lunes, 1 de abril de 2019

el hechizo...

... de las tres monedas.



Érase una vez en medio de un desierto de sal, agotado de no ver el mar llegar, un corazón de miel cubierto de plata... olvidado del mundo y dejado secar sin playa ni paz. Muy en el silencio este corazón se decía a sí: "debes dejar de esperar... aquí sin eco estarás... como si estuviese escrito más allá del cielo". Desprendido del cuerpo que le daría vida y extraviado del beso de amor capaz de despertarlo. Iluminado con el brillo de la luna, sediento de todo aquello que deseaba, casi sin memoria de lo que algún día soñó. Ardiendo bajo el sol. Sin descanso y sin fuerza ya para soñar. 

Entre el ir y venir del delirio que caracteriza todo desierto, repasaba todos y cada uno de los días de ésa su otra vida... de ése su otro tiempo cuando conservó la esperanza del amor perfecto... ése que la estrella de la mañana le prometió. Esos días llenos de luz y alegría en donde cada instante era la ocasión para descubrir, al fin, el amor que le correspondía. Todos esos caminos rotos que lo llevaron lejos, muy lejos, de su destino. Esos mágicos pasos que conservaron su miel bajo el escudo forjado con su propia fuerza. Cada uno de los rostros que pudieron ser: la otra cara de su propio rostro... Antes de desvanecerse por completo en sus propios latidos... antes de perderse todos ellos en ríos y lagunas, aguas cada día más lejanas. Delineándose en él, quizás, una última sonrisa de alegría. 

Pero la sal es más fuerte incluso que el viento. Todo lo carcome. Lo consume para sí. Es el elemento que agota la capacidad viva del agua. Huele a furia. Es el sabor de la piedra que todo lo golpea para regocijarse en su dominio. Oxida los corazones valientes. Corroe la piel. Seca las ideas. Enturbia el alma. Mata el amor. Con su murmullo inútil... como la envidia cuando encuentra cómplices. Y a veces... sólo a veces... es capaz de limpiar ella misma el daño que ha causado. Es tocada por un hada de mar y, gracias a su bondad, logra transmutar en purificación. Logra ser la dosis precisa para darle sabor a la vida sin necesidad de someterla en modo alguno. Raras... muy raras veces: logra acariciar sin raspar. Tocar sin rasgar. Amar: sin necesidad de huir. 

Al descubrir el sinsentido de toda su travesía, este corazón, extremadamente valiente -por cierto, se empezó a interrogar por la razón que le daría la fuerza para seguir avanzando hacia la orilla del mar. Si ya no había un destino al cual navegar, cuál era entonces su propósito. Si no existía esa alma a la cual amar: cuál, entonces, su motivo de vivir. Caían lágrimas que suavizaban su miel pero ya no podía distinguir siquiera la tristeza que engrosaba el metal de su caparazón. Fue cuando lo visitó la estatua que se alimentaba de este inmenso desierto. 

Se levantó en el cielo como si un volcán enterrado estuviese haciendo erupción y le entregó tres monedas envueltas de oro. En cada una de ellas se escondía un tesoro que debía ser descifrado para librarse de la sal. Cada uno de estos tesoros estaba velado por un rostro. Y este corazón encantado debía distinguir en cada uno de estos rostros el llamado de amor que le correspondía. Como una última oportunidad, que se brindaba a sí mismo, de recuperar la esperanza perdida que lo arrojó tan lejos de sí. Como una forma de recordar que lo único por lo que vale brindar en esta vida... es por amor. Como la medicina que lograría sanar todas esas heridas que el monstruo del inframundo había dejado en su memoria. Una vez que se había librado por siempre de la sombra horrenda que lo aprisionó con crueldad. 

Así fue como este pequeño territorio de su dulce latir se aventuró. Tomando con fuerza estas tres monedas. Cada una tenía una llave secreta para ser liberada. Y de ellas brotaría la nueva fuente que daría motivo a su vida, siempre y cuando lograse descifrar el misterio en ellas cifrado. Cada una era una mezcla de pasado con una pizca de futuro posible. De otro modo, no podría renacer esperanza alguna. 

