martes, 25 de septiembre de 2018

¿disputa político-social...

... o cambio de monopolios en el ejercicio del poder?

Dialogando...


La postulación de que los cambios que propone MORENA son una expresión de desprecio, e incluso persecución, hacia la función pública. O una falta de reconocimiento al trabajo bien realizado por parte del Estado Mexicano y todas las partes que lo componen. O un detrimento a la fortaleza de las capacidades gubernamentales y del estado de derecho. No creo que sea un territorio fértil para la discusión política sobre las consecuencias económicas de los nuevos caminos que recorrerá México. Ante la voluntad democrática expresada en las urnas. 

Quienes serán afectados por la disminución salarial, en su mayoría, ocupan cargos que, por su naturaleza y liderazgo, son reemplazados junto con el nuevo equipo de Gobierno. Sí me parece importante considerar todas las implicaciones de tales medidas, en particular, lo que refiere a los organismos públicos autónomos, órganos desconcentrados, descentralizados o paraestatales. Pero caminando en la misma dirección: ajustar el máximo ingreso con el mínimo ingreso, de tal manera que la función pública satisfaga sus necesidades de remuneración en correspondencia con las condiciones económicas reales de México, en su conjunto.

Abrir, con este mismo celo, la discusión sobre el salario mínimo y cuestionarnos: si adelgazar el ingreso de la población no es también una forma de lastimar el estado de derecho. 

Fueron los gobiernos panistas quienes debilitaron las capacidades de la función pública en aras de una concepción de un Estado "mínimo". Cuando llegó Fox, muy de moda se puso que, para ahorrar, los funcionarios públicos de alto nivel tenían que contestar sus propios teléfonos y que el trabajo administrativo era una muestra de exceso de gasto corriente, que había que corregir.  Incluso, colocar un cuadro en una oficina pública era ostentoso. Había que ser austero o, al menos, parecerlo. Como parte de los nuevos vuelos antipriistas. En ese entonces, y en el sexenio subsecuente, se purgó la función pública mediante distintas estrategias; algunas francas y transparentes, otras no. Y los motivos iban: desde liberar al Estado de los corporativismos hasta excluir a personas con estudios en determinadas universidades, así como, discriminar a personas con opiniones políticas diferentes. Formaron un nuevo ejército de funcionarios públicos. Privilegiaron a los cuadros jóvenes que venían del interior de la República como sello de pureza técnica y aprobación ideológica. Con el paso de los años, se olvidaron de tales vuelos de austeridad, los cargos de alta responsabilidad se reprodujeron como hongos y el ingreso destinado para tales sueldos se empezó a desbordar de formas discrecionales. Desde una Jefatura de Departamento hasta una Dirección General, llama la atención que, de acuerdo con la Secretaría en cuestión: el sueldo. Por lo que el entramado todo de remuneraciones está permeado de un sin número de desigualdades per se. Burocracia heredada por Peña Nieto, en muchos casos, en detrimento de su trabajo y resultados. 

Por un lado, se instauró el servicio profesional de carrera, lo cual ocupó prácticamente el sexenio completo de Fox, y gran parte de este trabajo se fincó en la capacidad instalada de los cuadros ya existentes, porque no tenían personas aptas para realizar tales trabajos. Para, luego de haber usado su experiencia: darles las gracias y enseñarles la puerta de salida. Simulando gran parte de las nuevas contrataciones, entre el voto discrecional de la entrevista al final del proceso y excepciones legales que permitían la contratación, al margen de un proceso de selección a concurso. (Los invito a echar un vistazo a la página trabajaen. com para hacer un análisis profundo sobre el panorama de perfiles y salarios que conforman la estructura del ejercicio del gasto corriente.)

Mi pregunta es: ¿por qué nadie alzó la voz entonces? ¿por qué ahora parece una preocupación alarmante cualquier propósito de cambio en el status quo?

Yo reconozco y valoro los resultados positivos del sexenio saliente (al margen de lo que no haya sido encomiable) y las muestras que tenemos del trabajo bien hecho por personas capaces que estuvieron a cargo de tales labores. Pero también soy consciente de que muchas cosas todavía no han podido ser resueltas y que debemos mirar hacia nuevos horizontes y no seguir repitiendo los caminos ya recorridos, cuando, probablemente, son vías que ya hemos agotado. Y que haya personas capaces no quiere decir que también hay muestras de negligencia y falta de competencia. E incluso quienes han tenido un ejercicio virtuoso, dadas las necesidades y exigencias del contexto en el que se desempeñaron, no necesariamente son ahora los profesionales que necesitamos: capaces de encarar los nuevos retos que exige la ciudadanía se cumplan.

Simplificar los problemas que tenemos que enfrentar no va a facilitar la transición hacia un México más justo. Dividir la opinión pública tampoco favorece la posibilidad de una vida política plena. Dialogar nuestras diferencias es, quizá, el mejor camino que podremos compartir en esta nueva era, en donde sí... las cosas ya no se valorarán con los mismos indicadores de antes. Pero esto no necesariamente tendrá efectos negativos. Necesitamos nuevas soluciones como parte de los logros alcanzados en el camino. Es un proceso social natural. Habrá cosas que saldrán bien, o muy bien, y, otras que saldrán mal, o muy mal. Como en todos los sexenios. 

E insisto, no creo que se trata de hacer votos de pobreza para ejercer "con honor" la función pública. Para mí se trata de vivir acorde con la realidad que somos como país. Y si para ustedes un rango de 50 mil a 90 mil pesos, es un rango de pobreza ("franciscana"), pues qué afortunados son. Mis estudios, y mi experiencia profesional, no me han alcanzado para aspirar a más de 25 mil pesos, aproximadamente, al mes (en el sector público -ni fuera de él-), bajo el argumento de que estoy sobrecalificada. Si alguno de ustedes encuentra alguna lógica posible en esta afirmación, más a la luz de su defensa del personal altamente especializado, por favor ayúdeme a develar esta paradoja que, a mí sí, me tiene en bancarrota. Incluída una maestría en políticas públicas (ITAM) y un doctorado en ciencias (en bioética/UNAM). Trabajé en dos Secretarías de Estado y en un Órgano Público Autónomo. Actualmente: desempleada; y a "merced" de las distorsiones de nuestras débiles regulaciones financieras. Los candados de exclusión de la Academia se han vuelto casi infranqueables, empezando: porque ya no soy lo suficiente joven para incorporarme a las labores docentes. De acuerdo con los criterios de los concursos de oposición. Y también reconozco: yo ya no poseo disposición anímica para afrontar dichos concursos. Soy una fiel convencida de que cada quien toma en sus manos su propio destino, dadas las circunstancias a nuestro alcance. Pero no se trata de mí. No guardo rencores por este desatinado tiempo en que se encuentra estancado mi desarrollo profesional, lo cual también se debe a las decisiones que yo he tomado a lo largo de mi vida -además, tal vez no soy ni tan competente ni tan especialista como me gustaría creer. Se trata de una situación sistémica que está a punto de reventar. Tenemos más profesionales altamente capacitados de los que podemos contratar y esto no es responsabilidad de la política de austeridad de Andrés Manuel López Obrador. 

Cabe mencionar que, en ocasiones, los más altos funcionarios públicos (y mejor pagados) pagan estudios especializados (también muy costosos) para el desempeño de su función. Es decir, ocupan el cargo, pero necesitan el apoyo de quienes dominan los temas bajo su responsabilidad para tomar decisiones de política pública. Si bien, este recurso es un componente importante de la lógica de las políticas públicas y un solo funcionario no puede ser especialista en todo. Creo que se ha abusado de este mecanismo de apoyo, en detrimento de una adecuada distribución del trabajo entre los equipos a su cargo, así como, falta de especialización o sobrecarga laboral, en éstos. Por lo que: sí, la distribución de los tiempos laborales es un tema muy sensible. De hecho, en el sector público, normalmente, se trabaja más horas de las previstas y muchas veces se debe ocupar el espacio de los fines de semana. Hacer de esto una norma, en el margen, no cambiaría en mucho los usos de costumbres ya adquiridos. Por mi parte, no creo que sea una estrategia productiva. Desgastar física y emocionalmente a los funcionarios públicos no garantiza mejores resultados. Se abusa de trabajar contrareloj y con entregas "dead line" que mantienen el fervor institucional al borde de un hilo. Incluso es un valor estar en tales prisas, si se organiza el trabajo de forma más realista y racional, de tal forma que haya un poco de confort en el quehacer cotidiano, se genera la percepción de que no se trabaja... lo cual también es un incentivo para la simulación: el chiste no es estar muy ocupado (en función del alcance de los resultados) es que todos crean que estás muy ocupado (en función de conservar tu cargo). Más, si lo que está en juego es justificar el derecho a un alto sueldo erogado por el Estado. Creo que son malas prácticas que podemos erradicar. En lo personal, considero que trabajar con tales prisas y suspiros es un indicador de ineficiencia e ineficacia. El trabajo, las metas y objetivos se deben poder planificar estratégicamente, de tal suerte que llegar a su cumplimiento no involucre riesgos de "salud pública". Dar un poco de marcha atrás en este sentido, puede ser una buena manera de medir la verdadera capacidad instalada que se requiere para realizar los trabajos requeridos. Y también reconocer el límite y alcance de los resultados de la función pública, dada la capacidad instalada que se puede financiar. Ser realistas. Así como, aceptar que las prioridades en el ejercicio del presupuesto van a cambiar al ritmo de los nuevos tiempos.

Lo cierto es que, gran parte del trabajo administrativo (y sustantivo) de la función pública se desgasta en justificar el presupuesto: hacer quedar bien la forma de los resultados; y poco se puede avanzar en acciones de fondo que logren un impacto significativo en la realidad frente a la cual se quiere actuar en forma positiva. Es un sentimiento de frustración compartido entre todos quienes ejercen la función pública: el limitado alcance de tu trabajo diario en la resolución de los problemas que se colocan como metas programáticas y objetivos de gestión. Y esto va mucho más allá de filiación partidista alguna, o de capacidades y competencias... es un problema que subyace a toda la lógica de abstracción formal y simbólica: de la que adolece la conformación de los Estados Nación. No podemos ahora pretender responsabilizar a MORENA de los riesgos que conlleva: que las buenas intenciones se queden sin efecto, a la luz del ejercicio efectivo de la gestión pública. Ni satanizar a quienes entregan sus carteras, por no haber podido franquear con mayor eficacia tales limitaciones inherentes. 

Estamos todos juntos en el mismo barco. Vivimos una oportunidad de sumar para construir aquello que no hemos podido lograr. Y ustedes, a quienes admiro y respeto profundamente, son un ejemplo de todo lo que debe ser la función pública; un ejemplo de que sí es redituable la inversión del Estado en funcionarios de alto nivel. ¿No les gustaría que hubiesen más mexicanos como ustedes? ¿Dejar de ser la gran excepción que confirma la regla? Quizás el rumbo hacia tales anhelos: conlleva hacer ahora los ajustes necesarios que abrirán paso a una nueva abundancia para todos nosotros. No tenemos forma de anticipar cuáles son los resultados que podremos valorar a lo largo de los siguientes seis años. Pero sí podemos mirar con mucha más generosidad las nuevas fronteras que componen el horizonte de nuestro país. Y desprendernos un poco del temor natural que representa todo cambio de régimen.



Y tú... ¿en qué México quieres vivir?




Fuerte abrazo...
lleno de magia de tortuga.
Feliz luna llena!!!




No hay comentarios: