martes, 21 de noviembre de 2017

arte y política...

... el arte de la política o si se quiere: la política como arte.

Parece una tarea profana trata de equiparar el arte con la política. Tratar de hacer equivalente el mundo de lo sublime con la arena de lo mundano. Sintetizar en nuestra práctica de la vida pública: la posibilidad de nuestra dignidad humana. Más aun, en un tiempo en que ambas labores se han desvalorizado enormemente. 

En especial, frente a los discursos de productividad, eficiencia, eficacia, transparencia y rendición de cuentas. A la luz de los cuales, vivimos en deuda y en falta de algún "pecado" que pudiéramos cometer. Con base en el hecho de que todos somos "sospechosos" y bajo la presunción de que todos mentimos y engañamos. Sin confianza alguna en nuestra humanidad, honestidad y buena fe. 

Vivimos la era de la persecución de nuestros actos públicos y privados, en tanto, los espacios privados se evaporan entre el anhelo por la aprobación moral de quienes nos observan en espera de que cometamos un delito que se pueda perseguir. De lado quedan nuestra competencia (en tanto capacidad, formación y experiencia), el respeto a nuestro profesionalismo, la prerrogativa de nuestra integridad jurídica y el desarrollo de nuestra personalidad. 

La función pública está cautiva por el miedo a la letra chica y cada día más impedida de tomar decisiones y llevar a cabo proyectos de mayor envergadura. La aversión al riesgo es un incentivo que inhibe su vocación de servicio al bien común. Las tareas sustantivas son sacrificadas por el formalismo (de la "rendición de cuentas" e indicadores de "eficiencia") que opaca el verdadero logro de los virtuosos propósitos contenido en los objetivos programáticos y el alcance óptimo de los resultados previstos. 

Dejando de lado, en la mayoría de los casos, el impacto real de tales resultados en la vida de la comunidad y el desarrollo social. Impacto que va mucho más allá de cualquier variable de medición incluida en los criterios justificantes de partidas presupuestarias o indicadores de cumplimiento de metas anuales en los planes de trabajo. Minimizar el carácter sustantivo de tal impacto contraviene el principio mismo de la función pública. 

En este sentido, vivimos la peor era para la comprensión y el reconocimiento mutuo entre seres humanos. ¿Será éste el camino para "combatir" la corrupción? Bandera tan en boga en nuestro tiempo.

Creo que debemos ir desentrañando con mucho más cuidado todas estas consideraciones. Empecemos por encontrar algún consenso para definir la corrupción. En mi opinión, la corrupción, a diferencia de otras prácticas de la ilegalidad, tiene dos componentes ineludibles: la complicidad y la legitimidad de facto que la hace vigente. 

A qué me refiero... La corrupción es una cultura. Una forma de vivir. De comunicarse y relacionarse entre personas. Existan, o no, recursos monetarios involucrados. Basta que exista algún tipo de pleitesía o coto de poder que resguardar, para que se genere un convenio entre, al menos, dos personas para justificar el hecho de que pueden coludirse en aras de sacar algún tipo de provecho o ventaja de la situación social en que se encuentran. De ahí que, erradicar la corrupción, es mucho más complicado que iniciar una cruzada de persecución en el ejercicio de los recursos públicos, si lo que realmente se quiere es cambiar tales hábitos de socialización humana. Tan existosa... por cierto. 

Definitivamente, las reglas del mercado (con base en incentivos) el todo se vale en aras de que venza el más fuerte en estrategias y oportunidades, porque así se ha dispuesto en el terreno de la libre competencia, son el mayor incentivo para las práctica corruptas. En gran medida, porque el anhelo de estas ideologías incluye que en tal lucha descarnada de humanidad no hay porqué atender a valor moral alguno, en tanto se trata de un ejercicio técnico de la mejor administración de los recursos. Lo cual es falso. 

El ser humano no puede ser desprovisto de la vida ética y moral que lo compone. Y en cada uno de sus actos hay un afecto profundo a todo aquello que determina sus deseos y el rumbo de sus aspiraciones de corto, mediano o largo plazo. Así como, es fundamental la posibilidad de establecer y estrechar lazos humanos (e incluso afectivos) en este proceso. Sin por ello establecerse un convenio de corrupción. Por el simple hecho de reconocer en el otro la humanidad que nos comulga.

La corrupción estaría implicada en el abuso ético de tales motivaciones y relaciones personales. En la práctica, es una línea muy fina de delinear. Poder probar en pesos y centavos tales convenios malavenidos, parece volver más objetivas tales prácticas perseguidas. Sin embargo, se minimizan los efectos nocivos de los abusos de poder de grupos organizados, para preservar el poder a toda costa (sin importar el nivel ni alcance de dicho poder), cuando no intervienen prácticas ilícitas en el ejercicio de recursos públicos. Las cuales son más graves aún. Por lo que el desvío de la atención en la persecución de pesos y centavos, contrario al objetivo deseado, fortalece e incrementa la cultura de corrupción.  Se generan nuevas alianzas para simular con base en las reglas establecidas y, así, conservar el poder y la ambición que motiva la corrupción.

La suma de todas estas ficciones, aunado a un tiempo en el cual vamos perdiendo poco a poco el apego a la relación humana y la convivencia social: con el único propósito de compartir, son la suma de todas las razones por las cuales la corrupción es cada vez más fructífera. 

Aliarse para sobrevivir ante un mundo social que se funda en la adversidad de la lucha entre la vida y la muerte para administrar sus recursos, parece ser la única manera de rescatar el más mínimo valor de nuestro sentido vital. Vale más saber que contamos con alguien, en quien podemos confiar y en quien podemos depositar nuestra lealtad y fidelidad, que la inmaculada recompensa de ser personas moralmente perfectas. 

Por no mencionar lo aburrido que es vivir en un mundo de "beatos", quienes, a mayor dominio en las agenda públicas y propagandísticas, más arbitrarios se vuelven en sus juicios (y descalificaciones) ante el placer por la vida, la diferencia entre los seres humanos, el valor de las relaciones personales y el ejercicio de cualquiera de nuestras libertades. 

De este modo, somos perseguidos en todos los ámbitos de nuestra vida y la convivencia social deviene en un cúmulo de responsabilidades infinitas que nadie puede cumplir. Y que todos deben perseguir persiguiéndonos entre sí. 

Lo interesante es que ninguno de estos esfuerzos han logrado incidir significativamente para evitar los severos desfalcos a la luz de la corrupción ni en mermar un ápice la fortaleza innegable del crimen organizado y del narcotráfico frente a la vulnerabilidad de todas nuestras instituciones (evasión exponencial de impuestos y lavado de dinero, mediante). Estas últimas, las instituciones, más interesadas en derrochar recursos para fiscalizarse y autoescultarse, justificarse y volver a validarse en cada uno de sus actos de gestión administrativa. 

Y lo más grave: son quienes menos tienen quienes siguen a la espera de soluciones de Estado a problemas que aparecen cada día más irresolubles. Así como, son las personas más necesitadas las que más se empobrecen cada día. Y frente a esto, la moralidad de las "manos limpias" prefiere siempre mirar para otro lado... y postergar cambios inmediatos y efectivos, porque hay alguna teoría y algún discurso que logra aún justificar que "ni modo... lo urgente puede seguir siendo postergado". Tendremos todavía que esperar hasta tener un modelo teórico de análisis que logre dar consenso para dar vida a quienes más carecen de ella.

Frente a esto... el lugar de la política debe volver a ponerse en el centro de la gestión pública. Ya basta de tanta distracción administrativa que solo nos hace a todos perder el tiempo. Y desmitificar la posibilidad de ejercer el poder de las alianzas políticas, cuando éstas son el arte virtuoso de la administración del poder. La austacia de la verdadera escucha para lograr consenso entre voces disidentes. El compromiso por la consecución del bien común. El dominio de gobernar con justicia y democráticamente. Con legitimidad y honestidad. 

Las personas elijen ser honestas no por temor a ser perseguidas. Elijen hacer el bien por el simple hecho de saber que es lo correcto. No existe ley alguna que logre inclulcar las buenas prácticas entre gobernantes. Es el honor y la buena voluntad lo que nos hace capaces de hacer el bien, ser generosos y actuar en consecuencia. No son los castigos severos lo que nos hace enmendar nuestros errores o defectos. No es el escándalo del escrutinio público lo que motiva nuestra honestidad. Es la confianza entre iguales lo que nos hace dignos de asumir la responsabilidad de tomar decisiones en nombre de todos quienes puedan ser beneficiados de nuestros actos. El respeto a nuestra humanidad, independientemente de nuestras diferencias, es lo único que logra que comprendamos que podemos coludirnos para dañar a otro ser humano ni sacar provecho propio de una labor destinada al bien de todos. 

El arte de vivir empieza con el reconocimiento de nosotros mismos y la confianza en nuestras propias convicciones, sin necesidad de anular otras identidades ni menospreciar otras convicciones. El odio y la venganza son el resquicio que alimenta los discursos anticorrupción, en el fondo, desde la voz del resentimiento que lo único que reclama es no poder gozar de tales pleitesías para sí misma.


Y tú... ¿confías en nuestra humanidad?



Feliz semana de Revolución!!!
Abrazo fraterno lleno de arte 
y magia de tortuga.
Construyamos un mundo mejor
sin necesidad de perseguirnos
los unos a los otros.
Renunciemos al juicio severo
para recuperar la inocencia
de nuestra dignidad.
Reconozcámonos iguales.
La vida se finca en el placer 
de nuestras libertades.
No renunciemos
nuestra Humanidad.
Gracias.









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