miércoles, 16 de abril de 2008

serenidad

Estaba la tortuga mágica de viaje. En busca de un lugar llamado serenidad. Se preguntaba cuándo llegaría y le intrigaba saber cómo reconocería dicho territorio prometido. Pasó tanto tiempo, que dejó de angustiarse con miedos o preguntas al respecto. Simplemente, serena, recorría los caminos que aparecían ante sí. Conforme trazaba su huella, nacían historias, proyectos y compromisos. Así, olvidaba aquel lugar y, en calma, dialogaba con todas las voces que acompañaban su andar. Sonreía. Y sin darse cuenta, un día entró a un árbol encantado. En él descubrió una luz clara y cálida. Era un laberinto lleno de cristales y el brillo en cada uno contaba una historia diferente. La tortuga, con sorpresa, vio a través de esos critales todo el recorrido de su viaje de serenidad. Comprendió, entonces, que ese lugar, al que por todos los caminos trató de llegar, estaba dentro de su caparazón y que siempre la acompañó.

Entonces, preguntó ... dime árbol de brillos y calma de luz ¿qué es la serenidad? Pues me muestras que está dentro de mí, pero a veces imperceptible la vivo.

El árbol... esperó en silencio profundo.

La tortuga... suspiró con cierta resignación... y sintió la serenidad dentro de sí... ah! esto es, mi querido árbol, lo que nos llena de luz por dentro... aceptar con modestia y resignación todo aquello que nos inquieta.

Desprendernos de esa prisión de la voluntad en la que todo queremos trocar a nuestro modo. Dejar partir aquello que no nos pertenece, más allá del deseo de nuestro corazón. Aprender a vivir con el silencio de quien no volverá. Conciliar la muerte de nuestros seres queridos y reconciliarnos con nuestra propia muerte. Conservar nuestro ser en calma ante las injusticias que pasan ante nuestros ojos. Renunciar a la angustia y al enojo que ciegan el alma, reconociendo que nuestro actuar no tiene el poder que creemos y que no nos merecemos todo lo que queremos. Así, con asertividad hablar y con generosidad actuar, para decir con verdad y hacer sin lastimar. Y, sin remordimientos, reconocer las consecuencias de nuestro libre ser.

Sentir sin inhibiciones, querer sin reservas. Recibir nuestras recompensas sin arrogancia, vivir en plenitud sin soberbia. Reconciliar nuestras alegrías y dejar que las cosas bellas y buenas nos ocurran. Sin miedo a enceguecernos por nuestra realización. Aprender a sentir el extremo de la felicidad y el extremo de la dolorosa frustración, sin perder el centro de nuestro caparazón. Y, en paz, entregarnos a nuestro destino.

El árbol encantado hizo sonar todos los cristales y trazaron, en su movimiento, un hermoso corazón azul, mostrando a la tortuga mágica que aquel laberinto era, en realidad, un sendero de amor. Como muestra de su concordancia con lo que la tortuga descubrió dentro de sí al estar dentro de él.


Y tú ¿cómo quieres visitar la serenidad?

Hasta mañana.


No hay comentarios: