viernes, 12 de abril de 2013

preámbulo para un diálogo sobre la educación nuestra...

Los eventos y festejos se siguen acumulando. La luna nueva de marzo llegó con el sino de una época en proceso de renovación y ya es abril. La semana santa renació tras el primer sopló de la primavera. Días fértiles se aproximan y nacen las nuevas semillas del año. Y nos preparamos para una nueva luna llena.



Me quedé desde el día de las mujeres, 8 de marzo, con la inquietud sobre este festejo tan lleno de contradicciones. El día del amor y amistad se nos convocó a bailar por la no violencia contra la mujer, lo cual sigue siendo incomprensible para mí. Si bien hay relaciones en que el amor se cifra con violencia, y en particular siguen siendo generalizadas las prácticas de violencia contra la mujer; el día del amor y la amistad es precisamente el día en que recordamos que somos mucho más que dos. Hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes, sin edad, sin género ni orientación sexual, animales humanos y no humanos, en comunión sólo por el hecho de que podemos amarnos y amistarnos. Llegó entonces el día de la mujer y poco se habla de lo que nosotras somos y queremos. Mucho se menciona la violencia a la que estamos expuestas, cifras y riesgos, indignación y reivindicación. Todo ello urgente aunque quizá las jornadas de finales de noviembre sean un foro más propicio para esta forma de expresiones y denuncias. Lo cierto es que somos un problema o tenemos un gran problema. Lo cual no es del todo claro, incluso para nosotras. Somos mujeres.

Pero ¿qué mujeres queremos ser? Quizá es una pregunta que cada una de nosotras podrá responderse a sí misma para elegir por cuenta propia cómo ser mujer y qué persona quiere construir de sí misma en igualdad de condiciones entre todos los seres humanos. Reconocemos nuestra propia voz entre miles de voces que nos acompañan tan cerca que parece que las llevamos dentro nuestro, que parece que es nuestra propia voz. Pero si nos detenemos con un poco más de calma descubrimos el extravío de un latir que no nos enseñan a escuchar como propio, ese latir que nos descubre quiénes somos, nos da libertad y nos hace capaces de tomar nuestras propias decisiones. El latir de nuestro propio corazón. Festejar el día de la mujer, para esta tortuga, es que las mujeres tenemos al fin esta hermosa prerrogativa, como parte de nuestro ser mujer. Y es esta voz la que nos enseñará el camino que queremos seguir de ahora en adelante, en nuestro andar humano.

La conmoción de marzo había comenzado algunos días antes de esta reflexión, Hugo Chávez murió el 5 de marzo y con su partida un nuevo tiempo se instaura. Vimos el despliegue del oportunismo político de Nicolás Maduro como heredero vitalicio de su legado revolucionario, el cual conforme se ha ido afianzando con base en la justicia de sus logros tiende más a una monarquía dictatorial de Estado que a un país democrático y socialista. Con cierta ironía, los frutos del trabajo de Chávez deben ser para todos y todas las venezolanas y venezolanos; más allá de esta oposición a muerte en que se han venido cifrando las decisiones gubernamentales ante la necesidad de hacer frente a la pobreza denigrante y ante la insensibilidad de una sociedad que perdió la cordura ante los excesos del petróleo; se instauran nuevas preguntas cuando vemos que quienes conforman la oligarquía dominante (el chavismo) no están dispuestos a compartir el poder, a transitar hacia un equilibrio de poderes, a dar pie a la alternancia política. Y es aquí donde izquierdas y derechas son igualmente autoritarias. Si bien una de estas tendencias lucha por la revolución en aras del bien común a pesar de la pérdida de bienestar de quienes encuentran satisfechos proyectos de vida plenos y viables; y la otra tendencia insiste en la conservación del bien común a pesar de que apareje miseria y condiciones inhumanas de subsistencia, entendiendo como bueno sólo aquello viable tal y como las cosas han sido hasta ahora. De ahí que en el primer caso se afirme la voluntad en tanto la posibilidad de incrementar el bienestar de unos a costa de limitar privilegios del bienestar de otros y, en el segundo caso, se afirme la voluntad en tanto se logre conservar el bienestar de unos a pesar de la falta de bienestar de otros.

