miércoles, 6 de mayo de 2020

pandemia...

... para un final.




No sé si es la primera vez que abandono por tanto tiempo este mi espacio de luz. Febrero, marzo, abril y ya comienza mayo. El lapso en que todo cambió de aquello que comprendíamos como "mundo". El inicio de lo que no parece tener fin. Un encierro de tristezas que se entremezclan con la alegría que se sobrepone a sí misma cada día para tratar de dar sentido a lo incomprensible. Una angustia que se disfraza de optimismo y un optimismo que se quiebra frente a la muerte. Frente a la carencia, la fragilidad, la injusticia, el hambre, la miseria, la mezquindad y la violencia. Un encierro de precaución que se alimenta de sol. La nostalgia. La dicha. El llanto susurrante. La sonrisa armoniosa. 

Todos vamos removiendo los cajones de la esperanza para encontrar en ella alguna respuesta que nos dé paciencia y valentía durante esta travesía interrumpida por una tormenta... al acecho de ver todo derrumbarse ante nuestros ojos.

Sin embargo... ¿todo está perdido?...

En cada uno de nosotros habita una nueva razón de ser. Los encierros logran liberar el alma. Ponernos frente al espejo y obligarnos a reconocernos en quienes somos en realidad. No siempre para nuestra autocomplacencia pero sí para darnos la posibilidad de disfrutar más de nosotros mismos. Es un tiempo para enfrentar nuestros temores. Es un tiempo para tener el valor de reinventarnos, de recrearnos y entregarnos con más intensidad a la vida. Para revalorar y valorar. Para anticipar y aguardar. 

Este sentimiento de cambios inminentes trasciende nuestro fuero íntimo, nuestro espacio cercano, nuestra vida común. Son los cimientos de nuestra sociedad los que están puestos a prueba. Para algunos el único temor será el contagio y vivirán con la certeza de contar con todos los recursos médicos a su alcance. Pero para la gran mayoría... su vida está en riesgo por muchos otros motivos y probablemente desde hace tiempo. Y nada de esto es una novedad en nuestros días. 

Lo que yo me pregunto es ... ¿seremos capaces de cambiar lo suficiente?... como para poder construir un nuevo mundo. 

En primer lugar debemos asumir que son más de un mundo los que habitan este planeta. Senderos en paralelo que parece que no logran coincidir. Realidades disímiles que conviven unas con otras. 

En situaciones límite, lo diferente toma una dimensión exponencial. Aquella mínima fisura se trastoca dando lugar a un horizonte de significado oculto y de gran magnitud. Éste es el lugar de la bioética. Esa ética que no se compromete con una sola moral ni con una sola ideología. Que debate a la luz de los dilemas ante los riesgos en donde la tecnología debe estar al servicio de la vida. Ahí en donde la ciencia debe ser la herramienta para acrecentar nuestra capacidad de ser humanos. 

Se confunde con mucha facilidad la ética médica, de suyo valiosa y fundamental, con la bioética. Así como se confunde, con más desdén, el derecho y la norma con la bioética. Esta práctica interdisciplinaria que protege los derechos humanos ahí en donde el desarrollo de las ciencias de la vida puedan vulnerarlos. Estableciendo los límites de conducta que el carácter no puede permitirse trasgredir, más allá de otro criterio que la capacidad de ser autónomos y hacer lo que es correcto. De poco sirven la guías y pretensiones normativas de corte racional si las personas inmersas en las situaciones límite, en donde la magnitud de una fisura se vuelve evidente y pone en peligro el valor de la vida, no son capaces de afrontar con responsabilidad su vida y sus actos. Una guía que pretenda tener algún contenido ético no puede ser pretexto para evitar responsabilidades, eso contraviene el sentido de toda ética. Para esos fines sirve la moral y la ley como los ámbitos en los cuales se justifican las costumbres y se establecen los derechos y las obligaciones para la convivencia pacífica entre seres humanos.

Como también mal se hace en confundir criterios de política pública como lo son: recursos escasos y optimización... para justificar argumentos fascistas disfrazados de inspiración normativa bioética. He aquí la fisura. Enfrentamos una pandemia y desconocemos científicamente mucho acerca de ella, es decir, no contamos con el desarrollo correspondiente para afrontarla. El primer cuestionamiento es a la investigación médica. Del cual surge un primer imperativo ético, priorizar el estudio para encontrar distintas alternativas de cura, prevención y atención. En este contexto estaríamos todos igualmente desprotegidos y todos sumando esfuerzos. Y dado los disímiles mundos que nos componen, unos más vulnerables que otros. No por la pandemia, por las desigualdades inherentes a nuestro forma de haber construido nuestras estructuras de vida (sociales, económicas, políticas). Ahí la gran magnitud de un horizonte de significado oculto al cual no habíamos tenido que mirar con tal realidad como ahora lo hacemos. Hoy no hay forma de ocultar que la pobreza es un oprobio contra la humanidad. En un segundo término, aparece la fisura concreta en la cual no habrá suficientes insumos de salud para todos. Desde la protección para el personal de salud, hasta los ventiladores como último recurso para lograr un mayor número de sobrevivientes. Pasando por camas, hospitales, personal de salud, funerarias, cementarios, etc. Y en todo este recorrido existen un sinnúmero de alternativas y opiniones encontradas de cómo debemos afrontar cada una de estas situaciones y qué acciones se deben tomar. En nuestro afán por tratar de controlar un evento que ha rebasado nuestra comprensión y nuestros medios para darle un sentido integrado en los márgenes de significado dentro de los cuales estábamos acostumbrados a vivir. 

Afrontar la vida es también afrontar la muerte... esto es algo que solemos pasar por alto y dar por sentado de formas inconscientes. Y se abre la tercera gran fisura... el impacto económico de todo lo que la salud nos exige hacer para garantizar un mayor margen de sobrevivencia. La aparente contradicción, que hoy se hace evidente, entre producción, rentabilidad, salud y vida. No es algo que trajo consigo esta pandemia. Es algo que ha estado latente durante siglos. Y que nos obliga a replantearnos estas cuatro coordenadas en una armonía distinta. Nos exhorta a reinventarnos como sociedad. Nos invita a acrecentar nuestra humanidad y cosechar una cultura más justa. Medir producción, rentabilidad, garantías de salud y condiciones óptimas para una vida plena debe ser parte de una misma ecuación. Sin contradicción alguna. Sin tener que privilegiar una sobre otra. Esta es la gran oportunidad para la creatividad en tiempos de cuarentena. Por ejemplo, me da la impresión que una cosa que queda al descubierto ante la emergencia, en donde la liquidez monetaria toma un significado distinto, es explorar la posibilidad de respaldar las reservas con un nuevo valor. Lo que ayer era el oro, pasando por la actual política monetaria, hoy se ha convertido en cuánto vale una vida humana. ¿No basta el respaldo de la vida, persona a persona, para respaldar el valor del dinero? Al menos en todo lo que refiera al gasto gubernamental en servicios básicos y a la renta básica universal. Fortaleciendo, al mismo tiempo, los esquemas de producción en los cuales podríamos ajustar un poco, o mucho, el rendimiento de los salarios sin menoscabo de las ganancias. ¿Por qué tememos tanto reinventarnos? Nosotros hemos inventado nuestro mundo y nosotros los podemos recrear sin violencia al ritmo de una canción que nos haga felices a todos. Con el compromiso personal de que cada uno de nosotros se convierta en la mejor persona que pueda llegar a ser, con libertad de elegir el oficio de su predilección sin que por ello tenga que pagar sacrificio alguno. Ni por falta de oportunidades. Con trabajo para todos. Éticamente. Sin que por ello se tenga que vivir al margen del bienestar económico. Y divertirnos un poco más. Esta cuarentena nos debe enseñar que gozar es lo que le da un profundo sabor a la vida humana. ¿Por qué tememos tanto ser felices? Con equívoco se insiste en que la abundancia es el problema, bajo el discurso de la acumulación. Demos vuelta a nuestra visión. ¿Y si todos pudiésemos contar con recursos acumulados? Es decir, sin importar cuán escasos sean los recursos, más o menos unos que otros, el parámetro no son los recursos, el parámetro es cuántos humanos somos. Ya que somos nosotros quienes podemos darle valor alguno a tales recursos. Si logramos dar un giro en esta materia, qué valor tendría seguir matando (o infringiendo cualquier otra la ley) por preservar algún tipo de privilegio. El poder dejaría de ser la lógica del sometimiento, sería el elogio a la libertad. Ya que el único poder sería el de ser capaces de ser felices en armonía con las cosas que de verdad vale la pena compartir. Sin necesidad de destruir. Sin amenazas. En un abrazo común. Seguir discutiendo ideologías y sistemas económicos como estandarte seudopolítico es anacrónico. Situémonos en el presente. Hoy es la única realidad que existe. Sólo reconciliados con lo básico y fundamental, y con el presente, es que podemos darnos cuenta de la infinidad de posibilidades en que nuestra vida puede ser construida sin dañar ni mermar la felicidad de ninguna persona. Y amar.

Volviendo a la encrucijada en que nos encontramos. El cómo, estos acontecimientos trastoquen la política y el ámbito social, dará cuenta de qué tan dispuestos estamos a salir de nosotros mismos, renunciar a los fanatismo y a las ideologías, para dialogar un mundo mejor en el cual quepamos todos. Un mundo en el cual todos podamos vivir éticamente. Con libertad y con un carácter forjado de responsabilidades comunes. Hacer de todos nuestros mundos un sólo horizonte de significado en el que todos logremos coincidir con respeto y escucha mutua. Sin perder la identidad de la diferencia. Un espacio de comunicación en el cual logremos comprendernos sin necesariamente estar de acuerdo. Y en donde no estar de acuerdo no nos cueste la vida. Vencer los oportunismos y nacer a la verdad.

La pandemia puede llegar a regalarnos la motivación que nos hacía falta para sumar esfuerzos y vivir en mejor armonía con la naturaleza o puede simplemente acrecentar el terror con el cual nos aferramos a mantenernos aislados en el esfuerzo por defender nuestras férreas opiniones.

En cuanto a los recursos escasos... haremos lo que podamos con lo que tengamos. Siempre y cuando prive la buena voluntad. Y un buen oficio en materia de políticas públicas. Con base en estándares bioéticos y con perspectiva de derechos humanos. Esto es lo que tenemos a nuestro alcance. Tal vez dejamos que nuestra imaginación construya escenarios en exceso. Si bien debemos de diseñar estos modelos, con base en herramientas técnicas, también debemos reconocer nuestra limitación. Estamos frente a un evento que nos trasciende y eso nos atemoriza porque vivíamos con la ilusión de que todo estaba bajo nuestro control. Toda guía u orientación en toda materia para avanzar en este camino, que ahora ha unido nuestros senderos, es una forma de construir soluciones conjuntas. No es tiempo para escatimar. Pero sí de alzar la voz para sumar voluntades y conducir entre todos nuestro destino común. Sin estigma. Sin exclusión.

Hablando de alternativas imaginarias, podríamos estar ante una realidad más grave... siempre puede ser peor cualquier tragedia a la que nos enfrentemos. Y ninguna dificultad es nunca la última que tendremos que afrontar. A lo que me refiero es que si tenemos fe, entre otras cosas en que siempre pasa lo menos grave que puede llegar a ocurrir, lo cierto es que hemos atajado una parte importante del camino. Por lo que también es un tiempo para dar gracias. Y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar a que los más necesitados transiten con menos dolor los tiempos en curso. Así como, no subestimar el balance positivo de todo lo que seguimos aprendiendo y construyendo. Abrazar a la distancia a quienes habitan nuestro corazón. No desesperarnos. Ocupar nuestra entrega para con la vida en crecer. Y valorar los instantes. Recordar el presente que se había diluido en una prisa enajenante y que sólo nos extravió de nosotros mismos.  

Lo primero que podemos tratar de comprender es que es un tiempo para que todos seamos un poco filósofos y pongamos en duda todas y cada una de nuestras certezas, en vez de estarnos señalando unos a otros como forma de contravenir la angustia de lo inesperado e incierto. Sin menoscabar en alumbrar ahí en donde se oculta una mala intención pero no para socavarla sino, más bien, para invitarla a la luz. Y quizás así, encontremos muchas más respuestas que preguntas. Y sin darnos cuenta... estemos en los albores de una nueva forma de comprendernos como humanidad. O tal vez no. Porque mientras no bajemos la guardia, todos, siempre privará el instinto del poder por el poder mismo y de nada habrá servido sobrevivir a la pandemia. Si lo logramos (tomando en cuenta todas sus repercusiones y todos los problemas graves previos con los que ya contábamos). Como tampoco son tiempos para tratar de tener éxito en encuesta alguna. La única medición válida hoy... es la que nos dé cuenta de nuestra capacidad de reconocernos todos igualmente humanos. Triste y criminal es tratar de sacar provecho de esta circunstancia de dolor planetario para tratar de instaurar sistemas regresivos y retrógrados de gobierno, tomando por asalto a la población y obligarla a convertirse en esclava de caprichos de una ilusión ideológica.


Y tú... ¿a qué le temes?



¡Gracias!
Feliz cuarententa...
felices y queridas
tortugas.






















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