lunes, 26 de marzo de 2018

Aeropuerto sí...

... aeropuerto no.



Para empezar la semana, mágicas tortugas, me voy a detener con un poco de cautela a reflexionar sobre el debate abierto sobre la pertinencia de seguir adelante con el colosal proyecto de un nuevo aeropuerto. En las fotos vemos ya una primera estructura construida y alrededor del tema se debaten distintos aspectos polémicos. 

Tratemos de sacar la discusión de la coyuntura electoral. Porque eso ensombrece nuestra visión. La pregunta es: ¿es el mejor proyecto para solucionar la necesidad que tenemos de un aeropuerto más grande? ¿Qué otras soluciones se pueden poner en práctica? ¿Cuáles son nuestras necesidades prioritarias?

Se han escuchado pocas voces en contra de este nuevo aeropuerto, es un proyecto monumental, lo cual lo hace sumamente atractivo a nuestra vanidad, de una u otra manera, todos queremos ser parte de este recinto del futuro: próspero y tecnológico. Como pasa con todas las grandes obras. 

Creo que la solución es una cuestión técnica. Tanto su viabilidad en materia de ingeniería de construcción, como su rentabilidad sustentable a lo largo de todos los años que durará el proyecto de construcción. Es importante no minimizar la mano de obra involucrada y garantizar que sea bien pagada. Y definitivamente, es indispensable, revisar los contratos y que no existan irregularidades ni evidencia de algún tipo de corrupción. 

En lo personal, desde que se anunció este proyecto, me pareció un elefante blanco. Lo pueden constatar en alguna de mis misivas de entonces. Además la economía no creció como se esperaba y no estoy segura, si para cuando se lanzó tal iniciativa, ya enfrentábamos la brutal caída de los precios del petróleo. ¿Tenemos la capacidad de llegar a buen puerto con la consecución de esta obra?

Legalmente hay mecanismos que permiten tomar acciones al respecto. Tanto quienes quieran impedir la continuidad de la construcción, como quienes quieran seguir adelante con los trabajos ya pactados. Someterlo a una consulta pública es una opción para dirimir sobre el nivel de aceptación, entre la ciudadanía, sobre una obra puesta en cuestión y de tal magnitud. Pero, de ninguna manera, puede ser el único criterio para esta decisión. Es un factor más. Porque los ciudadanos no estamos obligados a ser expertos en todas las materias técnicas de decisión del Estado. Ese es el trabajo de los funcionarios públicos, por eso reciben una remuneración salarial. Nosotros sí podemos expresar nuestro contento o descontento en un debate abierto y nuestras razones son también consideraciones a tomarse en cuenta, en suma con todos los otros criterios puestos sobre la mesa. Somos parte de los interesados pero no somos los únicos actores en juego. Porque si todas las decisiones, en cuanto su resolución definitiva, se van a poner a deliberación de consulta pública, entonces ya no necesitamos un Gobierno, necesitamos un árbitro de plebiscitos. El gran plebiscito son las elecciones y en ellas legitimamos las decisiones que nuestros gobernantes consideren más pertinentes. 

A mí me gustaría que una obra de tales dimensiones, realmente se concilie con beneficios comunitarios de mayor alcance. Por ejemplo, ¿cuántas personas de nuestro país nunca se han subido a un avión? ¿por qué los locales comerciales de los aeropuertos hacen su agosto con precios discrecionales, realmente elevados, solo por estar vendiendo sus productos dentro de un aeropuerto? ¿por qué esto está bien? ¿por qué debe ser así? Insisto: ¿por qué no se garantizan sueldos significativamente altos para los trabajadores que levantarán pieza por pieza tal promesa de desarrollo y modernidad? En serio, necesitamos un verdadero compromiso social de las empresas y que estén dispuestas a compartir un poquito de las ganacias millonarias implicadas. ¿Son rentables los beneficios y costos durante la larga etapa de construcción? ¿Se logrará concluir en tiempo y forma, respetando el presupuesto programado al día de hoy? ¿Quién va a financiar el sobreprecio de la inversión? Finalmente, un factor determinante para la decisión es contar con una mejor opción para resolver las necesidades de un nuevo aeropuerto. Se construya o no, no puede haber duda alguna de que todo se ejecute conforme a derecho y, si hay corrupcion involucrada, ésta debe subsanarse. Sea quien sea el próximo presidente.

