viernes, 28 de septiembre de 2018

"Comentocracia"...

... ¿indispensable para la democracia? o si se quiere... dialongando dialécticamente... #Transición2018




No me sumo a la censura de alguna forma de expresión de los medios de comunicación, en especial, aquellas que se ocupan de los análisis de opinión. Mientras más riqueza y diversidad exista entre las voces que ocupan los espacios de comunicación, más aprendizajes certeros tendremos para vivir en democracia con base en diálogos respetuosos que den luz a todas las diferencias que nos componen. Y esto también es parte del periodismo. Es el eslabón indispensable entre el reportaje informativo de la noticia diaria del evento mediático y el periodismo de investigación que profundiza en las causas y consecuencias, con hechos, de eventos sociales que nos competen a todos como comunidad. Es la nota significativa de nuestra posibilidad humana de valorar desde nuestro propio punto de vista los sucesos que componen nuestra vida pública. Y los ataques altisonantes para desprestigiar, alguna de estas voces, es una muestra de intolerancia; sin importar la preferencia de valoraciones sociales y políticas de quienes descalifican a quien emite una opinión diferente: sin dialogar con sus ideas en igualdad de condiciones. 

Y, probablemente, en esta línea tenue entre mi derecho de expresión y mi obligación de respetar la expresión de otros seres humanos, en tanto iguales en dignidad humana a mí, se encuentra la elección de los adjetivos mediante los cuales elegimos expresarnos. Cuestión no menor. La riqueza maravillosa del lenguaje encuentra su límite ahí en donde la opinión es un reflejo: no de mi pensamiento crítico, sino una excusa para manifestar (con buena o mala intención) fobias, prejuicios, arbitrariedades, enojo, injusticias, frustración, falta de información o información asimétrica, complejos, necesades, ocurrencias, ideales incuestionables, egos y filiación de grupo de cualquier tipo. Cada quien tiene una historia de vida propia y, a veces, cuando agredimos las ideas de otra persona, sin darnos cuenta, estamos agrediendo los cimientos mismos de su razón de vivir. De ahí el encono y la violencia.

No se trata de pensar todos igual, ni de decir lo que es o no "políticamente" correcto. Se trata de la capacidad de escucharnos entre nosotros, a pesar de estar en total desacuerdo. Se trata de elegir una forma ética (generosa) de expresar nuestros desacuerdos. Sin temor a ver derrocadas nuestras verdades particulares y personales, más bien para fortalecerlas, acrecentarlas e incluso cuestionarlas. Crecer juntos, dialécticamente (nutriéndonos unos de los otros), como una forma de aprender a dialogar. Más allá del juicio de valor al que nos remita reconocer la diferencia, incluso radical, que puede existir entre dos puntos de vista. Convivir pacíficamente: sin necesidad de aniquilar al otro. Más allá de las particularidades de estilo y personalidad de cada uno. Y tomando en cuenta, que "con mucho respeto" se pueden también expresar prejuicios severos de nuestra comprensión del mundo.

En último caso, lo cierto es que, si bien no podemos hacernos responsables de todo lo que las otras personas interpretan de cada una de nuestras palabras, nuestro carácter (y "verdades") sí puede mostrarse a través de nuestras expresiones, valoraciones, análisis, juicios de valor, prioridades. A través de nuestros actos de comunicación. Como distinción de la voz que queremos representar y también del límite en que podemos, o no, coincidir.  Y rectificar... matizar... ampliar la lupa, acotar, resaltar, acercarse lo más posible con el microscopio. En fin, son tantas dimensiones conceptuales a través de las cuales nuestro análisis puede encontrar una forma de expresión. Que vale la pena enriquecer nuestros debates de la posibilidad de encontrar coincidencias, incluso ahí en donde existan las más severas diferencias. Erradicar la violencia de nuestras formas de entendimiento común.

Hay una tensión dialéctica entre quiénes somos y cómo nos expresamos, entre cómo nos expresamos y cómo nos interpretan los demás, entre cómo es cada quien y cómo interpretamos la expresión de los demás. Y a veces, la intención con que nos expresamos es más poderosa que todo lo demás, lo cual también cambia el contexto para valorar (o prejuzgar) la forma (adjetiva) de tal expresión. Es así que, como seres dialogantes, estamos inmersos en los calores del debate público... en aras de lograr nuestros equilibrios democráticos. Sin renunciar a nuestra voz propia y decir en alto aquello que creemos, con convicción, merece ser dicho. Con más énfasis: si tales aspiraciones llegan a conmover y estrujar verdades incuestionables. Con valor y también con responsabilidad. Con osadía, pero también con respeto.

Sin olvidar que en la síntesis de las conclusiones compartidas se descubre, las más de las veces, el lugar más acertado para comprender la verdad. Ese espacio en el cual todos podemos coincidir y apelar a un mínimo de sentido común... el menos común de todos. La democracia no es un modo estático, legalmente establecido, en el que nos encontramos. La democracia es una forma de vivir en constante renovación, un modo de ser inacabado que sólo se completa cuando dos voces desiguales: se saben iguales siendo diferentes.



Y tú... ¿expresas odio o prefieres dialogar?





Feliz viernes...
lleno de magia de tortuga
dialogante.





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