y cómo se va a incrementar el ingreso, ya que sin capacidad de un consumo digno para el 100% de la población, quedarán comprometidos muchos de estos objetivos.

Mi pregunta es qué clase de democracia estamos construyendo, o de qué sirve todo el dinero invertido en las elecciones y en las urnas, si de lo que se trata es de trabajar para un bando y de dejar al Estado en segundo lugar. ¿No es el Estado el espacio neutro desde donde se gestionan los proyectos comunes? Es triste que unos usen el hambre como bandera sin lograr convencernos de que es una acción de largo aliento y que otros usen como bandera su arbitrario juicio para convencernos de que serán seis años de esfuerzos fallidos antes incluso de razonar con las nuevas iniciativas y de contar con resultado alguno. La invitación a la cruzada contra el hambre sigue ahí abierta para que cada quien participe conforme a sus propios principios y si es solo demagogia, caro pagaremos todos, ingenuos o no, el tener que convencernos de que vivimos en un país sin futuro político alguno, más que el de las "armas". Ante lo cual me niego. Esas formas de lucha son ya anacrónicas y cuasi analfabetas en términos morales. México merece revolucionarios que no necesiten de la sangre para construir una nación. Sí tenemos leyes. Y si los detractores de la cruzada contra el hambre tienen razón, qué poco hemos aprendido de nuestro pasado.

Lo más curioso es que yo no voté por la opción política que hoy gobierna el país. Me dolió mucho el resultado de las elecciones. Me decepcionó mucho el sistema electoral y su falta de dirección en cuanto a las prioridades de su mandato. Y lo primero que fue obvio era que vendrían tiempos represores, en eso, nunca hubo engaño. Aún cuando yo ahora creo que es un relato que intenta replantearse desde el primer día de gobierno y que nos invita a convencernos de que no necesariamente será de ese modo. En tanto existe una conciencia plena de la complejidad de las problemáticas que enfrentamos y de que incrementar violencia no es una solución viable. Y eso ha sido una grata sorpresa de los nuevos discursos políticos con los cuales se han hecho compromisos que las ciudadanas y ciudadanos esperamos ver cumplidos. Porque de eso se trata la buena política, de lograr cumplir con la palabra dada.

Quienes votaron por Enrique Peña Nieto votaron con pleno convencimiento, así como quienes aceptaron dinero para ir a las urnas lo hicieron con certeza. Ganó su proyecto. Creo que el pacto es un hecho inédito y que es una invitación a resolver los serios problemas que enfrenta hoy México, desde una nueva perspectiva. Creo que sí es un tiempo de lograr más que en el pasado y confío en la buena voluntad que acompaña los nuevos propósitos. Es un tiempo para ser una oposición activa que propone y construye en conjunto. No es más el tiempo del discurso de la resistencia, al margen, en pie de guerra que se vio alguna vez obligado a la violencia como único recurso. Creo que esto es lo que sí crecimos en estos 12 años y el escenario que el panismo ha hecho posible,  a pesar de la guerra infame de Felipe Calderón. No es tiempo de renunciar a los espacios de interlocución razonada. No es tiempo del estigma autoritario de un pasado que no podemos volver a revivir aunque algunos quisieran que así fuera. Es tiempo de caminar con los nuevos vientos y asumir con responsabilidad de Estado un futuro posible. Hoy, todos somos el Estado.

Estamos perdiendo la distinción entre opinión e inquisición, al negarnos cuestionar hacia dónde van los nuevos diálogos ciudadanos. Cuál es el papel de una participación ciudadana que aspira a crecer más allá del clamor reactivo ante situaciones límite, una vez que logró ganar más de una batalla y se ha convertido en un interlocutor de largo aliento. Esto es algo que puede valer la pena reflexionar para construir nuevas oposiciones desde otras perspectivas de cara a la necesidad de seguir encontrando soluciones a los problemas que, sin importar todas las estrategias en pugna, nos siguen mitigando por igual.

Los grandes revolucionarios mueren por lo que creen no para que nosotros nos aferremos a las causas por las que ellos lucharon, sino para que nosotros tengamos la oportunidad de tener nuevas causas, de otro modo, su muerte ha sido en vano.

Para mí es aliento de esperanza la reforma educativa. Ante las nuevas intolerancias imperceptibles; en donde los seres humanos prefieren cerrar los ojos y pensar en sus enseñanzas espirituales, psicoanalíticas o farmacológicas (de dos veces por semana) cuando alguien los contradice en medio de una conversación entre personas que solían ser amigas; me aterroriza descubrir que la solución que muchos han elegido es evadirse por completo del mundo. Adherir a un estado de no perturbación que los obliga a "satanizar" todo otro ruido que no sea el de su propia voz. Muchas personas ya no están dispuestas a dialogar ideas ni a expresar sus opiniones. Solo cierran los ojos y piden paciencia para "no engancharse" en medio de una conversación, es decir, se autoprograman para no involucrarse con ningún otro sentimiento que no sea el propio. Parece que con cierto convencimiento de que la plenitud es una suerte de renuencia a ser parte del mundo y una renuncia total a la comunicación. 

Estamos presenciando una era de solipsismo cultural: cibernético, espiritual e ideológico. Se ha vuelto prescindible escucharnos. Cultivamos llegar a ser impermeables (como si se tratase de una nueva virtud), volviéndonos incapaces de tocarnos los unos a los otros. Una comunicación que no está dispuesta a transformarse a través de cómo nos tocan las palabras, sentimientos y vidas de otras personas, es una comunicación nula. 

Es cierto que necesitamos un ajuste temporal una vez que tuvimos a nuestro alcance la inmediatez cibernética, la cual nos hace más impacientes, nos acostumbrarnos a traslapar nuestras letras en un chat y perdimos la pausa de la charla. Todo esto fomenta una nueva intolerancia que debemos aprender a superar, como nos lo hemos propuesto con muchas otras de nuestras intolerancias. 

Cuando nos sentamos a conversar, quienes todavía tienen tiempo que perder en un café, una cena, o cualquier tipo de actividad social que poco a poco solo se reduce a algo de lo cual debemos prescindir para ahorrar (dinero, tiempo, energías...)... parecen faltar las palabras, parece ser inasequible comprendernos al menos que asintamos dándonos la razón unos a otros. Al mismo tiempo, pocas personas tienen tiempo de levantar el teléfono y de viva voz decir hola. De tal suerte que parecería que algunos espacios sociales se ven restringidos, en alguna medida, por haberse vuelto ineficaces e ineficientes. Hay una ecuación cada vez más evidente: invierto dinero que me redituaría más si lo gasto en otra cosa y pierdo el tiempo al tener que prestarle atención a otro ser humano, en vez de concentrarme en mi proyecto de vida, con base en el desgaste que a mi nuevo esquema de valores esto le ocasiona, pues ahora está muy de moda que las personas nos quitan energía. Así que mejor de lejos nos queremos, nos acompañamos y nos acercamos virtualmente desde nuestras cotidianas vidas solipsistas. 

Hay cierto encanto logrado en este proceso, de ahí que nos satisfaga este nuevo estado de las cosas. Ya que de cierto modo nuestra naturaleza solipsista es innegable. Como si viviéramos encerrados en nosotros mismos y ninguna ventana fuera lo suficientemente adecuada para lograr comunicarnos y lo que tenemos ahora es una ventana para acceder a nosotros mismos y establecer una relación con nuestra propia conciencia sin precedentes antropológicos. Aprendimos a conectarnos con nosotros mismos de un modo que no sabíamos que era posible y que nos libera por completo de todos los tormentos de la otredad. Es como una fantasía cumplida. Es una paz que nos había sido inaccesible. Y como tras todo gran descubrimiento, necesitamos explorarlo hasta su perversión para poder regresar y revalorar la importancia de no cerrar la ventana de la objetividad, y restaurar el hito de la comunicación (fuera de este solipsismo) como un signo de nuestra humanidad. 

Nos falta conocimiento sobre las tragedias de esta nueva soledad, ahora tan libre y tan plena, antes de empezar extrañar la cercanía de quienes amamos, para recordar la ternura y la palabra amiga que no podemos brindarnos a nosotros mismos. Falta calma para descubrir que el sentido de nuestro proyecto de vida no es algo que nos podemos dar en soledad y sin este sentido, que nos lleva más allá de nuestros solipsismos, la vida misma pierde valor. 

Estamos en una estación de tránsito. La meta no es este bienestar de aprender y disfrutar estar con nosotros mismos (lo cual tiene sus méritos propios en el proceso de crecimiento) la meta es lograr restaurar el tejido social de nuestra vida emocional sin necesidad de perder esta nueva identidad que hemos fincado desde la autenticidad pero sin necesidad de temer entrar en relación con las otras personas, sin necesidad de la inmadurez de una coraza impermeable a la vida.

Estos son los nuevos horizontes, desde los horrores hasta el salvo solipsismo. La pregunta: ¿la educación hoy prepara a nuestros niños y niñas para vivir en el mundo? 

¿Nuestros profesores están conscientes de la dificultad que enfrentan? Yo no creo que se trata de culpar a nadie del pasado. Sí creo que para lograr pasos hay que ir por partes y que los profesores deben ser una parte fundamental de la solución. Pues son ellos quienes tienen el privilegio de estar en las aulas cara a cara con cada uno de los nuevos ciudadanos de nuestro país. La docencia sigue siendo la labor más digna en una sociedad. México tiene varias asignaturas pendientes al respecto. Por inacabado que sea este punto de partida. Y sin desdeñar la ventana de oportunidad de enriquecer las leyes ahora en proceso. Es inadmisible que mientras el horizonte es un rompecabezas que ni la física cuántica logra descifrar, tengamos niñas y niños que dejan la escuela primaria sin saber leer ni escribir. El deterioro de muchas escuelas del país. Los bajos salarios y el desprestigio de las y los maestros. Son solo ejemplos de todo lo que debemos corregir. 

La tarea es de por sí ardua. Será un camino más propio: despojarnos del pasado e interrogar el presente con franca ingenuidad ante la posibilidad de un nuevo futuro.


Y tú... ¿disfrutas leer y escribir en soledad?


Gracias tortugas por abrir sus caparazones a estas letras.




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