martes, 19 de mayo de 2020

desconcierto...

... ante la realidad.




Entre dos mentes hay siempre... pendiente... un espacio vacío. El lugar en el cual cada quien ve e interpreta aquello que le da sentido a lo que de suyo ya comprende de antemano. Mientras más abierto y vago sea un discurso. O más contradictorio. Más da la sensación de que podemos identificarnos. Porque somos nosotros mismos quienes llenamos tales espacios en blanco. Y en vez de escuchar o dialogar... nos sumergimos en una experiencia de espejo: tautológica y autista. Hay simples palabras que en cada uno de nosotros detonan ideas y, algunas veces, asumimos tales ideas como compartidas, sin necesariamente conocer lo que en realidad piensa quien nos habla. Hay quienes de manera intencional recurren a tal engaño. Otras veces, somos nosotros quienes disfrutamos de tal autoengaño. Y es en este lugar, que divide una persona de otra, en donde se engendran todas las violencias. Pero también, sin engaño alguno, es ahí: en esa pequeña fisura de nuestra mente, en donde puede nacer el amor. En donde podemos comprendernos unos a otros. Lograr un consenso y reconciliarnos entre nosotros. 

Asumimos creencias, a veces sin mucha autonomía: por hábito, crianza, costumbre, información limitada, etc., y en medio de una conversación se nos dificulta comprender que, aun creyendo que pensamos diferente, podemos coincidir. Y es todavía más interesante el hecho de que, cuando menos coincidencias encontramos: más podemos pensar por nosotros mismos y razonar en conjunto con alguien más. Pero lo importante de todo esto es comprender que pensar distinto no es motivo de agresión. No justifica violentarnos nosotros mismos. Menos, lastimar a nuestro interlocutor. Es mejor reír en esos espacios y maravillarnos ante la posibilidad de un otro que puede mirar lo que nosotros nunca hemos descubierto antes. Y aprender a respetarnos con disfrute. No como un límite, ni como un silencio que nos penetra y nos impone guardar para nosotros aquello que nos inquieta y necesitamos expresar y compartir. Regalarnos a nosotros mismos la libertad de ser.

Las ideas fijas, las ideologías, los fanatismos, los prejuicios, los credos y todo lo que asumamos como una verdad inconmovible... sólo nos impide crecer y acercarnos a otro ser humano. Porque todos somos igualmente personas. Tenemos las mismas dudas y temores. Sentimos. Nos conmovemos ante aquello que nos parece correcto. Nos irritamos ante aquello que nos parece injusto. Nos llenamos de ternura. Y somos capaces de amar. De una u otra manera, todos estamos comprometidos con algo en lo que creemos y le da sentido a nuestra vida. Pero que le dé sentido a nuestra vida no quiere decir que la vida de quien no comparte nuestras ideas no tiene sentido. Tiene el mismo sentido y valor que nuestra propia vida. 

Se dice fácil. Pero esto es algo muy difícil. Estamos entrampados en un paradigma que nos obliga a tomar partido y desdeñar al otro como si fuera desechable, sólo por el hecho de no ser lo que yo considero bueno. Vivimos divididos por una serie de difusas ideas acerca de lo que debe ser. Más cuando se trata de temas políticos y sociales. Mientras más lejos está la discusión de nuestro fuero interno, más feroces nos volvemos en torno al cúmulo de calificaciones que estamos dispuestos a ofrecer. Pero vivimos tiempos complejos que nos obligan a recapacitar y rectificar... a enmendar los caminos y aprender a escuchar.

Cuando brindamos nuestra confianza, confiando en nosotros mismos, en nuestro juicio y en la afinidad que logró maravillarnos ante otro ser humano... despertar de tal ensueño nos hiere, lastima nuestro orgullo, trastoca nuestro equilibrio... agota nuestra cordura. Pero el miedo a afrontar lo que de verdad ocurre no debe ser razón para no actuar e impedir que alguien se atreva a robarnos nuestra suerte, nuestro destino y nuestra libertad. Por el contrario, debemos sentirnos más fuertes para confiar en nuestro fuero interno y en la certeza de no volvernos a traicionar. Por eso es tan importante escuchar con cuidado. En especial, el acontecer nacional en nuestro país. En donde lo que parecía la luz de la esperanza resultó ser la oscuridad de la opresión. Vivimos un proceso regresivo. La violencia crece, la militarización sigue vigente, la pobreza no disminuye y los derechos humanos siguen siendo una asignatura pendiente. Y el hecho de que todavía no tengamos todas las respuestas para las soluciones que buscamos como sociedad, en especial en el contexto que vivimos, no significa que debamos conformarnos ni someternos a un orden que de nuevo no tiene nada más que el extraño nuevo palabrerío que sólo ofende al sentido común y al más básico diccionario. Ya basta.

