miércoles, 24 de mayo de 2023

el arte...

 ...de la buena cocina.



De las labores del hogar, todas llenas de encanto (siempre cuidar de nosotros mismos a través de los espacios que habitamos es grato -en tanto feliz y en tanto lleno de gratitud): el buen comer, cocinar, el cuidado en los alimentos, la alacena, el orden del refrigerador, el ritual de lavar los platos, la intimidad con la estufa, la precaución de que nada nos falte en el momento menos pensado, los antojos, las costumbres, la limpieza de cierre cuando todo brilla alrededor y estamos listos para empezar una nueva jornada con la satisfacción de haber cumplido con lo que nos es propio: vivir; creo que de todos los quehaceres domésticos éste es el espacio troncal. Desde el cual gira el ritmo de nuestros días. 

En mi caso: inventar recetas al unísono. Cocinar llena de creatividad y gozar el gusto de mi paladar como un triunfo de mi gran soltería invicta. Vivir sola es uno de los placeres más nobles que puede alcanzar un ser humano. Afortunadamente, a mí también me habita un bosque que amo, una casa que adoro, una canina que llena de sentido el paso de mis horas y una minina que colma de mística el sonido de todos mis silencios.

A punto de ser con gran honor una bella mujer de 50 años: doy gracias por no haber encontrado jamás un alma que se empate con la mía. Porque realmente no imagino poder abrir la puerta de mi hogar a ningún desconocido... peor aún: a algún conocido de horror. Y digo de horror porque sólo conocí hombres cobardes. Y dudo mucho que en esta Tierra exista alguien capaz de la valentía que ocupa el lugar de ser compañero de una mujer valiente. Así que hoy doy gracias a los Dioses del Olimpo por la conquista de mi autonomía, a Dios por la bendición de un corazón que nunca renunció al amor, a los Ángeles y Arcángeles por proteger con tal suavidad y cuidado los destinos felices de mi alma, a nuestros Ancestros de todos los tiempos por brotar ante mi capacidad de asombro y regalarme la certeza de la perfecta hermosura de la naturaleza -tanto en cuanto destino mágico como en cuanto misterio mitológico-; y doy gracias a la mismísima Virgen María, Santa Madre, por ser quien soy: quien elegí ser sin temor a ser tal cual soy. Y brindar a mi mesa con mi propio vino. Porque cada día es el día para celebrar la vida. Y la soledad nunca debe ser pretexto para dejar de lado ninguna bella solemnidad. ¡Cheers!


Y tú... ¿te sientas a tu propia mesa con orgullo?




Disfruten...
mágicas tortugas:
de cada instante
en que la soledad
se brinda al corazón.
Amén



"pendant la éternité"


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