Ahora bien, volviendo a las consultas públicas... Reflexionemos sobre el caso de las reformas estructurales, independientemente de que podamos dar nuestra opinión y esto nos obligue a informarnos mejor en temas que nos competen a todos; y de que nuestra voz también sea escuchada; la discusión fuerte estará en manos del poder legislativo. Y no se trata de echar montón, como sí pasó cuando se promulgaron, se trata de debates a profundidad, de no dar pasos hacia atrás como cangrejos para que gane la consigna de una identidad partidaria. Porque, definitivamente, son perfectibles. Fueron una apuesta ciega. Hubo consenso, entre más de los que se atrevieron a reconocerlo, de que era ya el momento de entrar en una nueva etapa; más urgidos por los tiempos del mundo y la necesidad de competir a nivel internacional, pero también porque tampoco era ya viable lo que teníamos. Y no todo lo que quedó plasmado en el papel es incorrecto. Y ése fue el gran acierto del Pacto por México. Conciliar intereses particulares en un objetivo común. Las cámaras llevaban años de parálisis por las pugnas entre bancadas y la falta de un Presidente con competencias ejecutivas, es decir, competente. La desventaja representativa entre sus opositores impidió que pudieran influir más constructivamente y lograr un término medio: la conjugación justa de todos los intereses involucrados. Aunque basta revisar las versiones estenográficas de tales sesiones, y se los recomiendo, para encontrar testimonios históricos valiosísimos de cómo se apeló de todas las formas posibles a repensar algunas de las consecuencias de tales reformas. Fueron largas noches sin pegar una pestaña. A lo que voy: no estamos en un territorio de blanco y negro. Tampoco es un asunto de deslegitimar los resultados alcanzados con estas reformas solo por el prurito moral de no apoyar al adversario. Se trata de ver con lupa, de tener el valor de reconocer las deficiencias implicadas y juntos construir el modelo más eficaz para el desarrollo de todos los habitantes de México. Tampoco se trata de despertar el encono entre la población para empezar a desgarrarnos las vestiduras por estar a favor o en contra de tales reformas, que ya no son tales, ahora son las leyes que nos rigen. Y como tales, no son absolutas e inconmovibles, son un ejercicio de constante construcción en aras de hacerse reales. Por cauces pacíficos e institucionales. Con argumentos y respaldo de datos precisos.

En conclusión, las consultas sí son loables y virtuosas pero, de ningún modo, son suficientes para la deliberación última de las decisiones de Estado. Son un complemento en el juego de la política: de la administración del poder y de los recursos públicos. Son un ejercicio democrático que sí fortalece la participación ciudadana. De forma acotada. 

Y quisiera terminar con tres acotaciones dialógicas sobre tres columnas que vieron la luz en días recientes: con Jesús Silva-Herzog, Enrique Krauze y Eduardo Caccia; en el Periódico Reforma. 