Cabría aquí la reflexión ética de cuál de estos equilibrios es más justo y más correcto. Por el momento no me detendré en ello, ya que parece obvio... y, precisamente, no es tan obvio. Seguimos en disputa y enfrentados al respecto, incluso como si se tratase de una cuestión de valía personal y respeto social. Y quizá lo único que nos permitiría establecer una válida jerarquía es poder saber cuál de estos modos de valorar la vida social es más violento para la vida humana. Aún así, me inclino cada día más a pensar que ambas son igualmente erróneas en tanto requieren de la destrucción de su contrincante para sobrevivir.

Lo cierto es que estos extremos poco a poco se van desdibujando en la práctica, difícilmente hoy un gobierno se toma poco en serio los imperativos del desarrollo social, así como, ninguna izquierda ni revolución socialista ha quedado libre de los inexcusables abusos de la acumulación del poder. En estos dos territorios, ambos discursos se empalman y lo que vemos a la luz de la historia (no teórica) es más, o menos, autoritarismo y más, o menos, desarrollo social. Ambas vertientes se quiebran el día que se sienten en la necesidad de justificar su propio autoritarismo con base en los fines que han establecido como prósperos. 

Hasta aquí, parece haber dos cuestiones a deliberar: la relación entre los intereses de los individuos y los propósitos políticos de los líderes; y el monopolio de los criterios de prosperidad. Deliberación abierta ante las dicotomías que se nos muestran cada día a través de los medios, en donde los discursos se fundan en la rivalidad y la violencia. 

Este escenario es el que le está abriendo el camino a Henrique Capriles. Si acaso el milagro ocurriese, él tiene una posibilidad histórica de darle la vuelta a esta falsa y aberrante dicotomía que nos somete a todos por igual, sea donde sea que nos coloquemos entre los dos extremos de las ideologías radicales. 

Capriles (a la par de la necesidad de una nueva generación de líderes latinoamericanos, entre los cuales podemos tomar en cuenta analizar el proceso de gestión en ciernes del presidente Enrique Peña Nieto) puede cumplir el sueño de revolucionar el desarrollo social sin necesidad de un autoritarismo ideológico (sin necesidad de autoritarismo alguno), así como de conservar el bienestar del progreso sin necesidad de un irracional enriquecimiento que solo lastima a nuestras sociedades y empobrece a la ciudadanía, al insistir en sacrificar vidas humanas a cambio de dinero. Y quizá así: llegar a cumplir el sueño del Libertador. Todo esto, solo gracias a la valía del chavismo que tanto ha hecho crecer a la hermosa Venezuela. Abriéndose la puerta de una apuesta por la alternancia política que vaticine desde el primer día de su gestión el pronto regreso de quienes se vean derrocados, según sea la ocasión. 

La herencia de Chávez tiene que poder trascender el monopolio de Estado y convertirse en una fuerza de construcción y crecimiento aún sin estar en el poder ejecutivo. De tal manera que todas las decisiones tengan que poder tomarse fuera del territorio del odio y de la oposición irreconciliable. Sin necesidad de insultar ni denigrar. Pues todos los seres humanos somos igualmente humanos y merecemos tratarnos con igualdad, dignidad y respeto. La concentración sin límites de la fuerza chavista, renovada tras el duelo de su líder, aglutina a sus militantes en torno a la promesa de una nueva potencia latinoamericana que logrará exterminar al imperio tras cumplir la tarea inquisitoria de oprimir a las "oligarquías". Por mucho que se pueda coincidir con este modo de arreglo político y social, no podemos negar que hay un síntoma de decadencia cada vez que un grupo de personas deciden que son los salvadores de los dignos y que para guardar su valía deben destruir a todos los que consideren peligrosos para estos fines, con plena anuencia moral en tanto son los dueños del bien absoluto y de la palabra Dios. Peor aún: son portadores de la voluntad de Dios en la tierra [sea Dios una creencia espiritual o una convicción ideológica]. Y es aquí cuando debemos reconsiderar la posibilidad de construir democracias capaces de dialogar con sus diferencias y disidencias sin necesidad de matar. Gestiones públicas capaces de vivir su proceso y retirarse dando paso a que lleguen nuevas voces y voluntades a seguir construyendo la pluralidad de los caminos de nuestra humanidad. Saber perder ante nuestra derrotas, para aprender y crecer, así como saber ganar sin hacer trampa, para cultivar justicia y verdad.

Los países solo tienen sentido a la luz de quienes los habitan, cuando un país le da más valor a sus símbolos que a la realidad y voluntad de quienes lo conforman se vuelven territorios trágicos de subsistencia en donde ni vencedores ni vencidos logran vivir en paz.


Y así  llegamos al cónclave del 13 de marzo, si es que vamos a hablar de Dios tendremos que hacerlo con devoción y propiedad. Para no ser católica, mi entusiasmo ante el Papa Francisco ha ido acrecentándose con cuerda convicción pero, más importante aún, con honesta fe. Hace diez años quise bautizarme y tras iniciar los preparativos sentí que no era del todo honesto, comprendí que asumir una religión va mucho más de la vivencia espiritual y la fe. Es adoptar como propios creencias y hábitos, para comportarte en consecuencia con dichos preceptos y sumarte a una nueva comunidad en el marco de reglas preestablecidas. Probablemente el mejor modo de adoptar una religión es al nacer, cuando tus padres la eligen por ti. A ti solo te resta acomodarte a ese hecho y construir tus hábitos en torno a tus creencias sin exigirte que del todo concuerden entre sí. Al fin y al cabo, tu no elegiste tal o cual religión, por lo que tienes toda tu vida para aprender a vivir de acuerdo con ella. Por el contrario, si ya estás en tu vida adulta, elegir una religión involucra un nuevo modo de vida. Y no es posible vivir a medias un nuevo modo de vida. Pero la mística que nos muestra la iglesia católica en aras de recuperar su prestigio, su lugar en el mundo y su liderazgo espiritual, nos ha regalado un mes de sorpresas y bendiciones. Sé que muchos de mis amigos y amigas no coinciden en esto conmigo... pero ahora veo que la religión es, en primer término: un acto de fe. Y un acto de fe no acepta disculpas, excusas ni necesita argumento alguno. De ahí la belleza de Dios... 
HABEMUS PAPAM.



Volviendo a nuestro recorrido, fui sorprendida por el arrebato del presidente Correa quien con vehemencia arremetió contra el proceso de fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Sumáronse a su impulso la nueva ola revolucionaria de nuestra América, satanizando sin más uno de nuestros tesoros de justicia. Los discursos se adornaban de la retórica de la confusión, insistían en desprestigiar y debilitar el espacio de posibilidad con que contamos los ciudadanos una vez que el Estado deja de protegernos cual es su mandato, peor aún, cuando se violentan nuestros derechos humanos y los abusos del poder impiden justicia, reparación, no repetición, protección, defensa y promoción de los derechos humanos. Lo cual me obligó a seguir reflexionando sobre nuestros radicalismos y autoritarismos propios. 

Tratar de entender ¿por qué insistimos en pasar por encima de los otros? ¿en obligar a todos a pensar igual a nosotros como muestra de respeto y lealtad? ¿someter a nuestro capricho las voluntades libres? Incluso me nació el ímpetu por hacer un libro de hombres y mujeres de Estado, para comprender, a través de sus vidas y de su voz propia, su forma de saberse a sí mismos y cuándo dejan de ver más allá de su propio capricho. ¿De qué manera, cual narración épica de la época clásica, los líderes de nuestra era siguen siendo personajes heroicamente trágicos? ¿Qué nos motiva para optar por una vida política? ¿Cómo nace nuestra necesidad de ostentar el poder público? 

Todo esto transcurrió mientras nos visitaba desde Cuba la famosa bloguera Yoani Sánchez. La opinión pública conmocionada: entre quienes la admiran por su valiente convicción de enfrentar las limitaciones de la libertad de expresión y de acceso al internet y a las redes sociales en la isla, el periplo que pasó para logra salir al mundo más allá del Caribe y conocer otras realidades que siguen siendo casi míticas a causa de las restricciones anacrónicas sobre la información que entra y que no entra a Cuba para no contaminar el auge revolucionario; y quienes la interpelaron con violencia por traidora y oportunista. ¡Qué difícil comprender sus motivos y sus acciones! Finalmente, ella es ya una hija prodigio de la revolución y de ahí su convicción por ir más allá de lo que soñamos y ver crecer a Cuba desde sus cimientos más hermosos, aquellos que se fincaron con los ideales de Martí, la voluntad férrea de Fidel y el espíritu ético del Che. Pero sobre este tema les dejo al final de esta entrega un comentario que me motivó una noticia de apenas ayer por la tarde.[1]


Por donde volteamos aparece esta constante tensión de los discursos del desarrollo social enfrentados a quienes no creen en la socialización de los bienes, mientras levantan la voz indignados quienes combaten la capitalización de los recursos. Como decíamos, el presente nos exige un cambio de coordenadas. Vivimos una época de libertades expandidas y en expansión, de ahí que cualquiera de los modelos conocidos constriñe, limite, violenta y deja desarmados los sistemas políticos, económicos, sociales y de socialización al interior de los distintos ámbitos de la comunidad. Muchas veces ha sido obvio comprender que la única manera de transformar nuestro entorno es transformándonos a nosotros mismos. Lo que ocurre es que el poder de transformación de las personas ha rebasado por mucho la ficción y la imaginación del siglo pasado y es éste uno de los argumentos que les ofrezco para repensar nuestra voluntad y la implacable necesidad que somos de ser quien soñamos ser y no quien alguien más necesite que seamos. En ese sentido, las mujeres podemos regalar nuestra travesía para libres y dignos aprender a escuchar el aliento que nos identifica como únicos e irrepetibles sin la necesidad de violentarnos, sin el hábito de violentar a los otros iguales a mí. Porque tarde o temprano será el tiempo de dejar de luchar para entregarnos a la realización de nuestra vida soñada...con generosa paz. 

Ahora estamos aquí... en plena confrontación a causa de la reforma educativa en curso. Siguiendo el tono de mis letras, como podrán ya haber notado, me he vuelto una ingenua optimista. Dicen bien quienes definen el optimismo como un pesimismo mal informado. E imagino habrá quienes quizá renunciaron a mi relato cuando mención a Capriles y mi apoyo a su esfuerzo. Si es que acaso pudieron sobrevivir a mi fe en Dios y mi encantamiento por el Papa. Lo sé. Yo misma me interrogo... ¿será vejez? ¿la crisis de los cuarenta trastoca nuestras almas casi hasta el desconocimiento? ... ¡Calma tortugas!  En realidad, es por la congruencia de mis pasos y la fuerza de mis convicciones, combinados con una vocación profunda por interrogarme y escuchar aquello que hace latir mi corazón, que debo compartir con ustedes esta necesidad de buscar una solución (no una tercera vía) que nos regale horizontes nunca soñados en donde podamos ver cumplidas las utopías vivas de todo lo que le da sentido a estas pugnas y luchas: construir un mejor mundo para todos por igual. El cual dará cabida a múltiples proyectos de vida en donde ninguno podrá dominar sobre otro; y en esto todos debemos aprender por igual a ceder. En donde lo primero que necesitaremos es reconocer que ninguna de nuestras diferencias puede ser tan abominable que nos impida tratarnos con genuino respecto los unos a los otros, con amistad interrogante ante la maravilla que es cada ser humano y amor fraterno sólo por el hecho  de coincidir en este tiempo nuestro que nos ha sido heredado.


Mañana entonces... podré contarles todo lo que me despierta las inquietudes de las voces que he seguido estos días en torno del futuro próximo y lejano de la educación en México, mientras tanto, les dejo un mágico deseo de tortuga para que se cumplan sus sueños. Me quedo removiendo mis pasos por la Reforma Integral de la Secundaria y por mi tesis de maestría... recordando mi placer por todos los temas educativos y los fascinantes senderos de transformación y crecimiento que nos ofrece la posibilidad de crearnos a nosotros mismos.



Y tú ... ¿conoces la voz de tu corazón?




Gracias tortugas por acompañar el rumbo de estas letras.




[1] Qué maravilla! Fidel Castro es para mí un personaje tanto asombroso, cuasi mitológico como contradictorio, que se desdibuja entre la tiranía y su admirable valentía. Es un ejemplo de todo lo que debe y no debe hacer un digno jefe de Estado. De ahí su reconocimiento y su papel en la historia. Es un hombre que tuvo agallas para tomar otro curso, así como, sucumbió ante la terquedad soberbia de sacrificar a su pueblo en aras de sí mismo. Como si sus virtudes lo hubieran hecho dueño de la vida individual de aquellos a quienes regaló una nueva libertad a través de todo lo que logró a la cabeza de su país. Lo cual lo hace un ser infinitamente trágico. Aún así, toma las calles una vez más para disertar con las nuevas generaciones sobre lo que el futuro les exige. Lo único que lo absuelve de sus abusos es la adversidad con la que ha tenido que administrar y gobernar. No por ello podemos dejar de aprender de sus errores y comprometernos con un futuro más feliz incluso de lo que la bella Cuba nos ha podido enseñar cuando miramos mucho más allá de sus "miserias". Niñas y niños felices, educación crítica, profunda intención social en la producción y en la distribución del trabajo, desarrollo científico, salud de primer nivel y alimentación básica.... para todos: no fue poca cosa. De ahí el reclamo de que los beneficios no se hayan podido repartir en estricta simetría igualitaria, lo cual nos deja varias asignaturas pendientes para los estudiosos de la economía y afanados en revolucionar las políticas públicas. A las nuevas generaciones nos queda conservar lo bueno y reinventar todo lo que todavía el pasado no ha podido resolver cuando se trata de justicia, humanidad, paz y vida. Viva Cuba libre, viva Fidel... pero sobretodo: ¡viva el futuro que nace del infinito de lo posible!. Descubramos los caminos inimaginables de un nuevo amanecer. Más allá de cualquier tiranía... ¡Viva la humanidad! Gracias a las cubanas y los cubanos por todo lo que adelantaron en el camino, gracias a Varadero y a las enseñanzas pioneras... y gracias también a quienes con su resistencia y digna disidencia nos han enseñado otras caras de la libertad (tan cubanas y cubanos como los demás); dando cuenta de que la vida humana es mucho más que todo lo que habían disputado por siglos los monopolios ideológicos... pues ante todo: somos voluntad. No podemos ser sacrificados en aras de ninguna idea, causa o interés de grupo, por más loable que ésta sea. Se trate del socialismo o de los intereses del mercado, se trate de una religión o de una lucha social. Somos personas y, antes de cualquier tipo de filiación, nos pertenecemos a nosotros mismos. Y esto es algo... que todavía no hemos sabido descifrar. Hace treinta años decíamos con orgullo: "pioneros por el comunismo, seremos como el Che"... hoy: "conscientes de los límites de nuestra voluntad, seremos libres y felices". El Che ha muerto y es tiempo de ver nacer un mundo que sane todas las ataduras que lo arrastran hacia un pasado irresoluble que se sigue alimentando de odio y persecución. Pues hoy sabemos que no hay una sola buena razón que justifique el más mínimo rencor.



Buenas noches amigas tortugas.

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