sábado, 10 de noviembre de 2007

a la vuelta y con cierta melancolía

Mis queridos lectores, Mazatlán es un lugar hermoso y me regaló sentires extraordinarios. El encuentro filosófico, que también incluyó figuras venidas de países lejanos, fue un tumulto de actividades. Como es usual en estos eventos, no se puede oir a todos de quienes nos interesa saber. Ni tampoco platicar con calma con quienes nos encontramos, sorpresivamente, en corredores, comedores y lugares comunes. Y de pronto todos aparecen semi invisibles y tú pasas desapercibido ante los demás. Luego ya no sabes cuándo voltear a decir hola y te quedas con las ganas de brindar una nueva sonrisa.

Estos encuentros me dejan la sensación de incompletud, como un suspiro a medio terminar, regreso a casa con la sensación de poder haber hecho algo más, de haber ido a una conferencia en vez de aquella, por qué no saludé a tal persona en tal momento, por qué no invité a cenar a tal otra, por qué no me reuní en tal sitio con los demás, en fin... Las horas pasaban y yo me sumergí en mi viaje interior... compañero de días y noches... que ya ni sabiéndome rodeada de viejos y nuevos amigos puedo renunciar o suspender... Como si llevara mi propio reloj...

No puedo lamentar las actividades que elegí, realmente disfruté tanto este viaje y me disfruté tanto a mí misma que ahora lo que me queda es saudade de Mazatlán. Además, con quienes sí pude sentarme, platicar con gusto, en calma, me regalaron mucho más que un encuentro, me brindaron cariño, escucha, amistad y certeza de mutuo y generoso reconocimiento. Así que, qué más se puede pedir...

Sin embargo, sólo quisiera de ahora en adelante retomar el buen hábito de aproximarme más a los demás y permitir que ellos se acerquen más a mí. Aun raptada en mi vuelo de amor y verdad, sigo añorando un alma bella que quiera llevarme a nuevos cielos. De todas las enseñanzas de esta visita de filósofos, mi añoranza de un buen amor es la más importante...

También descubrí que mi tiempo ha cambiado y que es hora de concentrarme más en mis ideas personales para lograr comunicar y abrir las puertas a nuevos diálogos aún por venir. Mi voz se descubre corta para expresar y mi escucha se dispersa con el eco de mis palabras por llegar.

Comparto en este espacio el trabajo que se abrió a otras voces en el mar de Mazatlán, junto a nuevos lobos marinos, pelícanos, halcones, palomas, cuervos y gaviotas...


Y tú ¿con quién quieres viajar?


La MAGIA DEL PAY y LA HAZAÑA DE LA ARAÑA regresan a sus funciones para seguir atendiendo el pedido de sus palabadares.

mlojiux@yahoo.com

[Para conocer texto presentado en Mazatlán ver comentario]

1 comentario:

... dijo...

Reconocimiento a dos voces: Hegel

Mariana Lojo Solórzano
Mazatlán, 2007

Originalmente, este trabajo cumpliría la réplica a una voz amiga con quien desde la experiencia del reconocimiento hemos descubierto, con el paso de los años, que aquellas primeras diferencias que nos extrañaron ante la mirada positiva del aparente ser ahí, como objeto, de nuestras respectivas autoconciencias, no era más que el reflejo de una identidad cifrada, ligeramente ajena. Mientras más nos reunimos a filosofar más nos hacemos otros en el descubrimiento de que pensando diferente, diciendo desde nuestro ojo particular, las más de las veces, en realidad, estamos de acuerdo. Aún cuando siempre lo expresemos de formas muy diversas, de ahí la riqueza y el aprendizaje continuo acerca de quién es cada quien y de nuestro sí mismo.

Lamentablemente, Medardo no pudo acudir a nuestra cita y el texto, largas horas platicado y discutido con el eco de un banquete, nunca llegó a este puerto para trastocarse con el eco del mar. Sin embargo, yo he recabado aquí algunas de estas disertaciones, hechas mías en el trazo de mi letra pero que en forma dialógica y, desde la resistencia superada, nosotros compartimos.

Me disculpo de antemano porque los tomaré desprevenidos y abusaré un poco de su atención paciente para introducir mis palabras con algunas citas textuales, situación que espero enmendar con la soltura del propio texto y del estilo que gusto al escribir, el cual no siempre es bien recibido entre nuestros colegas, algunos de los cuales me han expresado, categóricamente, que cuando se quiere literatura se lee una novela, cuando se quiere poesía se acude a los raptados por la musa pero que cuando se quiere filosofía se debe prescindir de las formas bellas dando paso al rigor analítico y sistemático de un pensar autorizado. Por mi parte, no coincido en lo absoluto, por el contrario. Ya que si bien, como dice Hegel, la filosofía debe guardarse de ser edificante, es decir, de regocijarse en sí misma y en los artilugios del pensar, estoy convencida de que no por ello debe guardarse de expresarse con emoción y amabilidad, una idea no es más asertiva por ser dicha con aridez y simulada indiferencia. Por qué sólo decir si podemos compartir…

Mi mano
encontró en su mano
un nido;
más rápida y cálida
pasó por mis venas
la vida.

Alaíde Foppa, 1945.


… existe una oposición absoluta. […] El concepto de la individualidad comprende en sí tanto la oposición contra una multiplicidad infinita, como la unión con la misma. Un hombre es una vida individual en cuanto es algo distinto de todos los elementos y de la infinidad de las vidas individuales que hay fuera de él; es una vida individual sólo en la medida en que es uno con todos los elementos y con toda la infinitud de las vidas individuales fuera de él, y es sólo en la medida en que la totalidad de la vida está dividida, siendo él una parte y todo el resto la otra parte, es sólo en la medida, en que no es una parte, en que no hay nada que esté separado de él. Si presuponemos y [luego] fijamos la vida [como] indivisa, podemos considerar a los vivientes como exteriorizaciones de la vida, como manifestaciones de la misma. La multiplicidad de la vida está puesta, a la vez y cuanto infinita, precisamente porque se ponen las exteriorizaciones. Esta manifestación, luego, es fijada por la reflexión en la forma de puntos estables, subsistentes y fijos, en la forma de individuos. (Hegel, Fragmento del sistema; 399-400)

Una vez que la conciencia supera la inmediatez de la certeza sensible: su objeto; vive la figura de la percepción y la figura del entendimiento; ella tiene la experiencia de la infinitud: el entendimiento que sólo se experimenta a sí mismo. La conciencia se sabe pensando su objeto y se regocija en ello. La conciencia es, entonces, autoconciencia. Y como autoconciencia, al pensarse a sí misma, pensando y pensándose, se enfrenta ahora a otra conciencia autoconsciente, a otra autoconciencia que se goza en su propio pensar y pensarse. Este momento es, para Hegel, el momento mismo de la verdad de la conciencia, en cuanto la conciencia se vive a sí misma, vive su objeto (el del entendimiento) y se vive en un mundo con otras autoconciencias iguales a ella. Este ser otro aparece a la autoconciencia como su objeto. Su primer encuentro con este nuevo extraño implica un conflicto cuya resolución será el reconocimiento doble y recíproco. Tanto una autoconciencia como la otra se reconocen mutuamente; tras superar esta primera aparente oposición. La autoconciencia siente su vida amenazada y luego se reconcilia: sabe, entonces, que el otro es, precisamente, la posibilidad de su vida. Por lo que el diferente no será más un objeto: es un otro igual a mí, con voluntad propia, es apetencia. Mi identidad se cifra en la certeza de esa otra identidad y juntas, desde la primera aparente multiplicidad infinita, superan la oposición absoluta y recuperan para sí la pertenencia común.

Nos dice Hegel, en su Fenomenología:
“Es una autoconciencia para una autoconciencia. Y solamente así, en realidad, pues solamente así deviene para ella la unidad de sí misma en su ser otro; el yo, que es el objeto de su concepto, no es en realidad objeto; y solamente el objeto de la apetencia es independiente, pues ésta es la sustancia universal inextinguible, la esencia fluida igual a sí misma. En cuanto una autoconciencia es el objeto, éste es tanto yo como objeto. Aquí está presente ya para nosotros el concepto de espíritu. Más tarde vendrá para la conciencia la experiencia de lo que el espíritu es, esta sustancia absoluta que, en la perfecta libertad e independencia de su contraposición, es decir, de distintas conciencias de sí que son para sí, es la unidad de las mismas: el yo es el nosotros y el nosotros el yo. La conciencia sólo tiene en la autoconciencia, como el concepto del espíritu, el punto de viraje a partir del cual se aparta de la apariencia coloreada del más acá sensible y de la noche vacía del más allá suprasensible, para marchar hacia el día espiritual del presente.” (Hegel, Fenomenología del Espíritu; 112-113)


Eduardo Nicol, en cambio, lo expresaría, quizá, con las siguientes palabras en su Metafísica:

“La intención existencial primaria es dialógica. Claro está que sólo podemos establecer y sostener contacto con el otro mediante la verdad; o sea, rellenando nuestra intencionalidad comunicativa con un contenido significativo inteligible. Pero, básicamente, la verdad es el acto verbal con el que expresamos nuestra pertenencia al ser. Verdad es comunidad en dos sentidos: comulgan quienes dialogan, afirmando con la palabra su forma de ser común. Al mismo tiempo, ambos participantes comulgan con el ser comunicado. La expresión de la pertenencia puede llamarse comunión porque es una participación activa: no es el simple hecho de estar en el ser, sino un acto que le añade algo que antes no estaba dado.” (Nicol, Metafísica de la expresión; 161)


En palabras menos amables ni reconciliatorias, Nietzsche al decirse belicoso enuncia en Ecce Homo que:

“Poder ser enemigo, ser enemigo -esto presupone tal vez una naturaleza fuerte, en cualquier caso es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte. Esta necesita resistencias y, por tanto, busca la resistencia: el pathos agresivo forma parte de la fuerza con igual necesidad con que el sentimiento de venganza y de rencor forma parte de la debilidad.” (Nietzsche, Ecce Homo; 31)


Sin embargo, Platón, mientras Sócrates y Fedro disertan sobre la belleza, nos recuerda que:
“… no es a las tinieblas de un viaje subterráneo a donde la ley prescribe que vayan los que ya comenzaron su ruta bajo el cielo, sino a que juntos gocen de una vida clara y dichosa y, gracias al amor, obtengan sus alas, cuando les llegue el tiempo de tenerlas.” (Platón, Fedro; 366)


El reconocimiento, ese extrañamiento que nos obliga a mirar más allá de nosotros para revalorar aquello que somos y creíamos ser. Si tomamos en cuenta la dialéctica de Hegel, el reconocimiento es esa voz de la diferencia, que nos amenaza y aterroriza, en la cual sentimos perder nuestra certeza de vida, pero que, sin embargo, nos cifra, nos nombra, nos enajena en una posible forma ser y y sabernos, de conocer y vivirnos. Sin la cual el vacuo solipsismo de una razón autodeterminada y autodeterminante se convierte en víctima y verdugo de sí misma. En el mejor de los casos. O más temerariamente, y con atribuciones, se extrapola hacia los otros atrapándose en la dialéctica de amos y esclavos al servicio de un poder abstracto y sustancializado, fuera de sí. Experiencia en la cual sólo cuenta la apertura monológica que no sabe, o no quiere saber, de la identidad y la diferencia que constituyen la unidad originaria. Ciegos al vuelo de la belleza y la verdad, débiles ante la resistencia de la fuerza, sin comunión.

El reconocimiento, esa identidad que sólo es posible a partir de la diferencia pero que nos revela el sino que nos hermana y nos vuelve aliados de vivencias y existencia. Sin la cual el monólogo impermeable (término que me fue compartido ayer por Jorge Aguirre en un gustoso desayuno de reconocimiento efectivo) de nuestro ser de conciencia no podría quebrantar los designios de Berkeley. Esa apertura de sentido y significado hacia lo diferente, el motor de crecimiento que eros carente y deseoso entrega a manos llenas en el encuentro, en el roce íntimo de sus manos que hace fluir ligera la sangre por nuestras venas.

Ese instante hecho espíritu que se nos escapa al nombrarlo y que ahogados en nuestra civilización perdemos en la sin la razón del autista trágico, autómata, eficiente y autosuficiente. Esta nueva identidad, la de la unidad totalitaria del poder, como el lunes Vattimo discernió, que sólo apela a la diferencia competitiva, al signo estadístico de la marca particular, al olvido del ser y, sobre todo, al empobrecimiento de nuestros horizontes de significado. Que se contrapone con aquella otra, la del reconocimiento efectivo y de la multiplicidad infinita.

¿Cómo resolver conflictos desde una filosofía del reconocimiento? En la praxis…

Más o menos tendríamos que proceder así… con cautela…

Detenernos y pensar… observar la contraposición sin rehuir a la inconformidad que nos despierta ese otro que es capaz de mirarme a los ojos y con una sola palabra arrancarme del ser. Contener el impulso de raptar, sin darnos cuenta, todo lo que de antemano ese otro ha concebido como su existencia y en ella mi lugar en el mundo a su disposición, en aras por sobrevivir y marcar nuestra territoriedad cual felinos libres y salvajes en medio de la jungla. Y meditar… cómo es posible que alguien viva, piense, se exprese, sienta, se muestre de un modo que yo ni siquiera puedo mirar o comprender… y abrirnos a la duda de la diferencia desde nuestras certezas… ¿en qué estoy equivocado yo para no poder coincidir con esa otra persona? O por qué, sin necesariamente estar equivocado ninguno de los dos, cada quien piensa y vive de dispares maneras… incluso experiencias que podríamos catalogar similares. Consultar con nosotros mismos, de qué manera puedo convivir con esa interpretación otra, que incluso puede llegar a violentar mis más firmes convicciones, ejerciendo el respeto y sin agresión.

Suspender el juicio, limitar nuestra sed de extrapolarnos en todo lo que desde fuera me viene dado como propio recordando que del mismo modo yo hacia fuera les pertenezco.

Constituirnos en individuos desde el reconocimiento. Sujetos políticos, ejecutores con responsabilidad. Dueños de un carácter ético que se revoluciona a sí mismo para descifrar sus verdaderas fortalezas y debilidades. Que empatiza con su entorno y distingue el bien común como algo que no se instaura, se vive. Desde una vivencia capaz de crearse con generosidad. Impregnando de sentido compartido las infinitas significaciones que le dan sentido a la particularidad de su existencia, sin necesidad de quedar aferrado a su propio ser, que no importa qué, se desvanece en cada suspiro. Renunciando a vivir encadenados en la caverna que sólo muestra el modo positivo de nuestras relaciones humanas.

El conflicto, la oposición absoluta, surge cuando dos voluntades (apetencias) entran en disputa e instauran una guerra a muerte por preservar la propia vida, dejar su propia huella, imponer su punto de vista, tener la razón, ser vistas y reconocidas como totalidad, como el todo que somos y necesitamos ser para nosotros mismos. Todos estos aspectos fundamentales para nuestra subjetividad, no por ello inmutables o únicos determinantes de nuestro carácter vital.

Precisamente, la experiencia del reconocimiento nos permite librar esta determinación primera y parcial de la multiplicidad infinita individualizada en y para una conciencia. La que cual obstáculo nos impide, por inseguridad a perdernos en un océano desconocido, ver el rostro de un sujeto en su vivencia y no sólo la cara de los objetos de mi conciencia.

¿Qué creen ustedes que hace tan difícil para nosotros renunciar a este rapto de la primera apariencia y desplegar las alas que nos convida el asombro de amor?

Luis Eduardo Aute, quien desde su apetencia quiere ser pintor pero en su espíritu es un compositor iluminado… lo comparte así …(La belleza…)

(Ponencia presentada en el XIV Congreso Nacional de Filosofía. Organizado por la Asociación Filosófica de México)