En orden de aparición... De ley y pueblo... Me parece un poco injusto reducir la postura de López Obrador a un delincuente. Porque quien no respeta la ley y actúa al margen de ella, delinque. Además, la complejidad involucrada en las paradojas de la legalidad efectiva rebasa, por mucho, la figura de Andrés Manuel. Llama también la atención que "a-priori" se establezca una relación de descalificación entre la voluntad del pueblo y el equívoco de su voz. Precisamente, porque ni AMLO, ni ninguna otra persona, puede encarnar en sí la pluralidad de tales voluntades que conforman el abstracto conceptual de la palabra genérica "pueblo"; nadie puede tampoco asumir que, si se trata de lo que quiere el pueblo, se trata de un juicio de valía menor, de una voluntad disminuida, de la voz de la ignorancia. Lo cual queda implícito en la postura de este artículo de opinión. Tampoco es acertada la comparación distintiva entre pueblo y sociedad civil. Sí es cierto que el candidato de Morena expresó su desconfianza crítica a algunos movimientos de la sociedad civil organizada y a los intereses maniqueos que algunos representan. Lo cual sí tiene fundamentos. No hay que soslayar el hecho de que no son la única voz de la ciudadanía. En mayor o menor medida, son representativos de fragmentos de la sociedad, de ahí su legitimidad. Y ése es su valor de balance y contrapeso frente a estructuras formales de gobierno que no alcanzan a establecer una relación directa ni virtuosa con la mayoría de la población. Yo, francamente, no creo que las organizaciones civiles son una suerte de elíxir inmaculado que combate todos los excesos del Gobierno, sin equívocos propios. No creo que se tenga suficientes elementos para asumir que López Obrador considera que las personas que integran estos grupos de la sociedad civil organizada estén fuera del pueblo. En sentido estricto, fuera del pueblo no queda nadie. El pueblo existe gracias a cada uno de nosotros, por igual. Los ciudadanos sumamos, en conjunto, la realidad del pueblo. En una abstracción compartida que nos permite identificarnos unos con otros en el complejo entramado que constituye una Nación, como parte de una unidad en tensión constante con cada una de sus particularidades, para arribar a un equilibrio social. Pues los tiempos monárquicos en los que se podía trazar una distinción, incluso sanguínea, entre la élite del poder y el pueblo... no son nuestros tiempos. Y en este sentido, AMLO sí se equivoca cuando trata de polarizar a la población entre ricos y pobres como si fueran dos castas, vicio recurrente del que no tenemos mucha evidencia en esta tercera campaña. Su discurso de reconciliación nos ha mostrado, hasta ahora, que esta vez sí es consciente de que si llegase a ganar, será el Presidente de todos por igual. Y que todos contamos como parte del Pueblo. La sociedad civil organizada es una parte sustantiva de este pueblo... emblemático, si se quiere. Pero sociedad y pueblo deben entenderse como sinónimos. A lo que se contrapone la sociedad, como civil, es decir, ciudadana, es a los cuerpos de seguridad, a las fuerzas armadas, a la doble función cívica de los funcionarios públicos en su carácter de entes de gobierno, pero en ninguno de estos casos, estos pierden su carácter ciudadano. Estas personas adquieren una doble responsabilidad sobre la incidencia y el poder de su quehacer frente al resto de la ciudadanía. Lo que llamanos el pueblo y la sociedad civil, solo se distingue cuando se trata de organizaciones formalmente organizadas bajo un esquema legal específico. Lo cual les brinda un estatus intermedio entre los órganos del Estado y el resto de los ciudadanos, quienes no dejamos de ser ciudadanos por no estar organizados en gremio alguno. Y creo que lo que sí es claro y evidente es que Andrés Manuel le otorga un carácter vivificado al pueblo: a los que no tienen voz, a los que enfrentan realidades aberrantes, a quienes más necesitan intregarse a nuestro modelo productivo, con dignidad. Como sus interlocutores prioritarios. Mi pregunta a Silva-Herzog es porqué él piensa que esto es algo negativo, porqué cree que esto es formalmente un acto de ilegalidad. ¿Por qué afirmar que "El pueblo de México es mayor de edad, el pueblo es sabio y sabe muy bien qué representamos cada uno de nosotros, y la gente quiere un cambio verdadero" es algo tan grave? Peor aún, cuál es la evidencia que se tiene de que esto falso. Mi lectura es inversa, esto no da cuenta de que López Obrador piensa que su voluntad encarna la voluntad de todos (y porque lo dice él), por el contrario, él se coloca por debajo de esta voluntad y asume que no se trata de él, se trata de escuchar lo que todos tenemos que decir. El hecho es que, tanto durante su gestión en la Ciudad de México, como durante sus campañas, no ha hecho otra cosa que poner en la agenda pública debates de interés nacional y todas las voces han salido a la escena pública, nadie ha sido tan escrupulosamente cuestionado como él. Y nadie ha desperdiciado la ocasión para poner sobre la mesa su punto de vista. El abre los debates. Nos conmueve a todos a ser parte de la solución. Se puede pensar que es un acto demagógico. Pero si fuera demagogia, simplemente tomaría posturas de convencimiento por simpatía, nos diría lo que todos queremos oír, no se comprometería con siempre defender lo que él cree que es correcto, y dar razones, sin temor a ser impopular o a ser desacreditado. Por eso es tan polémico. Porque, de todos los actores políticos, es quien verdaderamente nos da la oportunidad de confrontarlo. Hay en él una transparencia, de sus vicios y virtudes, que lo vuelve acequible a nuestra voz. Estamos tan acostumbrados a los discursos con maquillaje, de manual de comercial de venta de productos en el supermercado, que no nos permitimos asombrarnos frente a alguien que se muestra a sí mismo del modo que quiere ser. Su convicción por convencernos por la vía de la legalidad está probada en su incanzable batalla por alcanzar la silla presidencial, con apego a los mandatos institucionales. El no quiere caernos bien, él quiere nuestro voto de confianza para poner en práctica los anhelos de su voluntad política. Y podemos estar o no de acuerdo con sus convicciones y alternativas de cómo quiere gobernar, lo que no podemos es solo descalificarlo porque nos cae mal. Ni hacer una inferencia falaz entre si es malo para mí: es malo para todos. 