Tendría que desenvolverlas con cuidado sin temer lo que encontraría en su interior. Sin predisponerse a ningún destino posible. Tenía que volver a vivir la certeza de arriesgarse a sí mismo con base en su intuición. Tenía que volver a creer en él mismo. Y en cada una de estas huellas del pasado tendría que revivir todas las razones que orientaron el rumbo de sus pasos. Cada una era el espejo de más de un rostro perdido por partida doble. Por haberlo escogido y por haberlo dejado pasar. Para recordar la fuerza de la libertad que había tenido en cada uno de estos pasos. 

En cada una, había una síntesis prevista que despertaría su alma cuando lograra descubrir la tercera mirada oculta en el fondo de los ojos del sol. Y este corazón no podía saber, por anticipado, cuál sería la resolución de este hechizo. Sólo sabía que era la última alternativa que le quedaba, antes de dejarse morir. Y lo cierto es que en medio del desierto en el cual se encontraba no le quedaba mucho que perder ni tenía otra cosa que hacer. Así que tomó las monedas y apostó la vida en ello. Una vez más. Y una sola cosa interrogaba a este corazón en este camino: ¿cuál de estas tres monedas le pertenece a mi alma gemela?

La primera moneda olía a contemplación al aire libre, a atardecer en el horizonte y brisa... Se escuchaba como una gran carcajada de felicidad. Cierto magnetismo inexplicable. Una melancolía oculta. Una mezcla entre infancia inmadura y espontaneidad libre. Pero era como el mercurio que se escapa de tus manos, sin forma definida e impenetrable. Casi intangible. Irreal. El instante de su presencia se desvanecía ¡tan fugazmente!: dejando un vacío demasiado incómodo para dar cabida a un buen amor. Era como si un genio hiciese travesuras y se apareciese por momentos recordándoles que son uno y el mismo... y luego borrase de su memoria la historia que los une. Como ir sin rumbo en una montaña rusa que, si bien es muy entretenida, nunca llega a ninguna parte. Dejando resquicios para todo tipo de falsas ilusiones. Ahora bien, se preguntó el corazón de miel: "¿por qué me entregaron esta moneda si no es mía?... ¿qué debo hacer con ella si no responde a mi voz? ... ¿qué hacer con este mareo si el corazón que la habita no siente afinidad hacia mí?". Aunque, a veces, sentía un susurrar a lo lejos que se confundía con esta voz de la contemplación. Como si se tratase de una declaración de amor escondida... pero no lograba escuchar con claridad. Porque aparecía otra vez el genio travieso y todo volvía a ser disimulo y juego. Y entonces se interrogaba: "¿Quién me quiere engañar?... ¿me engaño yo a mí mismo?... ¡Maldita estatua de sal!" Y trataba de soltarla con fuerza pero estaba impregnada en su piel como una medusa pegajosa. Hasta que un día, decidió hacer otras preguntas... pero esta vez se interrogó sobre sí mismo. Era un hecho que esta moneda jamás contestaría a su llamado. Entonces, la tomó con gran fuerza, como si no quisiera que nada la arrebatara de su mano y, así, de ella brotaron tres fuertes resonancias: una pasión perdida, una conversación interrumpida y una amistad enterrada. Y llegó a este corazón la reminiscencia de la inspiración de sus años de luz joven e ingenua. Y aunque seguía escuchando ese fuerte susurro de amor, presente y futuro, en un abrazo... abrió su mano y la estremecedora (y distraída) voz de esta moneda transmutó en una voz aún más cercana (y dispersa), la voz del amor engendrado en tales años. Con gran sorpresa y conmoción descubrió que sin percatarse había amado más de lo que él mismo supo. Y así... brotó de su pecho un llanto largo tiempo aprisionado. Recuperando para sí el don de su creatividad. El amor imposible (y platónico) que se vuelve real a través de las obras de nuestro espíritu. El amor eterno: en el que comulgan, a la vez, todos los amores posibles.

La segunda moneda tomó el lugar de la primera, una vez que ésta pudo ser descifrada al cambiar el tono de su voz: y ambas tesituras pudieron desaparecer en el tiempo eterno del saber. Un tiempo hecho de música compuesta por un sin fin de melodías. Sin rostro. Dejando gratitud. Cerrando un ciclo de vida. Así, la miel pudo empezar a corroer el duro metal que la aprisionaba. Y este corazón a lo lejos dijo: ¡Adiós! -y sonrío con plena y tierna satisfacción.

Pero la tercera moneda era tan inquieta que brincaba y brincaba como si quisiera tomar el lugar de la segunda. Se aparecía una y otra vez. Casi sin propósito alguno. Y el susurro, ese susurro que siempre trataba de engañar a este corazón. El susurro que se confundía con todas las canciones y se diluía en todos los rostros. Siempre presente. El susurro que se confundió con aquel monstruo y lo hizo más fuerte (y real) de lo que en realidad era, pues fue sólo su falsa sombra lo que le dio poder alguno. ¿Era acaso la tercera moneda el rostro de esta voz... gemela que en todos lados perseguía a este corazón agotado? Pero inquieta... se resbalaba, una y otra vez. Porque no se pueden sostener dos monedas al mismo tiempo. 

Así... poco a poco la segunda moneda se acercó... con una armadura vieja de guerrero leal que olía a batallas perdidas... un alma que escondía ¡tantos enojos! Guardaba a un corazón herido que, como un erizo, se cubría de espinas para no ser tocado. Hecha de férreo cobre. Dura y hostil. Casi imposible de desenvolver. Traía en sus manos la deuda de un amor sacrificado. Y casi a golpes trataron de escucharse. Unidos desde su raíz, sembrados y florecidos a años luz el uno del otro. Dos cuerpos que no calzaban el uno con el otro. Dos mentes tan cercanas que se empujan al hablar. En esta ocasión, el corazón de miel trató de rasgar con fuerza su recubrimiento de plata gritando con desesperación: "¿por qué me dan esta moneda llena de violencia? ... ¿por qué volvernos a acercar si no nos podremos jamás abrazar?..." Y se confrontaron con tal honestidad que tuvieron que dejar de ocultarse para volver a descubrir la inmensa afinidad que los comulga. La historia que comparten y hace tangible la eternidad en sus vidas: el valor de lo invisible. El sentido de lo inexplicable. Pudieron volver a verse a los ojos y sonreír. Charlaron largas horas de todo aquello que los apasionaba y aprisionaba. De todo aquello por lo que han luchado y todo aquello en lo que creen. Trazaron juntos una nueva partitura. Con la certeza de saber que nunca tendrían que despedirse. Por más lejos que cada quien sembrase su vida... su amistad era una verdad que no podrán volver a renunciar. Una vez que cada uno recordó lo que era sentirse comprendido. Y así, esta moneda se diluyó con la suavidad de la reconciliación, el respeto y la intimidad. Recuperando para sí el don de la anticipación de amar. El cortejo, la dulzura de besar, la sorpresa de empezar a conocer a otro ser humano. La fuerza (y el placer) de un abrazo que te contiene en medio del infinito. El volver a confiar en una persona. Y este corazón recordó cuánto de bueno había en sus historias de vida. Recuperó la posibilidad de volver a reconocer en el rostro ajeno: pureza y bondad. Todos los espejos se hicieron uno y el mismo. Dejando lugar para un rostro aún sin descifrar: a la posibilidad de un nuevo rostro para amar. Los fantasmas del pasado devinieron ángeles. Y este guerrero dueño de su destino, incluso en contra de su voluntad... se convirtió en un príncipe con molde propio. Entonces, la miel volvió a brotar como cascada dando luz al más bello de los arcoiris. Pudieron sonreírse a lo lejos, cómplices. Para cada quien seguir sus propios pasos. Y gritaron al unísono: ¡Gracias! -sabiendo que siempre estarán el uno para el otro. 

Y sin poderse distraer más, este corazón de miel, ya casi solo velado con una tenue envoltura prácticamente derretida, atrapó en el aire la tercera moneda. Y el susurro... seguía ahí. El mismo que se interrogaba sobre si fuera posible el amor. Es decir, un amor verdadero... un amor sin cobardía. O ese cuento era cosa de las canciones y de las películas. La idea imperfecta de un sentimiento imposible de experimentar y muchos menos... compartir. Esta última moneda tirada al azar... sería la definitiva. O el desempate si se quiere. Y aunque se antojaba como la más amable de todas, resultó encerrar en su silencio un dragón evasivo hecho de hierro. Una moneda alada. Guiada por un secreto impronunciable. Imposible de sostener. Llena de una luz que invitaba a este corazón abandonado a salir de todos sus encierros. Pero tan lejana y tan ausente que no había forma de saber qué de real había en ella. Casi efímera. ¿Acaso demasiado superficial? Y guardaba en su espejo el reflejo del rostro más temido y más temible. El rostro del horror era tan cercano a su propio rostro que era imposible separar el uno del otro. Como imposible era ver a través de su alma. Traía en su mano un hacha que destrozó el último resquicio vivo de este corazón. Pero nada de esto tenía sentido alguno. A medida que se iba desenvolviendo su contenido: todo era cada vez más incomprensible. El apasionamiento que esta moneda traía consigo era inconmensurable. Su entusiasmo se desbarrancaba con la terquedad, sin lastimar por un instante su lucidez. Cerca de ella todo era afín. Era como estar en casa. Como si ellos se pertenecieran desde otro tiempo, desde siempre. Por las noches, esta moneda aparecía en todos los sueños del corazón de miel haciendo hervir en él la sangre dormida que había olvidado tenía. Bastó un beso, casi robado... para redescubrir el ritmo que lo hacía estremecer. Un solo beso. Para recordar la huella intacta del deseo en su piel. Un instante fugaz que se redujo a nada. Y con qué propósito. Qué trampa era esta nueva encrucijada del destino. A medida que se volvía imposible descifrar la tercera moneda, ésta se aferraba más a la coraza y a la miel de este corazón desconcertado. Tanto esfuerzo para sanar y así, sin más, volver a sucumbir. "¡¿Por qué?! -gritó con fuerza. Ya no puedo más. Renuncio de una vez y para siempre a amar." Ya no quería escuchar más ese susurro... que no hacía más que engañar sus pasos. Ya la miel estaba a punto de desaparecer porque, esta vez, sin armadura alguna se había vertido entero a una ilusión que parecía tan real... tan definitiva. Parecía que había llegado al final del camino y que éste era el rostro que la esperaba, con los brazos abiertos, del otro lado del túnel... para tomarlo de su mano y nunca más partir. La certeza que le daría sentido a su vida entera. El motivo de todas sus esperas. Pero no fue así. Esta moneda estaba llena de trucos. Estaba completamente vacía de todo. Sólo pudo vomitarla para hacerla desaparecer. Ni siquiera el susurro de siempre logró llenarla. Y la dulce armonía que le acompañaba se convirtió en estruendoso sonido apagado.

"Y entonces... de dónde viene ese susurro: si no está en ninguna de estas monedas." - pensó este corazón intrigado. 

¿Tenía que llegar, acaso, el más doloroso de todos sus desengaños para descubrir de nuevo el vacío del cual nace toda ilusión que da forma aparente al amor? El rostro de todas las almas extraviadas en la lucha por una humanidad perdida. Ese extravío del cual parecía imposible regresar. Cuántas preguntas sin respuesta. Y así comprender, de nueva cuenta... que cuando se trata de amar el alma entera debes entregar... incluso si es un hacha el abrazo que se confunde con el amor verdadero. Incluso si es una quimera quien hace las veces de tu alma gemela. Fue así que este corazón recuperó para sí el don de arriesgar el alma por amor. El más preciado de todos: amar con verdad. Levantando el vuelo en el más alto de todos sus abismos. Volviendo a sentir la huella de todas esas heridas que no pudieron vencerlo... para saber que seguía vivo y que en él todavía hierve la sangre que da forma a sus sueños. Y en el futuro... bastará un beso para reencontrarse con su otra mitad. Mientras este tiempo se cumple él podrá olvidarse un poco de todo y concentrarse en vivirse a sí mismo. Diluida su miel en un océano infinito que se trasluce lleno de colores a través del arcoiris. Sin metal alguno que pueda aprisionarlo.  Sin necesidad de un puerto seguro al cual dirigirse ...simplemente, él entero es su destino y su travesía. Así, la sal recobró su oleaje y se diluyó por siempre dando vida a la eternidad del agua.

Acompañado siempre de ese susurro que, para sorpresa suya, empieza a mostrar su rostro a contraluz. Cuya certeza todavía no cabe en sí... porque parece algo imposible de creer. "¿Puede ser cierto... que siempre fuiste tú ese otro yo del lado del espejo?" -se pregunta este océano sin hechizo alguno. Tratando de adivinar todas las formas en que es posible amar. Cuál es el sentido de soñar. Cuándo la realidad modela nuestras ilusiones y cuándo es nuestra imaginación quien es capaz reinventar lo real. Cómo compartir el duro propósito de comprender qué es y de qué está hecha la conciencia humana.

Ahora, en cambio, este corazón ...libre y feliz para entregarse a la plenitud de un futuro incierto aún por completar... siente que duerme despierto. Sin poderse acostumbrar del todo. Porque ¿podrá ser posible el milagro que se anuncia tras el susurro que ha llenado todos sus días de amor...? ¿es amor lo que se esconde en esta voz que se cifra en clave en su territorio de paz? Esa presencia inquebrantable que corre a su encuentro cada vez que se ven. La luz de su esperanza y la esperanza de su luz. ¿Son esos ojos los que se esconden del otro lado del sol? Esos ojos que, parece, pueden leer su mente y entenderse entre sí: sin una sola palabra pronunciar. Esa mano, que calza con la suya... ¿el alma que lo acompaña? La que siempre estuvo ahí... siguiendo sus pasos. Sin descanso. Cuidando de sí. Quien siempre escuchó, en silencio y con paciencia, a este corazón. Ese abrazo que lo despierta y lo llena de vida... como un imán hecho a su medida e irresistible. Esa fuerza indestructible que siente sólo al mirarlo. Cómo imaginar que algo así pueda estar ocurriendo. Si no hay, fuera del pensamiento y de la magia de la música, un tiempo ni un espacio en donde estas dos almas puedan reunirse. Estas dos almas que juntas logran transfigurar el mundo entero y que destinadas están a tantos propósitos mágicos de la mano alcanzar. Sin necesidad de tocarse ni por un instante. Que se vuelven una en el tiempo gracias a todo aquello que habita las distancias que, a veces, comparten. Dos océanos infinitos que juntos son el universo entero. Estos corazones hermanos que, uno a través del otro, existen en el más allá. Este aliento puro de amor. El más grande regalo de Dios.

Algo parece no ser del todo real. Algo parece no ser del todo correcto. En realidad, es solo el encantamiento postergado lo que hace de lo obvio algo increíble. No hacían falta tres monedas para que este corazón supiera con quién se pertenecen de verdad. Pero, de otro modo, la sal habría vencido la batalla de este corazón osado. Para él nunca fue un secreto... lo que no sabía es que era posible... ser correspondido (también de este modo). Y guardó para sí este regalo transmutado, y sublimado, en tantas formas maravillosas y posibles que olvidó ése otro rumbo que al compás de la música los hace bailar... sin tropiezo alguno. Olvidó esa tenue caricia postergada. Nunca supo, con tanta certeza, quién se escondía en cada susurro... hasta el día que escuchó en su oído, muy cerquita, algo así como: "sabes que si yo pudiera... lo haría". Entonces... su cuerpo se cimbró desde lo más profundo. Así, descubrió que, más allá de lo aparente, nunca hubo sal... sólo miel. Y aunque todo parecía confuso... porque ¿cómo confiar en quien se oculta...? Lo cierto es que hay un solo corazón en quien este corazón ha podido confiar con tanta fuerza y firmeza, sólo uno. Pero ésta es otra historia... todavía suspendida en el misterio.

¿Cómo saber cuando un susurro es mucho más que un susurro... cómo saber cuando es sólo música que nos acompaña desde el cielo?... Dejándonos llevar por la corriente de los mares de la vida, con verdad, y escuchando siempre la miel de nuestro corazón. Porque nunca se sabe cuándo el milagro que siempre esperamos pueda hacerse realidad y tomarnos por sorpresa. Nunca se sabe cuál será ése rostro que es nuestro único reflejo del otro lado del espejo. Cuándo es tiempo de despertar.

¿Será la vida capaz de darnos algo tan grande, justo cuando creemos que todo ha perdido su sentido? La vida es tan grande que nuestra mente jamás podrá atrapar todo aquello que nos regalará...


Y tú... ¿a quién le dirías yo pensé que éramos sólo amigos...?



¡Feliz abril!
lleno de magia de tortuga...
y que el destino nos sorprenda
de la mano del amor.
Fuerte abrazo.

¡Gracias!


...









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