...y bajas.
Vivir es como el oleaje de la marea. Nos abrimos hacia las orillas cual explanada trazando los surcos de nuestra vida para tomar las huellas que regresan a nosotros. Tomar y dar para acrecentarnos al respirar. Dejando gotas de nuestro aliento y polvo de coral. Tomando granos de arena y burbujas de sal. A veces con altos vuelos y otras veces con la tenue fuerza del viento que nos mantiene latentes. En armonía con la magia de la luna en conjunción con el orden planetario: alimentados por el sol.
Por eso la vida es un arte. Un arte de perseverancia, paciencia, calma, disciplina, equilibrio y paz. Entrega y capacidad de recibir. Compromiso. Y armonía con las leyes de la naturaleza.
Es por eso también que la vida tiene sorpresas...inmensas cuan grandes son los océanos. A veces, sentimos naufragar en el intento. Otras veces: reconocemos el valor de nuestros logros motivados por nuestro esfuerzo. El equilibrio nos permite navegar sin aspavientos ni a brinca saltos. Sin estar exentos del efecto de otros oleajes en nuestras travesías. Sin poder ocultarnos ante los eventos atmosféricos. Sin poder refugiarnos en los tiempos de sequía. Sin tener guarida suficiente en tiempos de tormenta. Pero siempre tenemos el resquicio de nuestra propia barca: el caparazón de nuestro carácter y alma en donde yace siempre vívida la certeza de todo lo que sí podemos hacer. Tan sólo por amor. Para así recibir los días venideros con esperanza. Y cuando la cosecha es abundante no perder la brújula ni olvidar seguir regando nuestras orillas para un legado fincar. Sin arrepentimientos. Pero sí con grandes enseñanzas y humildes actos de resarcimiento.
Y tú... ¿amas anclar en tierra firme?
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