lunes, 21 de abril de 2008

la flor endógena

En medio de una ciudad amurallada por estantes de libros y libros y libros. Crece esta flor. La flor endógena. Ella es ya una anciana, su tallo es grueso y a él se adhieren seres microscópicos. Que, a cambio de un poco de su savia, entregan su sangre para mantenerla inmortal. Simbióticamente, no permiten que ninguna otra planta se siembre, ni crezca, alrededor del perimétro que sus pétalos, a manera de una sombrilla gigante, cubren. Pero esta flor, llena de méritos y pocos honores, tiene sólo una causa, abarcar toda la vida que cubre su sombra. Y, así, multiplicar microbios y microrganismos para que se alimenten de sus raíces. Para expanderse y acrecentar la oscuridad que yace en su interior. Desde arriba, ella los deslumbra con el reflejo de la luz que acapara para sí. De esta manera, como en la caverna, todos alaban su brillantez. Y si una pequeña célula procurara un rayo de sol propio, esta flor la desarropa, déjandola perecer sin tierra ni agua.


Y tú ¿quieres dar para recibir o recibir sin dar?

Hasta mañana...

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