Cada quien tomará su decisión, conforme a sus propios juicios de valoración. Habrá ganadores y perdedores, y lo debemos afrontar. Así funciona la democracia. Y sea cual sea la decisión que sume más, juntos tendremos que confiar en que serán seis años en los cuales habrá buenas obras para el buen curso de nuestras vidas. Y como pueblo, debemos encontrar la forma de contribuir a minimizar los defectos y daños involucrados en todo mandato presidencial. Como ha pasado en los sexenios anteriores. Con mayor o menor efectividad: eso depende de nosotros. En un marco de paz y con respeto. Seguimos juntos en este camino. A veces más satisfechos, a veces más identificados y a veces más frustrados porque nos habría gustado un desenlace distinto. Pero nada de esto tiene porqué ser trágico. Se trata de la continua evolución y crecimiento de nosotros mismos, de nuestras instituciones, a través de nuestras experiencias y decisiones. En igualdad de condiciones, a pesar de nuestras diferencias.

Un poco en esta misma tesitura, me da la impresión de que Krauze no descansa en su labor por proyectar en Andrés Manuel todos los horrores de la historia de los líderes excepcionales. Me intriga el despreció con que usa la palabra "caudillo". El es un experto en biografías históricas, mi pregunta es ¿se podría trazar la Historia sin estos grandes personajes de la política que encarnan en sí un fascinante haz de claroscuros? ¿Se podría nombrar un personaje, un líder que haya marcado significativamente la historia de la humanidad, a quien no pueda atribuírsele las debilidades egocéntricas que trata de satanizar en Andrés Manuel? Uno solo. Sus referencias mesiánicas cada día me convencen más de que quien tiene una fijación mesiánica es Enrique Krauze y que transfiere una cantidad de antivalores a López Obrador, en donde parece que lo único que logra es encumbrarlo como el temible "anticristo". El candidato de Morena es un ser humano igual a usted. O, muy estimado Enrique: ¿usted cree que no? ¿Qué es lo que los hace tan sustantivamente distintos? ¿Qué verdad superior posee usted que lo coloca tan por arriba de este hombre del pueblo "común"? Creo que podemos ser más objetivos y distinguir entre su valoración, muy personal y válida, que vincula consecuencias catastróficas para la población, efectivamente documentadas, en relación con la encarnación del poder en cacicazgos autoritarios, y poco legítimos en un escenario demócratico; y entre la posibilidad de una valoración más abierta y generosa que nos brinde la posibilidad de interrogarnos sobre si estamos frente a un evento histórico sin otro referente que el futuro. Sin reduccionismos. Aun cuando, podamos trazar análisis en paralelo con tiempos pasados, cada etapa de la historia tiene su escenario propio. Admito que soy una admiradora de la diálectica de hegeliana, así como, estoy convencida de que Hegel se quedó corto en las posibilidades del dinamismo diálectico de los procesos históricos. Si usted, "suspendiera el juicio" por un instante, y tejiera más fino, a través de la posibilidad de que Andrés Manuel fuera presidente, otros desenlances posibles, nos regalaría valiosos elementos para nuestra decisión. Porqué queremos encasillar el presente en un pasado perdido e irrecuperable. Que si es izquierda, que si es derecha, que si es populista, que si es conservador, que si es liberal, que si es anacrónico, que si es priista de nacimiento, que si es un dinosaurio, que si es el viejo PRI. (Y aquí hago eco a Roger Bartra y su reciente entrevista difundida en los medios; él sabe cómo lo aprecio; y por supuesto hago eco a Andrés Manuel, quien da pie a estas comparaciones, honestamente, no sé si es un buen camino a explorar; tampoco sé si sabe que lo trato con aprecio, pero bueno, ustedes ya habrán podido deliberar que yo, probablemente, sí vote por él. Nos falta un largo trecho aún.) Dejemos descansar en paz al PRI. Al menos, tratemos de dilucidar qué es el PRI hoy en día; esto es lo único vigente. Al menos yo, tengo muchas interrogantes al respecto. Los gobiernos estatistas y nacionalistas no podrán volver a repetirse. Serán otra cosa, si los hubiese. Y no es eso lo que está en cuestión. Lo que está en cuestión son las mejores soluciones para nuestros problemas urgentes. Ninguno de los cuales tiene símiles en la historia. ¡Qué no vemos que toda esta simbología está desfalleciendo! Miremos hacia adelante. Los tiempos nos exigen recategorizar nuestras concepciones ideológicas, su vigencia está en total deterioro. Esta es una de las características de los procesos históricos. Así es como el neoliberalismo se posicionó como una alternativa viable, dadas ciertas condiciones. Pero, actualmente, no hay un solo modelo que nos alcance para lograr mejores resultados. Las variables de análisis son para enriquecer las reflexiones, no para hacer calzar los eventos del presente en un escenario inexistente cuyo correlato histórico no nos alcanza para comprender el futuro. Un futuro en ciernes. Coincido en, con prudencia, no desdeñar las enseñanzas que nos han dejado los sucesos históricos, pero invito a Enrique Krauze a arriesgar un poco las valoraciones de su percepción y no desdeñar otros escenarios posibles. No porque usted tenga que cambiar de opinión, es claro que no votará por AMLO; ésa es su prerrogativa, así como, expresar libremente todas sus opiniones; sino para que descubra el respeto que merecen quienes sí apoyan a AMLO y evite la tentación de inculcar terror entre sus simpatizantes y no simpatizantes. Esta sí no es su prerrogativa. Todos tenemos igual derecho de elegir de acuerdo con la valoración de nuestra percepción.

Y ya para despedirme... no puedo dejar de comentar los excesos de Eduardo Caccio en su Pollice verso. ¡Hittler! ¡¿En serio?! ¿Tan lejos vamos a llegar?... Me permito hacer un exhorto a la moderación. Uno más... A revisar un poquito la historia de Alemania y establecer vínculos reales y precisos, si los hubiese, con México y con el presente. Porque si de verdad quisiéramos hacer un correlato con una buena comprensión y definición del fascismo, creo que sería inevitable reconocer que, entre nuestros candidatos, él único que satisfacería tal parangón es Anaya. En otra ocasión, ahondaré más esta percepción personal que tengo desde hace días guardada en el tintero. Pero me he resistido a compartir estas reflexiones, porque creo que es un poco irresponsable pisar tales territorios. En aras de la alegría y el diálogo al que tanto invito, a través de mis letras, para construir juntos este proceso electoral. Y sí, ya compartí con ustedes la experiencia que me suscitó la faceta inconciliable de Andrés Manuel, al sentir (y enfatizo sentir), el alcance de la diálectica de dominio y sumisión de algunas formas de la expresión de su personalidad. Aun después de esta experiencia, yo no me apego a acuñarle la descripción de un personaje autoritario. Tales debilidades de AMLO, que pude sentir en carne propia y por primera vez lograr empatizar (sentir-con) con quienes  lo desprecian "instintivamente", creo que son más bien folclóricas. Y mi exhorto es a que guarde el equilibrio entre la autoridad y la democracia; esfuerzo y responsabilidad constantes en todo gobernante. Que muestre su carácter sin necesidad de violentar a ninguno de sus interlocutores; por el bien de la comunidad (porque como les compartí: es una experiencia extenuante, levanta un muro frente a sí); por el éxito de la jornada electoral y para no empañar de sombras la luz de su imagen, tan vilmente puesta en entredicho por algunos de sus detractores. Para que se muestre con justicia y nos permita elegirlo o no elegirlo. Y que cada quien inculque con libertad sus propias fobias, si fuera el caso. No porque va arriba en las encuestas, y tiene quien le diga todo el día que es perfecto, puede conformarse con la más débil versión de sí mismo. Y esto va para todos los candidatos: no se pierdan en la soberbia; eso no es sano para nadie. 



Y tú... ¿sabes que también eres el Pueblo?


¡Feliz Semana Santa!
Bendiciones llenas de magia de tortuga.

Hasta mañana...

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