lunes, 5 de marzo de 2018

Y hablando de México...

... elecciones 2018.


Apenas se empiezan a aceitar los motores de lo que será una contienda a todo terreno. Tenemos ya perfilados seis horizontes: Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Margarita Zavala, Jaime Rodríguez, Armando Ríos Piter y Andrés Manuel López Obrador. Si bien este año estarán en juego más escaños, junto con el relevo presidencial, la gran decisión para ciudadanas y ciudadanos será esbozar con su voto la elección de un sueño de país compartido. Algo difícil de delinear ante las opciones que se nos presentan, porque, en aras de capitalizar la simpatía de todos los sectores de la sociedad, los candidatos no siempre logran dejar en claro cómo se diferencian unos de otros. En el discurso tratan de hacer algo incompatible: distinguirse entre sí, ofreciendo casi lo mismo. Y ninguno nos da una idea clara de los cómos para la ejecución de sus promesas. Quizá porque no existen soluciones mágicas para la dimensión de los problemas que nos caracterizan como Nación.

La rivalidad, el odio y las malas prácticas son siempre una gran tentación para derrocar a los contrincantes, sin el esfuerzo de la razón y de la buena política. Se cosechan fobias sin observar que, después de las elecciones, tendremos que volver a identificarnos como parte de una misma República. Para lo cual el diálogo y la solidaridad, el respeto y el trabajo compartido, serán nuestra única posibilidad de construir el país que merecemos. Por este motivo, es fundamental que, como sociedad, aprendamos a distinguir el espacio de la contienda, en donde cada uno elegirá su mejor opción, del terreno de la gobernanza, en donde todos seremos tripulantes del mismo barco. Dicho esto, me aventuraré a compartir algunas reflexiones que me ha suscitado la postulación de los candidatos presidenciales.

No cesa mi asombro ante esta bizarra alianza entre el PAN y el PRD (y asociados). Técnicamente, son claras las consideraciones de costo y beneficio electoral. Pone en evidencia que tratan de compensar la falta de votos, lo cual es producto de su mal trabajo, con la decisión arbitraria de hacer conjugar la voluntad de dos electorados cuya identidad se forjó en franca oposición. Pero cuáles son los beneficios, para la población, de dejar de optar por ideologías y tener que conformarse con la simpatía, las "emociones" y el voto útil. En medio de un camino hacia la resignación por elegir el menos malo y a quien sí tenga posibilidades de ganar. Es una perversión total de lo que fueran los ideales primeros de la política. El tiempo en que se ponían en juego alternativas sociales reales, visiones del mundo que sí ofrecían opciones distintas, a veces irreconciliables. Esta nueva forma “light” de la práctica política atenta contra nuestras libertades. Nos dejan sin opciones reales. Nos niegan la posibilidad de elegir lo que realmente queremos, a falta de información veraz, y de cumplir nuestro mandato ciudadano sin más justificación que la de nuestra voluntad. Ejercer nuestro pleno derecho al voto. El voto es libre y secreto. Y tenemos derecho a elegir sin manipulación ni coerción de ningún tipo. De otro modo, es una cúpula de “iniciados” la que se reparte el electorado sin escuchar la voluntad democrática de la mayoría. El único objetivo es ganar. Ganar la prerrogativa del goce de los recursos del Estado.

Y hablando de repartición… No puedo dejar de intuir que tal engendro como “por México al frente” tiene todas las huellas de un fascismo novedoso. Para mi gusto deberían llamarse “frente fascista contra México” (#). Porque apuestan solamente a la propaganda y sus raíces se remiten solo a la ambición del poder por el poder mismo. La voluntad de dominio al servicio de la aniquilación del otro. Giran en torno al delirio de un candidato totalmente infantil que da cuentas claras de no creer en nada más que en él mismo y que tiene buenas dotes para conseguir lo que busca, a cualquier costo. Un pequeño tirano que disimula sus ambiciones para conseguir "alianzas", quien ha sabido manipular todo el sistema y siempre saca provecho para su beneficio personal. Siendo uno de los más importantes protagonistas de las reformas legislativas del PRI, ahora ataca las mismas reformas que él procuró, con tanto encanto, tocando la campanita en el Congreso de la Unión y manteniendo el orden para que la votación se llevara a cabo con éxito. Es un guardián del status quo. Un emblema de la autoridad sin razones ni legitimidad. Un producto de la cultura del cabildeo mercantil de la mala política. Un cínico autoritario. Quien, ante la primera exhortación de rendición de cuentas, lo primero que hace es mostrar el poco respeto que tiene por las instituciones que aspira gobernar. Su falta de apego al Estado de Derecho. Procurar justicia implica investigar la denuncia de presuntos delitos. Y él debería ser el más interesado en garantizar una investigación exhaustiva para deslindarse con verdad de una acusación por lavado de dinero. Delito nada menor. Así como, tratar de compararse con AMLO y, ahora, acusar a Peña Nieto de tener una agenda personal en su contra, solo deja ver su desesperación, su falta de altura, su oportunismo mediático en tiempo de veda electoral; sus declaraciones no hacen más que despertar sospechas sobre si no es él mismo quien ha orquestado todo este escándalo para ocupar una escena que, de otro modo, no logra alcanzar. Anaya es una muestra del alto grado de improvisación con el que se teje la vida democrática de nuestro país.

Y hablando de improvisar… ¿cuándo habríamos imaginado que el PRI iba algún día a refugiarse en un candidato ciudadano para contender una elección presidencial? Ese gran monstruo del que todos susurran un poco de odio y hacia quien se guarda una pequeña culposa gratitud, por ser el gran forjador de nuestra historia institucional. Ese ente poderoso lleno de contradicciones. Los amos y maestros de nuestra vida política durante el siglo pasado. Ahora, refugiados en un acto de absoluta desesperación. Respaldando a un candidato que con orgullo dice “yo no soy priista”. Pero bien que sí se enriquece a costillas del manto partidista. Tanto políticamente como financieramente. Un buen funcionario de gabinete. Un tecnócrata bien hecho. Un estudioso y preparado en libros y teorías que no necesariamente dan cuenta de las realidades que vivimos. Un modelo del “buen hombre”. Sabe sumar y restar. Multiplicar y dividir. E inspira hasta un poco de ternura su ingenuidad. Pero para gobernar México, definitivamente, se necesita mucho más que modelos matemáticos. Cómo puede alguien sin conciencia ni experiencia de nuestras situaciones más dramáticas, que no tiene empatía humana por los más necesitados, devoto de la caridad y las buenas costumbres, ser el camino de las grandes soluciones que urgen a nuestro resquebrajado país. Alguien de mirada omisa, y ahora en entredicho, frente al posible desvío de recursos públicos. Meade encarna una simulación trágica.

Y hablando de simulaciones… ¿quién es Margarita Zavala? La buena esposa de un presidente mediocre y atroz. ¿Cuál es su proyecto de país? Huérfana de partido, pero estandarte de los valores puros de la sociedad (panista). Es simpática. Inteligente. Con experiencia propia en la vida política nacional. Se esfuerza con buena voluntad para hablar en público y decir solo aquello que la ayudará a seguir subiendo en las encuestas. Se autoproclama como la triunfadora siguiendo el manual de algún libro de autoestima. Se decreta como la alternativa verdadera. Llena de aspiraciones. Colmada de buenas intenciones y adepta a una moral de preceptos. En sus sueños, ella volverá a los Pinos y será la ama y señora de este país. No importa qué logre o no hacer. Solo importa que sepa convencer a todos de que sabe lo que hace. Siempre tiene una buena explicación. No corre ningún riesgo que pueda ponerla bajo el escrutinio público. El aire superficial que la arropa linda con el insulto hacia quienes viven el día a día de una cotidianidad colmada de circunstancias crudas y complejas. Carece de un plan de acción con resultados efectivos. El buen decir no será suficiente para recuperar el bienestar de nuestra Nación. 

Y hablando de resultados efectivos… ¿cuál es el futuro de las candidaturas independientes? Jaime Rodríguez y Ríos Piter coquetearon con la idea de sumar incentivos para unirse en una contienda que creen merecer por derecho propio. Valientes en su postulación, contra viento y marea, lograron hacer eco de su invitación a la ciudadanía a apostar por lo que cada uno representa. Finalmente, se soltaron de las manos y en soliloquio apostarán por su propia suerte. Sus caminos nos brindarán elementos para analizar y valorar el sentido de esta nueva voz que clama, para la sociedad civil, un espacio de participación y representación más efectiva en el juego del ajedrez de nuestra democracia. Estas candidaturas ¿son un aliento para una vida política más incluyente? ¿Son un incentivo perverso que introduce un margen de error a la tendencia de las preferencias que van a la cabeza de la carrera?  Probablemente, son un ejercicio de acierto y error que enriquecerá nuestra capacidad de discernimiento. Siempre y cuando sepan delinearse como claras alternativas.

Y hablando de alternativas… ¿la tercera es la vencida? Qué difícil es hablar de Andrés Manuel López Obrador. No deja de intrigarme la aversión que suscita con su sola presencia. No importa qué diga o haga, cuando se trata de él, la escucha pierde toda la objetividad. Del mismo modo, despierta gran fervor entre quienes confían en él como depositario, no solo de su lealtad, sino de su esperanza. Se sigue alentando el miedo entre quienes hicieron suya, desde el 2006, la idea de que él es un peligro para México. Idea maniquea de la que yo desconfío. Para mí, podemos dar clara cuenta de todas sus virtudes, y defectos, si analizamos con cuidado su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. ¿Por qué tememos tanto del trabajo bien hecho? Esta vez camina con una estrategia más certera: los senderos de la paz, la reconciliación y el diálogo. El logro político de Morena es innegable, acompañado de la duda, y la desconfianza, sobre si se adhiere de las mejores personas. Sin embargo, porqué desconfiamos del compromiso de sus equipos de trabajo, cuando es lógico que en cualquier equipo se puede observar un mejor o un peor desempeño de cada uno de sus integrantes. ¿Por qué a AMLO le exigimos perfección y nos negamos a reconocer que sí se pueden hacer las cosas de un modo mejor?  Con gran arte, logra recuperarse a sí mismo y ofrecernos su madurez y su experiencia, de la mano de su convicción por alcanzar la silla presidencial. Empieza a lograr lo imposible, sumar la diferencia en el seno de un objetivo común: un México entero. Un México feliz. Pero su paradigma parece haberse detenido en el tiempo, como detenida en el tiempo se encuentra la satisfacción de muchas de nuestras necesidades básicas. Ante su rostro colmado de contrastes, la incertidumbre acerca de los riesgos que respresenta y el temor que para algunos él encarna, surgen no menores interrogantes. ¿Le alcanzará la mirada para sumar a su quehacer también la virtud de estrategias ajenas a su formación conceptual? ¿Encontrará el equilibrio entre la osadía y la estabilidad? ¿entre el desarrollo social y la rentabilidad económica? ¿entre la autoridad y la democracia? ¿entre las necesidades de todas y todos los mexicanos por igual, sin discriminación y sin importar su condición social? Porque todos valemos igual, sin importar nuestra clase social. Y en este contexto, cabe resaltar que, en esta ocasión, el candidato de Morena ha ampliado su base electoral y ha logrado sumar dentro de su proyecto agendas más amplias que atañen a todos los sectores de la sociedad.  Nos ofrece la posibilidad de construir un bienestar que no podemos ni imaginar, a cambio, nos pide nuestro voto. Nos ofrece soñar que una vida más plena es posible para todos y que él está convencido de ser capaz de hacerla real. Y de que es un hombre capaz, nadie puede tener duda. Quizá es la certeza de su poder de acción lo que más temor despierta. En un escenario político en el cual todo ocurre sin que nada pase en realidad. Discursos van y vienen y pocas veces vemos políticas públicas efectivas que logren dar solución a nuestras necesidades. Nos hemos acostumbrado a la ineptitud y a la negligencia. Él, en cambio, paso a paso ha recorrido todos los rincones del país. Tiene una idea para cada problema y un claro diagnóstico de cuáles son los problemas que quiere resolver. Suma estrategias para atajar en una sola acción más de una necesidad. Es brillante e intuitivo. Tiene una visión de conjunto. Es un hombre de Estado y un estratega nato. Cree en las instituciones y está comprometido con el Estado de Derecho. Dice lo que piensa y desnuda su carácter a flor de piel, con honestidad. Podemos no coincidir en algunos de sus diagnósticos o en la viabilidad, y riesgos, de algunas de sus soluciones. Pero éste es el sentido de la vida democrática. Distinguir nuestro juicio de alternativas claras puestas ante nosotros y aprender a ser objetivos sobre las condiciones reales de nuestra oferta política. Sus formas y arrebatos, e incluso su color de piel, incomodan nuestra percepción cuando concebimos a México como nuestro pequeño cotidiano de satisfacciones inmediatas y personales. Y olvidamos, inmersos en el día a día, la miseria que habita en la mayor parte de nuestro territorio. La inseguridad y la corrupción que corroe nuestras prácticas éticas. La descomposición que vivimos. Es por esto que tiene tan alta preferencia entre los sectores más desfavorecidos del país. Él no lucra con sus necesidades para tener votos, la definición de un populista. El quiere que los más desfavorecidos reciban, al fin, una parte del beneficio de nuestros tan loables indicadores micro, macroeconómicos y finacieros, de nuestra riqueza y patrimonio. Que sean tangibles en la vida de cada persona los logros de nuestros indicadores en desarrollo social. Elevar más y con mejor dirección estos indicadores. Él propone repartir mejor lo que es nuestro. No atenta contra la propiedad privada en modo alguno. 

Una elección presidencial no se juega en el terreno local de nuestra acción inmediata, para esto tenemos otras autoridades con las que debemos aprender a dialogar de manera más cotidiana para elegir a quien se ocupe mejor de lo que a cada quien más le importe.  Si se trata de los legisladores, ahí sí debemos buscar una empatía profunda de ideas pues serán quienes tengan nuestra voz para elegir el modo de regular nuestra vida. En este contexto, Meade habría sido un extraordinario Gobernador del Banco de México y Margarita Zavala una excepcional Senadora, ambos podrían apostar por una Jefatura Delegacional para arribar más adelante a una Gobernatura. Construir con más cuidado su base electoral. Porque la elección presidencial nos remite a ese otro horizonte que va más allá de nosotros. Del bien mayor y del bien común, casi en abstracto. Por lo que nos debería importar más, en este contexto, la capacidad ejecutiva para implementar acciones concretas que de verdad corrijan nuestros problemas estructurales. En una democracia perfecta, todos los candidatos deberían tener tales cualidades y podríamos solo enfocarnos en los criterios de evaluación para distinguir tales alternativas, de acuerdo con una ideología compartida y un modelo de país al que quisieramos aspirar desde nuestra escala personal de valores. Lamentablemente, la realidad da cuenta de que estamos enfrascados en la incapacidad de llevar a cabo acciones federales con resultados tangibles y positivos. Más allá de los logros y de la buen voluntad empeñada. En este sentido, la gestión de Enrique Peña Nieto deja un terreno fértil para cosechar buenas obras. Y uno de los grandes retos que tendrá el próximo presidente o presidenta de México será no echar a saco roto lo bien andado en este sexenio, así como corregir el rumbo de lo que no alcanzó su cometido. En el margen, la urgencia de una praxis efectiva, para ver cambios más acequibles en nuestra vida diaria, es lo que favorece tanto a Andrés Manuel. Lo que lo posiciona a la cabeza y lo que le permite sumar cada vez más amplios sectores de nuestras comunidades. Él, más que un administrador, es un ejecutor. Y quizá debamos darnos permiso de descubrir, o al menos interrogarnos, qué tan malo puede ser que sus ideas logren ejecutarse. Necesitamos un cambio de visión de conjunto. Una nueva perspectiva. Lo que tenemos no nos está funcionando. El mundo entero da cuenta de las limitaciones del modelo tecnocrático para el desarrollo de nuestras sociedades. Necesitamos estrategias que se complementen. Indicadores van y vienen pero la comida no llega a todas las mesas. Necesitamos aspirar a más en la modelación de nuestros indicadores. Y tenemos un candidato, ya saben quién, que nos invita a la reconstrucción de nuestro futuro. A inventar y trazar nuestra propia historia. A hacer historia. Si lo piensan, somos afortunados. Será difícil resistirnos, con aversión o sin ella, a sus dones de operador político y de eficiente ejecutor, probados a lo largo de su trayectoria.  Y si esta vez, llegasen a cumplirse los augurios de las encuestas, tendremos que resignarnos a desear que logre llevarnos a puerto seguro. Y confiar. Confiar en que logrará encontrar el equilibrio y cosechar el futuro que hoy nos invita a soñar, sin perjudicarnos en forma alguna.


¡Qué difícil e importante decisión tenemos ante nosotros!


Y tú... ¿vas a votar?


Feliz marzo y feliz inicio de semana.
Que la magia de tortuga
vuelva a nuestras vidas.
20 años sin ti...
y todavía respiro contigo.

No hay comentarios: