viernes, 3 de agosto de 2018

lluvia y sol...

... el equilibrio del corazón.



En medio de un día lluvioso llegan las buenas noticias. La resolución de largas esperas nos deja exhaustos. Como si llevásemos tiempo conteniendo una parte importante de nuestras energías para lograr el esfuerzo de la espera. Como cuando volvemos de un largo viaje. 

Hay distintos tipos de viajes. Mis favoritos siguen siendo los viajes del alma. Aquellos que te transportan a través del tiempo, que navegan por los sueños. En donde se esconden las reliquias que poseemos. Los tesoros que hemos construido. Las verdades dormidas. Los sentimientos liberados. Los recuerdos felices. Las tristezas superadas. Los anhelos cumplidos. Las nuevas ilusiones. Todos éstos... territorios que nos obligan a regresar revivificados a nuestro presente. Pero también hay viajes de muerte, pérdidas, abandono y desolación. Y de estos... si somos capaces de sobrevivir... regresamos, además, reconciliados y fortalecidos. Capaces de volver, ver de cara al futuro y sonreír.

Y cuando las esperas concluyen... llega el tiempo de relajarse y dejar ir toda esa angustia contenida por el curso aleatorio e incierto de acontecimientos que fueron determinantes para nuestra vida y para la vida de nuestros seres. No hay dolor más profundo que el que se nutre de la injusticia. A veces, la vida nos arrebata parte importante de nuestro destino. Son los momentos que ponen a prueba nuestro carácter y tensan nuestros vínculos vitales. Nos arrojan a la orfandad y nos hacen descubrir el lado oscuro de nosotros mismos. Así, también, no existe reparación más grande que una resolución justa. La prescripción que enmienda todas nuestras heridas y nos devuelve aquellas certezas que creíamos imposibles de recuperar. Hoy es uno de esos días en que el descanso se nutre de la satisfacción de la justicia. 

El cansancio se deba, probablemente, a que empezamos a llenarnos poco a poquito de armonía. La distensión del estrés que nuestro cuerpo ha tenido que sostener para mantener el alma a flote... expande todo nuestro ser... y nos invita respirar profundamente, ahora que el oxígeno ha vuelto a nuestras venas. Estamos exhaustos y tenemos la certeza de que volveremos a reconciliar el sueño profundo por las noches. Y los días traen de vuelta cierta melancolía. La melancolía del dolor perdido, la nostalgia de la felicidad postergada, la intuición de la calma. La certeza de un ciclo que se cierra. Y del caudal de caminos abiertos que renacerán para vivir a plenitud. La libertad.

Tras las tragedias que han marcado nuestra vida existe un secreto escondido. Porque nos volvemos aquello que resultó de tales fatalidades, y aunque no siempre podamos dejar de seguir lamentando tales sucesos, no podemos negarnos a nosotros mismos ser quienes somos: gracias a tales barbaries. Y entonces... todo toma el lugar que le corresponde. Es como si la galaxia de nuestras emociones pudiera, al fin, recuperar el equilibrio de su órbita. Y si bien, mi vida ha estado colmada de tales intensidades, no puedo lamentar un solo día transcurrido. Hoy es un día para sentirnos orgullosos de haber triunfado. De amarnos y sonreír. De dar gracias por la bendición que hemos recibido. Y, al fin, poder descansar. Porque se han cumplido los 20 años más largos de nuestra historia. 


Y tú... ¿abrazas tu pasado?



Por la familia que fuimos y
las familias que somos...
triunfamos.
Los amo siempre.


Fuerte abrazo lleno de magia de tortuga.






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