Cada quien votó por su propia utopía. Lo que no alcanzamos a comprender, entonces, fue que quizá cada quien sólo llenó los vacíos de un discurso que, entre saltos y maromas, daba la impresión de que todos cabíamos en él. En contra o a favor. En los hechos vemos que las decisiones y el rumbo de los acontecimientos no hacen más que ser reminiscencias de regímenes fracasados y rancios. Sin ilusión alguna de un futuro posible. Que nuestro sistema de vida actual tenga defectos no quiere decir que volver al pasado es la solución. Menos volver a un imaginario revolucionario romántico de canción. Por mucho que nos enamore la música. Placer compartido por todos. La cerrazón al presente, a la realidad, a la pluralidad de ideas, a la construcción de un nuevo paradigma que sume todo lo bueno (sin desdeñar a ninguna de las corrientes teóricas, sin subestimar ninguna de las experiencias prácticas) y nos encamine a mejores rumbos, con el pretexto de defender los atavismos de todo aquello que ha privado a la humanidad de crecer: el dogma... empieza a ser una estrategia de gobierno cada día más violenta. La historia es historia y descansa en paz en el pasado. Hacer historia es primero reconocer el presente como real y verlo a los ojos como es, no como mis dogmas me han enseñado a juzgarlo y sojuzgarlo. Es aprender a leer la historia desde todas sus aristas, lo bueno, lo malo, lo mejor y el horror que ella siempre entraña. Con la conciencia de que, para bien y para mal, es irrepetible. Por eso se llama historia, si no... sería un guión teatral. 

Y eso es lo que sí me ofende de la confianza que deposité en mi voto. Nos están vendiendo un guión. Al margen del estado de derecho. Es un circo que ya hemos visto en otros países de Latinoamérica. En donde sólo se ha abusado del discurso y de la gente más necesitada para explotarla a cambio de estigmas, estereoptipos e ideología. Sin ver por el verdadero bien estar, bien ser, bien vivir, bien crecer, bien amar... Sin ver por la población. Por el desarrollo humano. Y menos ver por los más necesitados. Los pobres son usados como un instrumento de dominación. Se juega con su vulnerabilidad para llenar las urnas y luego... la prioridad es sólo acumular dinero y poder, así como, desmantelar todo lo que existe y se ha construido, a su paso. Para acumular más poder. Poder de dominación. Todos los días oímos insultos de la boca del primer mandatario. Todos somos sus adversarios. Y a todos golpea sin más. Ya basta.

Si observamos con el corazón todo parece indicar que no podemos continuar así. Es importante que se gobierne con un poco de ética, sentido técnico y profesional. Con un poco de respeto por México. Es tiempo de superar nuestros rencores. Reconocer que México somos todos. Se siente como si nos hubiesen timado una vez más. Como sociedad somos más fuertes y seguimos viviendo en democracia. Seguimos siendo quienes logramos construir una elección histórica. Y seremos quienes decidiremos, de nueva cuenta, con consenso y en paz la forma en que queremos vivir. Nadie tiene derecho a quitarnos eso. Es cierto, hay que corregir. No podemos vivir tanta injusticia y desigualdad social, no podemos seguir abonando tanta inseguridad y violencia. Y por eso, es que no podemos quedarnos callados y permitir que nos timen de tal forma. Que nos discriminen. Que nos odien por pensar diferente. Que no se pueda opinar ni criticar. Abracémonos. Vamos en el mismo barco. Tratemos de comunicarnos. No somos los buenos y los malos. Somos los unos y los otros, aquellos y esos otros más, todos juntos. Tratemos de entender el lugar que ha ocupado cada quien, la vida que ha transitado cada uno. Hermanémonos. Con verdadero respeto. Sólo así podemos construir en conjunto verdaderas soluciones que no se empañen por el color de ideología alguna. Ni por el sesgo de partido alguno. Dejemos de pelear. Aprendamos a dialogar.

Nadie cuestiona la legitimidad de nuestro gobierno, pero las elecciones ya se acabaron. No importa cuántos votos se sumaron, hoy lo que importa es cuáles son los resultados y los beneficios que podamos experimentar a lo largo de este sexenio. Que, como todos los otros sexenios, concluirá. El próximo año de manera natural habrá cambios en los equilibrios políticos, como en toda sana democracia. Y seguiremos adelante como nación. Los que somos, y los que vendrán, conviviendo en comunidad. Actuemos con responsabilidad. Sumemos sin restar. Despertemos. 


Y tú... ¿te arriesgas a cuestionar tus más férreas verdades?


Fuerte abrazo!
Ánimo mis tortugas...
que sí creen
en la humanidad.


No hay comentarios: