La tía bío y su tetera llegaron a una encrucijada. Las palabras rebotaban en sus oídos, como si al gritar su voz se apagara por completo. Los invitados a la mesa, incómodos, prefieren no oír más. Con justa razón.
Cuando repetuosos escuchamos, encontramos la llave de la comunicación. A veces, no hacen falta las palabras. En el silencio, descubrimos las letras capaces de traducir aquello que oímos. Y mientras, atentos, desciframos los sonidos del mundo y las voces de nuestros interlocutores, no hay porqué desesperar. La voz de todos, al final, se escuchará (incluso sin hablar). La serenidad es al oído lo que el agua a la planta. Sin ella, la voz se marchita y los diálogos se secan.
Quizá la tía bío y su tetera no logren hacer que todos piensen igual, afortunadamente. Lo que sí es que, sin diálogo, ella nunca sus dilemas resolverá. Y antes que un debate, ella es un ejercicio de comprensión. Por ello, aprender a escuchar es su mayor enseñanza.
Y tú ¿quieres comunicar al escuchar?
Hasta mañana y mágico sábado de tortuga!!
Quizá la tía bío y su tetera no logren hacer que todos piensen igual, afortunadamente. Lo que sí es que, sin diálogo, ella nunca sus dilemas resolverá. Y antes que un debate, ella es un ejercicio de comprensión. Por ello, aprender a escuchar es su mayor enseñanza.
Y tú ¿quieres comunicar al escuchar?
Hasta mañana y mágico sábado de tortuga!!
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