miércoles, 3 de abril de 2019

la revelación...

... de la certeza.



Es sólo cuando entre el sí y el no... desaparece el punto medio: que existe la certeza. Cuando, sin otra consideración posible, nos atrevemos a actuar con la determinación que la vida merece. A hacer lo que es correcto. Sólo por el hecho de ser correcto. Sin dudas. Sin temor. Sin otra certeza que la de un sí rotundo. Sin otra razón que la de sí misma.

Lo que es lo que es... sin ocultamiento alguno. Es innegable. Porque incluso para ser negado... necesita ser dicho. Porque al pronunciarlo no pierde nada de lo que significa. Es aquello que se nombra, aun cuando, se pretende decir otra cosa. Y se nos revela sin esfuerzo en el más mínimo detalle de nuestra expresión, a veces...sin intención o propósito. Pero cierto.

Los objetos de la certeza son espacios que, no importa cuántas veces los cambiemos de lugar para no mirarlos, ni de cuántas formas los escondamos o tratemos de olvidarlos... aparecen y reaparecen en todas las formas de nuestro trazo. Llevándonos a descubrir de su mano aquello que se expresa a través de nosotros... antes de nosotros saberlo.

Es el sobrecogimiento que sentimos frente a la alegría de ver hecho realidad lo que parecía no existir. El temblor en las piernas antes de decir la verdad que nos inunda. El sudor en las manos cuando es el alma que habla a través de nuestra voz. El enmudecimiento inexplicable que nos sofoca como si estuviésemos en un elevador. El mensaje velado que se corta y recorta en pedacitos tratando de esconder su grandeza en la precariedad. Ese mirar con disimulo aquello que acapara toda nuestra atención. La incomprensión que nos perturba cuando la lógica de los parlamentos no se sigue conforme a las coordenadas de nuestro diálogo. La sonrisa que se devela cuando, al fin, llenamos los espacios vacíos de la narrativa secreta de la vida. 

Todas ellas: señales que nos bendicen a lo largo de nuestros días y que nos dejan perplejos... ante la inmensidad que nos regala la sola posibilidad de que lo más inesperado se vuelva real. La certeza de que si nos distrajéramos bastaría el viento para hacernos saber que de forma alguna podemos escapar a la verdad. Bastaría un colibrí para brindarnos las buenas noticias que se nutren de nuestros sueños. El aleteo de las mariposas blancas que se multiplican sin más, cada mañana. El grillo de la esperanza que con el verde de su piel nos anuncia la felicidad en puerta. Los restos oníricos que encierran la memoria de nuestro corazón.

El rayo de sol que entra por la ventana. La luz de la luna que nos arrulla. El rostro que da vida al beso anhelado. La saciedad de nuestro deseo, antes de cumplirse. La pausa de todo aquello que deja de importar. El descanso de la resolución. La entrega sin prisa. El dulce olor a calma. El cese de la ansiedad. La certeza de amar. Y con arrojo el futuro abrazar.

Es así como aprendemos a saber cuando un sí es un Sí.


Y tú... ¿sientes con certeza?



Felices sueños...
queridas tortugas.
Y que la certeza
las inunde de mágicas
sonrisas.
Junto con la alegría
de atreverse a volar.







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